Una campaña incierta | El Nuevo Siglo
Domingo, 11 de Septiembre de 2016

Está demostrado, en las últimas encuestas, que la lectura del Acuerdo de La Habana no es necesariamente relevante para tomar una decisión, a favor o en contra, en el plebiscito. Y así queda constatado en algunas de las preguntas hechas. Basta, por lo visto, con una aproximación emotiva para tomar una determinación en cualquiera de los dos sentidos. Y es natural que eso ocurra. El excesivo detalle, la reiteración permanente de preceptos, la intención abierta de hacer un documento extenso y casi inaprensible, evidentemente escrito frase por frase a varias manos, inclusive un texto antitécnico si de llevarlo a las urnas era el trato, son circunstancias que pueden dar por agotado a cualquier lector desprevenido. No obsta, sin embargo, para insistirle a la ciudadanía que mantenga la paciencia y sus esfuerzos a fin de digerir el legajo y llegar al 2 de octubre con un voto a conciencia. Eso es lo que verdaderamente permite una paz estable y duradera e impide que después los sufragantes no sean motivo de sorpresas.  

Tal vez por esas dificultades del texto, en la guerra de sondeos existente, sigue siendo notoria la abstención, bien sea ella activa o pasiva. Activa en cuanto a la decisión voluntaria de no votar, en vez de desenmarañar el documento pletórico de incisos, o pasiva con respecto a la tradicional abulia de la mitad de la población colombiana ante las urnas. Que, por lo demás, viene en ascenso de tiempo atrás.

Lo ideal en un plebiscito, por supuesto, es que los ciudadanos que no suelen intervenir en política lo hagan en consideración al hecho trascendental que se consulta. En ese caso se esperaría, a no dudarlo, votaciones del setenta por ciento del censo electoral, como sucedió en el país con el referendo de 1957 o en el reciente del Reino Unido, sobre la permanencia o salida de la Unión Europea, que alcanzó una participación superior a esa cifra. No fue así, en modo alguno, con el referendo convocado en Colombia por el entonces presidente, Álvaro Uribe Vélez, en 2003, ni mucho menos con la Asamblea Nacional Constituyente del gobierno de César Gaviria, votada exiguamente en 1990. De modo que el punto clave,  sin dilucidar en las encuestas, es cuál será el número de sufragantes válidos, descontados los votos nulos y no marcados. 

En tal sentido, los porcentajes que vienen dando los sondeos por el Sí y el No muestran, ciertamente, una tendencia favorable al primero. Pero de los datos que se dan no es fácil determinar cuál sería el total de votantes y derivar de allí el número de sufragios para cada parte. De hecho, quienes hacen las encuestas insisten en que, en una elección típica, hay que descontar a lo menos un 20% del rubro general de votantes, en las encuestas, para aproximarse válidamente a una cifra cierta. Es decir que si las mediciones rondan el 55%  la participación efectiva, el día de las urnas, sería del 35%. En ese caso, de 34 millones de votos posibles del censo electoral, base del plebiscito, quienes se acercarán a las mesas de votación oscilarían entre once y doce millones de personas. Y de allí ya son fácilmente aplicables los porcentajes a los bandos de acuerdo con el rubro de los sondeos.

Esto, como se dijo, si se tratara de unas elecciones típicas. Pero como el plebiscito es inédito y no están engrasadas las maquinarias para sacar la gente a votar a diferencia de cuando está de por medio el pellejo propio, por decirlo así, es muy posible que la votación sea todavía más inferior. Otros, en cambio, sostienen que tratándose de tema tan importante como la paz la votación va a ser superlativa porque actuará como un imán ante el electorado y de allí la sobreexposición de la propaganda. Para los de más allá, en cambio, eso produce saturación y reserva. En todo caso hay quienes apuntan a la mitad efectiva del censo electoral, es decir unos 17 millones de votos e incluso más, lo que sería un verdadero batacazo en una nación desaprensiva de los instrumentos democráticos.

Al contrario, hay expertos que dicen que el censo electoral no es el punto de referencia, sino las últimas votaciones parlamentarias y la de la primera vuelta presidencial, sobre las cuales hay que descontar un monto, siendo el plebiscito una votación atípica. En ese caso, ocurriría lo contrario y la escasa participación pondría en duda los resultados, aun si ellos estuvieran por encima de los minúsculos umbrales establecidos.    

En el Reino Unido, con el Brexit, ocurrió que las encuestas fueron las grandes derrotadas. En las últimas semanas, antes de la veda (inexistente en Colombia) prácticamente todas daban de ganadora a la opción de permanencia en la Unión Europea y en algunas por decenas de puntos. Sucedió exactamente lo contrario. Y la sorpresa fue generalizada. En lo que sí se acertó fue en el porcentaje de participación ciudadana, en un país, claro está, donde la abstención no es la costumbre.

No es comparable con nuestro país, desde luego. Comenzando porque allí el mismo gabinete estaba dividido sobre la materia. En Colombia, sin embargo, el núcleo del No permanece unido en torno a una sola persona mientras que el Sí responde a una amalgama de corrientes, de izquierda, centro y derecha. Esto significa que cada una de ellas, en caso de ganar el Sí, tratará inmediatamente de cobrar el triunfo por aparte. Mucho más habiéndose convertido el evento en un mortero meramente partidista y signado por una pugnacidad que, antes de atraer, aparta a la ciudadanía independiente de las mesas de votación. Aun así, como suele decirse, la única encuesta válida es la del día de las urnas. Y en esta ocasión ello cobra más vigencia que nunca.