Aunque se encontró que algunas especies de la familia Melastomataceae -a la cual pertenecen árboles comúnmente conocidos como tunos, sietecueros y amarrabollos- no dependen completamente de estos vectores para reproducirse, sí se observó una mejoría en los procesos de polinización con su intervención.
Así lo determinó María Mónica Henao Cárdenas, magíster en Ciencias - Biología de la Universidad Nacional (UNAL), quien adelantó un estudio sobre la biología reproductiva y su relación con los visitantes florales para 15 especies de esta familia de plantas, que se pueden encontrar en los afloramientos rocosos del sector sur de la Serranía de La Macarena.
Este grupo es reconocido por ser una de las familias más ricas en el mundo, con unas 4.400 especies conocidas que en su estado silvestre se puede encontrar especialmente en los bosques andinos del Chocó y en los bosques amazónicos.
Según la investigadora, Colombia es el país del neotrópico con mayor riqueza en esta familia; aquí se reconocen cerca de 900 especies y es muy importante en los bosques porque les dan estructura, lo que hace que su presencia o no en un ecosistema refleje el estado de salud del bosque: si está incipiente, si es joven o maduro.
Hacia el sur de la Serranía de La Macarena, en Caño Cristales (Meta), la investigadora notó una gran cantidad de Melastomataceae en los afloramientos rocosos, zonas que aunque no son bosques grandes sí tienen coberturas vegetales interesantes, al tiempo que se presentaba una nutrida presencia de abejas.
El hecho llamó su atención para desarrollar el estudio y establecer si realmente estas plantas dependían completamente de las abejas para su polinización, una creencia que surge debido a que tales plantas poseen unas anteras poricidas, lo que quiere decir que, en esa parte final del estambre (saco donde se almacena el polen) las Melastomataceae tienen una “tapa” que necesita del zumbido de los visitantes florales para dejar salir este material.
Para comprobar esta idea, la magíster primero delimitó zonas en las que se reunieran varios individuos florecidos de esta familia de plantas y que tuvieran mayor cantidad de botones florales próximos a abrir. Estos se protegieron con bolsas de tul, con el fin de prepararlas para los experimentos.
El primero consistió en comprobar si las plantas eran capaces de producir frutos aun si se les cortaban los estambres (parte masculina de las flores donde se almacena el polen), lo que se conoce como apomixis, y es la capacidad de la flor para producir frutos sin un intercambio de material genético, sino como una clonación de sí misma.
En el segundo experimento se hizo la transcripción de visitas, en la que se mantuvo la flor completa y se evitó su contacto con las abejas para saber si era capaz de autopolinizarse espontáneamente; y el tercero, que fue el eje central de la investigación, consistió en esperar a que el botón de la flor abriera para quitarle la bolsa de tul y dejar que las abejas la visitaran.
Una semana después se revisaron los resultados de estos tres procesos y se comprobó que sí se producía un ensanchamiento en el ovario de las flores (caperuza verde de donde salen los pétalos y conecta con el resto de la planta), lo que muestra si hubo o no una polinización efectiva.
No son dependientes
Los resultados de los experimentos mostraron que, contrario a lo registrado en la literatura, las Melastomataceae de La Macarena no son completamente dependientes de las abejas. Por ejemplo, las plantas del género miconia tienen gran capacidad para reproducirse por agamospermia, que era cuando se quitaba el material genético masculino.
También se encontró que en algunas de las 15 especies con las que se trabajó eran capaces de autopolinizarse espontáneamente sin necesidad de que las abejas lleven a cabo la polinización movilizando el polen de la antera hasta el estigma, que es la parte femenina. Sin embargo, en todas las especies analizadas se reportaron mejores resultados cuando las visitaba un vector que cuando esto no ocurría.
“Aunque no son completamente dependientes de las visitas, sí se dan mejores resultados cuando las tienen; los frutos son más grandes y exitosos y hay una mayor cantidad de semillas”, señala la investigadora Henao, quien añade que por este motivo es necesario trabajar a partir de esa información en la protección de procesos como la polinización, y de las propias abejas que lo realizan