En Álvaro Gómez, como en algunos estadistas colombianos, desde Bolívar a Núñez, se encuentra esa pasión conservadora por impulsar el cambio en sus diversos campos de acción. Una característica común de estos tres personajes, reconocidos por ser defensores del orden en el Gobierno y promotores de varias reformas constitucionales, es que durante casi toda su carrera política fueron los campeones del cambio.
Los unió esa voluntad de cambio y de limpiar los establos degradados del quehacer político, lo que los llevó a luchar por la alta política y a chocar con los caciques de turno que entendían el servicio público como un medio para enriquecerse.
Los tres se movieron en la política con sentido de grandeza. Gómez no fue electo para la Presidencia por la que luchó en varias oportunidades, pero ejerció un influjo político en el país determinante. Incluso, sus adversarios llegaron a decir que de llegar al poder sería otro Núñez, otro regenerador que se eternizaría en el mando. De allí que se le atravesaban para que no pudiese conquistar el solio de Bolívar, en una especie de coalición de enanos que en todas las épocas se opone al estadista superior.
Su extraordinario aporte al pensamiento y a la cultura reposa en los anaqueles de no pocos periódicos en los que escribió, así como en algunos libros que se recopilaron de sus clases en la Universidad Sergio Arboleda. Todo ello sin que se hayan podido recuperar sus charlas de historia política en la universidad Javeriana, ni exista tampoco una selección de sus escritos en El Siglo.
En La Revolución en América, su obra del exilio en España - que no se ha vuelto a editar-, la riqueza de su crítica y la visión que tuvo del imperio español resplandecen, junto a la crítica a la revolución y el populismo como fuerzas destructoras de nuestra sociedad, que se extienden por épocas como un virus por nuestra región.
Relación con Fraga
De allí que los tres estadistas señalados figuren entre los grandes contrarrevolucionarios de nuestra región. En España, apenas el académico y político conservador Manuel Fraga Iribarne se parece a Gómez y, por lo mismo, los unían lazos de cálida amistad y de interpretación del mundo, que los llega a emparentar en algunos aspectos con José Antonio Primo de Rivera, más a la derecha que el español y el colombiano, por lo que actuó en un tiempo histórico de desencuentro político y conflicto bélico en España.
Álvaro Gómez está ligado a Fraga por la voluntad de capitanear el cambio por medio de las ideas y la persuasión. El español y el colombiano se movieron entre la palabra persuasiva y elocuente, al igual que por medio de críticas, tesis y propuestas que presentaban en sus escritos.
Por ejemplo, el 4 de junio de 1960, en famoso editorial que repercutió entre los historiadores y políticos del país, se refirió Gómez a “El crimen político de Berruecos” y “El asesinato de Sucre y los derechos humanos”. Sobre ese escabroso magnicidio de Estado que conmovió a Colombia, destacó la verosimilitud del historiador Posada Gutiérrez en sus memorias, donde dejó sentado para la posteridad que Flórez y Obando fueron cómplices necesarios en esos episodios nefandos. “El propio general Obando admite que no hay sino dos posibilidades: Flórez o yo”.
Las palabras que emplea Gómez para explicar el magnicidio de Sucre sirven para referirse a su propia muerte a manos del régimen un 2 de noviembre de 1995: “El asesinato de Sucre fue un crimen político. No solo por las causas que movieron a cualquiera que hubiera sido su autor, sino por las consecuencias políticas que el asesinato tuvo. La importancia política de Sucre como presunto heredero del Libertador y como primer prestigio militar de América, la misión política que iba a realizar en Quito y la circunstancia, accidental pero importante, de que el cadáver yació 24 horas abandonado sin presentar huella de robo, corroboran las características políticas de este hecho”.
Resulta increíble la forma en que se repite la historia con el crimen de Álvaro Gómez -que quería tumbar el Régimen- en perversa circunstancia política similar. Tanto Sucre como Gómez eran figuras contrarias el Régimen, que los asesina. Su probidad, talento y notable capacidad de crítica y convocatoria, los hizo blanco del Régimen. Uno que sigue siendo tan poderoso que no ha permitido que el homicidio de Álvaro Gómez sea considerado crimen de lesa humanidad.
Recordemos que él tenía la ambición, no de perpetuarse en el poder, algo que nunca pasó por su mente, sino de elevar culturalmente al pueblo colombiano. En ese sentido fue un educador, no solamente como profesor universitario, sino como forjador de la conciencia política de sus compatriotas. Su iniciativa de la elección popular de alcaldes para revitalizar la democracia municipal fue un éxito, hasta que las maquinarias políticas la desvirtuaron al tomarse las urbes y su presupuesto como un botín. También consiguió plasmar la planeación en la Carta del 91, con el objetivo de desarrollar la periferia del país y forjar el crecimiento equitativo, antídoto fundamental contra la violencia. Todo ello sin que los gobiernos hayan entendido su legado. Así como tampoco se entendió su lucha por moralizar las Cortes y la justicia.
* Director Adjunto