La paz a conciencia | El Nuevo Siglo
Jueves, 30 de Junio de 2016

·       El plebiscito no romperá la Mesa

·       Podría darse un reajuste del proceso

Con la declaración hecha por las Farc, según la cual ni aun saliendo victorioso el No en el plebiscito están dispuestas a volver a la guerra, en ningún caso botando, además, por la borda los esfuerzos de los últimos cuatro años, el debate sobre su incorporación civil y los métodos para hacerlo gana en la construcción de un ambiente proclive al voto en conciencia de los colombianos. Porque de eso, precisamente, debería tratarse el escenario de la refrendación popular y no, como venía ocurriendo, un teatro determinado por la disyuntiva de guerra y paz, tanto fomentada de consigna gubernamental como propagada por algunos parlamentarios oficialistas y ciertos columnistas acaballados en el dilema pacifista-belicista, a todas luces inexistente como puede concluirse de la afirmación antedicha, y desbaratada precisamente por los presuntos protagonistas de la supuesta retaliación vindicatoria en caso del triunfo de la abstención activa o la eventual negativa mayoritaria del constituyente primario a los acuerdos habaneros.

 

Desarticulada así la hipótesis de un futuro melancólico, de nuevo sangriento, bárbaro y avasallante, desestimado con todas las letras por la organización subversiva en trance de desmovilización, el viraje es sustancial. Ya no se trata, pues, como lo dijo un informe de ayer de este diario sobre la materia, del dilema entre guerra y paz, sino del círculo virtuoso de paz o paz. Una paz, ciertamente, que puede bien recibir el dictamen favorable de las urnas tal cual ha sido diseñada en Cuba o, en caso contrario, que bien puede ajustarse posteriormente para conseguir la mayor cantidad posible de respaldo de todos los colombianos a partir del consenso, las políticas de Estado y el acuerdo nacional. Ojalá fuera antes, porque tiempo y paciencia hay para ello, y lo sensato indica que un plebiscito divisivo, como el referendo británico, no es cosa de estadistas.

 

En todo caso, previamente ya estaba dicho en estas columnas que no era dable, por cuenta del albur plebiscitario regresarse un lustro y por esa vía retrotraer toda la historia a la década de los sesenta, por el capricho pueril de que si no es la paz suscrita exactamente en los mismos términos de La Habana ella es imposible. Faltaba más que un tema de tal contenido y envergadura fuera presa de semejante volatilidad antojadiza y de la ruleta rusa a la que querían exponerla. Ya no está en juego, por descontado, una paz que se anunciaba e interpretaba a partir del yunque bélico y no sobre el soporte democrático del voto libre y meditado. La dejación de armas por parte de las Farc, como está visto, es irreversible y las divagaciones en contrario, para hacer de ellas de nuevo el motor de la guerra en caso de perderse el plebiscito, parecerían fruto de un interés estrafalario y exótico a la propia organización. Y cuyos intérpretes de última hora perviven, claro está, lejos del axioma extraordinario y sencillo de Laureano Gómez de que a la gente hay que creerle. Esa, la base de la paz: la palabra; el resto es retórica y propagandismo en busca de los réditos políticos, esta vez a partir del plebiscito, que tanto daño han hecho a este país.

 

De su parte, ya no es factible que las Farc vayan a caer en la misma situación antecedente, cuando la mesa de conversaciones fue abandonada en Tlaxcala, México, por la delegación gubernamental. Todo fue dejado al garete, en aquel momento insuperable para la reconciliación, caído el bloque soviético y recién en marcha las instituciones de 1991, que tanto dieron para el optimismo, lo que a su vez  impidió convertir la Constitución colombiana en el tratado de paz que había ordenado la Corte Suprema de Justicia para el inmediato plazo. Con ello se decretaron 25 años más de guerra, que no pudieron eliminarse, a su vez, en el posterior proceso de San Vicente del Caguán, en parte por la terquedad de una guerrilla en ascenso terrorista, en parte por la insuficiencia en que administraciones anteriores dejaron a las Fuerzas Armadas y en parte por el impacto de la crisis económica heredada y la estrechez del tiempo, a diferencia de los gobiernos que gozaron de la reelección para preparar y cumplir sus cometidos. Pero la ruptura de entonces terminó en los mismos diálogos de hoy, gracias al Plan Colombia. En efecto, de la declaración de las Farc se desprende que no están dispuestas a nuevos enfrentamientos y a la misma e inusitada regresión mexicana.

 

Tan es así que para ellas una negativa del plebiscito no tiene nada que ver con el rompimiento de la Mesa de Diálogos. De modo que los colombianos podrán votar a conciencia, sin presiones inverecundas y pendientes de la paz que más se ajuste a su razonamiento.