2017: ¿apretón y transición?

Domingo, 29 de Enero de 2017

Cualquiera, desde luego, esperaría que este año sea mejor que el anterior. Pero por desgracia no es lo que está ocurriendo. Las primeras cifras, en materia económica, dejan entrever razones para la cautela. En especial, por el duro impacto de la reforma tributaria, no sólo en el bolsillo de todos los colombianos, sino por el margen de espera que las compañías privadas han determinado para revisar los portafolios de inversión hasta marzo. Esto, ciertamente, porque si el mismo pronóstico gubernamental de crecimiento es apenas del 2,5 por ciento, pues es lógico que la cifra real pueda ser menor, tal cual suele suceder con las apuestas oficiales que tienden a enfatizarse, como es obvio, por el lado más positivo.

Y puede ser así porque, pese a que la reforma tributaria se anunció como la panacea para obtener mejores notas en la órbita internacional, este enero las calificadoras de riesgo evitaron darle el espaldarazo a la economía colombiana y, por el contrario, pusieron al país en estado de alerta y en efecto suspensivo lo que, por supuesto, atenta contra los indicadores de inversión. Ellas dejaron claro, por su parte, que el objetivo colombiano, al inmediato plazo, debe concentrarse perentoriamente en el recorte del gasto público y se espera que el Gobierno tenga un plan de mayor envergadura al exiguo planteado durante los debates de la reforma tributaria. Se entiende, por ello, que la administración Santos hubiera objetado esta semana la costosísima ley que les daba carácter de asalariadas a las madres comunitarias, pero aun así el recorte debe darse en los rubros existentes y los que, incluso con la reforma, amenazan la sostenibilidad fiscal y el pago de la deuda pública.      

Tampoco es bueno, de otro lado, haber cerrado el año 2016 con el desempleo al alza, según se publicó esta semana. Y como dice el gerente del Banco de la República, Juan José Echavarría, todavía está pendiente de controlarse el oleaje de la inflación, de modo que el rango meta entre el dos y el cuatro por ciento del Emisor aún permanece bastante lejano, lo que supone mantener las tasas de interés altas y estáticas, como sucedió el viernes, pese a la opinión gubernamental en contrario. Las tremendas alzas de enero en todos los productos, incluidos los combustibles, pasarán sin duda cuenta de cobro en la espiral inflacionaria. Frente a ello, la drástica contracción del consumo, que se empieza a palpar, no será aliciente para un año productivo.    

Está claro, por lo demás, que las cifras negativas de las exportaciones colombianas no se van a solucionar en un abrir y cerrar de ojos, como en algún momento los agentes oficiales lo prometieron, y faltarán aún varios años para modificar eficiente y efectivamente el modelo exportador. Es un hecho, asimismo, que la industria colombiana viene en un serio declive, por cuanto si ella representaba alrededor del 15 por ciento del Producto Bruto Interno, en 2000, para 2105 esa proporción había descendido al 11 por ciento. De suyo, el país se mantiene en un lejano décimo lugar en ventas externas por habitante, en Latinoamérica, lo que no se compadece, por supuesto, con el sitio que ocupa como uno de las naciones más grandes de la región. Es evidente, en los últimos años, la escasa dinámica de la economía colombiana y su curva descendente se ha vuelto deplorable y peligrosamente rutinaria. Pocas empresas, ciertamente, han logrado volcarse hacia afuera, generar rentabilidad a partir de la productividad y la competitividad, ser innovadoras, mejorar el factor humano y adquirir tecnología de punta. Mucho menos con el dólar alto.

Ante lo dicho, queda, a su vez, uno de los elementos esenciales de la nueva economía mundial: el efecto Trump, que hasta ahora se ha puesto sobre el tapete. Como se trata, en principio, de retrotraer todas las inversiones norteamericanas dispersas por el mundo al interior estadounidense, países como Colombia, con índices intermedios o inferiores de inversión, perderán todo estímulo para ser destino económico. Si a ello se suma la muy pobre gestión económica brasileña y mexicana, cuyas inversiones tienen importancia en el país, el panorama exterior es preocupante. Podría, sin embargo, la nación colombiana prepararse para la destorcida de la catastrófica situación venezolana, desde el punto de vista de servicios y productos, pero son tan nebulosas las circunstancias en el país vecino que ya nadie se atreve a apostar lo que puede pasar allí. No obstante, es un flanco para estar atentos, porque nada mejor para ambos países que el retorno a la relación especial, en materia económica, que se tuvo en décadas recientes, anteriores al chavismo.

Igualmente, el efecto Trump también podría proporcionar oportunidades para Colombia. Basta ver, por ejemplo, que con la caída de un plumazo del TTP, tratado multilateral en el que los colombianos se abstuvieron de participar, se abre en cambio las posibilidades de fortalecer nuestra Alianza del Pacífico y mirar con mayor decisión a China y Japón. Esa, a no dudarlo, debería ser una ruta que deba acoplarse de inmediato y hacia el futuro, sin desmedrar las relaciones con los Estados Unidos. La ayuda de Washington es hoy más que nunca vital para la erradicación de los cultivos ilícitos y la permanencia del Plan Colombia es básica en los nuevos retos de seguridad.

Otear el futuro con base, exclusivamente, en lo ocurrido en enero no es necesariamente aconsejable. Si fuera así resultaría evidente que estamos ante un año de apretón y transición. No sobra, desde luego mirarlo así, pero habrá también que confiar en los aspectos positivos de la economía colombiana para ir acomodándose a las nuevas realidades mundiales.