CRÓNICA. Bogotá cuenta con cerca de 10 millones de habitantes, aunque por ser la capital suma a diario cientos de miles de pobladores, quienes se destinan a integrar diversos círculos sociales que ampliamente ofrece esta ciudad cosmopolita.
Muchos de esos círculos sociales comparten en alguna ocasión una copa de vino, cerveza u otra bebida que en algunos casos puede desencadenar en un laberinto sin salida.
El alcoholismo ha pasado a ser definido como una enfermedad compleja con todas sus consecuencias. Los primeros síntomas se desarrollan siendo muy sutiles, incluyendo además la preocupación por la disponibilidad del alcohol lo que influye poderosamente en la elección por parte del enfermo, de sus amistades o actividades.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), define el alcoholismo como la ingestión diaria de alcohol superior a 50 grados en la mujer y a 70 grados en el hombre. Muchas personas caen en este abismo por diversos problemas personales o simplemente porque desde pequeños sus padres les dieron este tipo de ejemplo, como es el caso de María, quien desde muy niña empezó a ingerir alcohol porque su padre la llevaba con él a las cantinas y desde allí empezó a ver el licor como una salida para cualquier problema.
Desde que María, una docente que actualmente tiene 57 años empezó a notar que bebía sin poder parar, comprendió que era una alcohólica, ya que el trago siempre era su mejor aliado, pero también le ocasionaba grandes problemas.
Esta mujer que reside en Álamos Norte, frecuenta una de las casas de Alcohólicos Anónimos existentes en la capital, una comunidad de hombres y mujeres que comparten su mutua experiencia, fortaleza y esperanza para resolver su problema común y ayudar a otros a recuperarse del alcoholismo.
Para poder ser miembro de A.A., entidad que aunque existe a nivel nacional tiene mayores sedes en Bogotá, el primer requisito es el deseo de dejar la bebida. Cuando María conoció Alcohólicos Anónimos, ella empezó a reconocer lo grave que es depender de una copa de trago y poco a poco se ha ido desprendiendo de lo que algún día dominó por completo su vida hasta destruirla. María ha puesto voluntad y aún está en la lucha, pero ya ha ido alcanzando la meta.
Tocar fondo
Como María, muchas personas llegan en busca de ayuda a aquel sitio, lejos de las pretensiones, con zona de fumadores para cuando la ansiedad se apodera por culpa del licor.
Una alquilada casa de 2 pisos es la primera entrada en busca de la solución, un tinto o una aromática es la única bebida que allí se brinda, mientras se va rompiendo el hielo. Quien va por primera vez ingresa a una consulta con el Director de dicha fundación para determinar el tipo de problema y posteriormente se une al grupo que se forma a través de un círculo, donde quienes acuden cuentan su problemática y si han “tocado fondo” (en el caso de tener alguna reacción anormal).
En aquel círculo predominaban los hombres mayores de 40 años, quienes junto a los pocos jóvenes y mujeres iniciaron la sesión con una oración de la Fundación para pasar a dar su testimonio y así ser escuchados.
Posteriormente llega una frase muy diciente: “Esto no es una fundación para enseñar a beber es una fundación para dejar de beber, ya la decisión está en cada persona”, es la aclaración que realiza el moderador de la actividad. Nombre, edad y ocupación, es la primera identificación de quien se presenta, mientras se escuchan historias como la de Cristian, un joven publicista de 34 años que “tocó fondo”, cuando una noche llegó borracho y golpeó a su mamá, de 62.
Según Cristian, su relación con el licor se acentuó a raíz de su profesión, la cual ejerce desde hace casi 9 años, ya que debía cumplir con varios compromisos sociales entre semana y los fines de semana, en los cuales lo mínimo que recibía era un trago de whisky, rutina que se repitió a diario y se apoderó de él, sin darse cuenta.
Dentro de cada charla, la fundación recoge una donación voluntaria, aportes con los que este lugar compra el café, las aromáticas, la papelería, el arriendo del lugar y costos que se requieren por su funcionamiento. Aunque las reuniones son cada 8 días, estas casas disponen sus instalaciones para que aquellos que sientan mucha ansiedad se acerquen a buscar ayuda para permanecer sobrios.
Aunque cada testimonio es sorprendente, la historia de Juan, capta la atención. En su adolescencia Juan empezó a beber sus primeros tragos con sus compañeros del colegio como lo hace cualquier joven normal que bebe una cerveza sin saber que tal vez por no saber controlar sus emociones puede quedar atrapado en el alcohol. Según Juan, todos los días bebía con sus compañeros hasta llegar al punto de sentirse atrapado en una botella de licor.
Pero las cosas del destino llevaron a este hombre hacia un lugar donde lo primero que vio fue un dibujo con un hombre metido dentro de una botella, lo que paradójicamente reflejaba el estado en el que se encontraba y fue desde allí cuando tomó la decisión de rehabilitarse. Sin embargo, este proceso no fue del todo fácil porque Juan peleaba contra su voluntad.
Desde su experiencia vivida como prisionero del alcohol, Juan les da un mensaje a todos aquellos jóvenes que beben indiscriminadamente, ignorando los efectos negativos que pueden surgir en la vida de aquellas personas que no logran controlar sus impulsos.
En nuestra sociedad, infortunadamente es frecuente ver cómo en una piñata a los niños se les brinda Champin, o una copa de vino como algo normal, incitándolos a beber alcohol desde la infancia, sin darse cuenta de la grave influencia que esta actividad puede tener sobre ellos, es por esto que dichas casas no buscan enriquecerse a través de sus usuarios, pues entre más personas puedan permanecer en sobriedad, la batalla será más fácil de ganar.
EN LAScasas de ayuda para alcohólicos, se conocen muchos testimonios que sirven de ejemplo para la sociedad.