El triunfo del Partido Popular | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Junio de 2016
+ La unidad del conservatismo español 
+ No es descartable cohabitación con el PSOE
 
 
En una democracia, como se sabe, el resultado de las urnas es el factor determinante. Así acaba de ocurrir en el Reino Unido, con el Brexit, y ayer en España con la esplendorosa victoria de los sectores conservadores. En efecto, sumados estuvieron a solo 7 escaños de la mayoría absoluta, cuando el teatro electoral auguraba un divisionismo sin precedentes y un bloqueo institucional de inciertas y gravísimas consecuencias. Ni las encuestas, ni una gran proporción de medios, tuvieron nunca en sus cálculos la capacidad del Partido Popular (PP) para convocar a los españoles y conseguir 137 escaños que, abonados a los 32 de Ciudadanos, significan una base centroderechista que exige, de inmediato, acabar con la interinidad del último semestre y ponerse manos a la obra para gobernar sin el aluvión de retórica. Lejos, muy lejos, del radicalismo que ha intentado por todos los medios poner en entredicho la viabilidad nacional
En ello, en primer lugar, Ciudadanos tendrá que entrar por la vía de la conciliación al interior de la cauda conservadora, sin renunciar por supuesto a las reformas, en particular la electoral, como bien lo señalaron sus líderes. Pero de ahí a darle largas a la imperiosa composición gubernamental en la que el núcleo conservador sea el factor dirigente hay mucho trecho. Por lo cual se esperaría que más pronto que tarde, ojalá de inmediato, el PP y Ciudadanos configuren la alianza básica para que el presidente Mariano Rajoy, triunfador indiscutible del certamen, inicie los diálogos con las demás vertientes. Tiene Ciudadanos que curtirse en las dificultades de la administración y hay en sus cuadros jóvenes que deberán aquilatar su liderazgo en la ardua tarea de sacar adelante las políticas públicas y compartir tanto las responsabilidades como los éxitos. Sin que ello, como se dijo, implique resignar los postulados de regeneración que pregonan y que bien harían como tonificante frente a ciertos sectores cuestionados del PP.
Corresponde, ciertamente, al conservatismo español la oportunidad gigantesca, dos a una, de seguir mostrándose como el activo fijo en el balance de la política de su país, disociándose de toda corruptela, y con la vocación de futuro que, contra todos los pronósticos, tendrá que mantener a partir del nítido triunfo en el día de ayer
De su parte, el PP sacó una amplísima ventaja al Partido Socialista (PSOE), segundo en votos, y duplicó a Podemos, el movimiento de unidad izquierdista radical promocionado desde sus inicios por el chavismo. El hecho, aparte de ser el conservatismo popular de lejos la colectividad más votada, es que el radicalismo no pudo desplazar a los centenarios socialistas, como había prometido, y que con ello se salva, de cierta manera, el influjo bipartidista español. De suyo, aliado con sectores de izquierda que en las elecciones de diciembre no lo habían acompañado, Podemos no logró subir un ápice en número de escaños, lo cual quiere decir, a su vez, que su respaldo fue inferior al de la justa anterior. No es entonces en lo absoluto descartable que, bajo un régimen de cohabitación, al estilo de los preceptos constitucionales franceses, el PP y el PSOE puedan unirse, por sí solos, en un gobierno de carácter transicional, concertado y ampliamente mayoritario que, sin desdibujar el programa de los triunfadores, pueda darle estabilidad política a España y continuar la ruta que le ha permitido salir paulatinamente del impacto de la crisis económica europea, liderada por Rajoy. No es hora ya de los discursos desgastados y las recriminaciones sin fin, por demás terminada la campaña con un dictamen elocuente, sino de mostrar la mayor cantidad de madurez y dejar el salpullido de los radicalismos de último cuño.
Mal se haría, desde luego, como suele ocurrir en España, en poner por encima los personalismos y la discusión perenne de las inaplazables necesidades de conformar gobierno. De nada sirve la política si ella, en vez de ser el instrumento adecuado para buscar respuesta y salida a los problemas, se convierte en un espinoso lastre para la ciudadanía y el mismo Estado. Inclusive el bajonazo en la participación electoral se debió, naturalmente, a una sociedad ahíta de un debate político signado por el Tongo le dio a Borondongo, y Borondongo le dio a Bernabé, es decir el eterno retorno de las broncas cotidianas. Por eso se incrementó la abstención y todavía será peor si no hay un gobierno a corto plazo que les permita a los españoles saber a qué atenerse.
El brexit fue muy polémico, pero en un abrir y cerrar de ojos el primer ministro, David Cameron, aceptó su derrota. Ahora el triunfo del jefe del Ejecutivo español, Mariano Rajoy, es contundente y así deben reconocerlo los demás para conformar  gobierno lo más pronto posible.