“Nueva historia” necesita tiempo | El Nuevo Siglo
Domingo, 29 de Abril de 2018
  • Cumbre de las Coreas, más allá de lo simbólico
  • Kim Jong Un y Trump tienen ahora la palabra

 

El tiempo será el que diga si hay una “nueva historia” entre Corea del Norte y Corea del Sur. Esa es, sin duda alguna, la premisa que más se acomoda al día después de la histórica cumbre que sostuvieron en la zona desmilitarizada entre ambas naciones sus respectivos líderes, Kim Jong Un y Moon Jae-in.

Más allá de la carga simbólica de todos y cada uno de los eventos que rodearon esta reunión, así como del ambiente  de esperanza que se respiró en todo el mundo al ver a estos dos mandatarios estrechar sus manos y comprometerse a avanzar hacia una completa desnuclearización de la península, es claro que sólo el nivel de cumplimiento de todos los puntos contenidos en la declaración conjunta será el termómetro real para establecer si la distensión es duradera y, sobre todo, si desaparece el temor mundial por las acciones desafiantes de Pyongyang con sus ensayos de misiles intercontinentales capaces de transportar una ojiva atómica.

La reacción del presidente estadounidense Donald Trump, que tras saludar la cumbre y sus resultados, también indicó que estaría atento a que se cumplan los compromisos, sobre todo por parte del régimen norcoreano, pone de presente la ponderación que debe primar ante lo sucedido. No hay que olvidar que en innumerables ocasiones Pyongyang suele dar bandazos en su política internacional. Prueba de ello no sólo fue el sorpresivo anuncio del régimen comunista de enviar deportistas de su país a los Juegos Olímpicos de Invierno que se realizaron semanas atrás en Corea del Sur, sino la disposición de Kim Jong Un a la reunión con Moon Jae-in en la zona desmilitarizada. No se puede ocultar que geopolíticamente pesa mucho que sea el primer dirigente norcoreano en pisar territorio surcoreano desde la guerra que tuvo lugar a mediados del siglo pasado.

Fue también Corea del Norte la que decidió acceder a una reunión hasta hace pocos meses impensable entre Kim Jong Un y Trump, pese a que en meses recientes habían intercambiado los más fuertes y desobligantes epítetos y amenazas en medio de la tensión por los ensayos de los misiles nucleares que, según el cerrado régimen comunista, ya tienen autonomía de vuelo intercontinental, es decir que podrían incluso impactar territorio norteamericano. Aunque todavía no se sabe cuál será la fecha de la cumbre y tampoco la sede, lo cierto es que la expectativa geopolítica alrededor de la misma es creciente.

Y fue también Corea del Norte la que anunció hace apenas unos pocos días que suspendía los ensayos nucleares y los disparos de misiles balísticos de largo alcance, bajo la tesis de que “ya había logrado sus objetivos”. Incluso sostuvo que cerraría las únicas instalaciones conocidas -al menos por parte de la comunidad internacional- para estudios y pruebas atómicas.

Visto todo lo anterior y siendo conocido ya el carácter voluble y temperamental del líder norcoreano, es obvio que la cautela sea la principal reacción frente a las implicaciones del histórico encuentro. Sólo a medida que se vayan cumpliendo los puntos del acuerdo se podrá ir visualizando si habrá una “nueva historia” entre ambas naciones. La reunión de los dos líderes en agosto -esta vez en Pyongyang-, la reapertura del programa de reunificación familiar y otros asuntos de índole típicamente bilateral irán mostrando, poco a poco, qué tanto cambiarán las relaciones.

Ya en el aspecto geopolítico, es evidente que el termómetro se empezará a mover a partir de la reunión entre Kim Jong Un y Trump, no sólo por el hecho mismo de concretar la cumbre sino por los acuerdos sobre el desmonte del programa nuclear norcoreano a que lleguen. Aquí serán determinantes las posturas que asuman China, Rusia, Japón, la ONU y algunas potencias europeas. Avanzar hacia un pacto de esas características no será fácil ni automático, e implicará cesiones de distinta índole al régimen comunista.

Incluso respecto al cierre de instalaciones de pruebas nucleares, sólo una inspección in situ de observadores internacionales podrá comprobar la veracidad del anuncio norcoreano, más aún porque hay expertos occidentales que sospechan que, en realidad, no se volvieron a utilizar por un accidente grave que las dejó inservibles.

Como se ve, más allá de la carga simbólica de todo lo que rodeó esta histórica cumbre entre las coreas, hay que ser muy prudentes antes de lanzar las campanas al vuelo y proclamar el fin de una tensión político-militar cercana a los 70 años. Ya se dio el primer paso, pero falta mucho camino y grandes obstáculos por superar. Por ahora lo que está sobre la mesa es un principio de voluntad política, pero, como reza una premisa popular, se requieren hechos, no palabras. Habrá que esperar a que los primeros se den y entonces sí sacar una conclusión sobre qué tan productivo fue lo que pasó el viernes en la zona desmilitarizada.