El país y la incógnita de E.U. | El Nuevo Siglo
Martes, 13 de Septiembre de 2016

En los Estados Unidos muchos de los políticos que llegan a los altos escalafones son pudientes. No es extraño que así sea porque allí el capitalismo y el éxito son parte sustancial de una carrera a tener en cuenta. No en vano la democracia se define allí como la cantera de las libertades y en ella juega un papel preponderante la propiedad privada. Por lo tanto, el sistema político y el sistema económico hacen parte de un conjunto y sus protagonistas tienen vía libre para demostrar sus credenciales en cualquiera de los dos frentes.

Aun así nunca, en ese país, se había tenido un magnate con posibilidades ciertas de acceder a la presidencia. Algunos, ciertamente, lo habían intentado como una tercera opción, frente a los dos partidos tradicionales, y otros lo habían tratado de realizar a través de la vicepresidencia. Pero en realidad no encontraron eco en sus pretensiones, porque en el fondo siempre hubo aprehensión popular y desconfianza en los procedimientos empresariales aplicados al Estado. 

Los estadounidenses en cambio optaron, en los tiempos contemporáneos, por familias de renombre, como la Bush o la Kennedy; por granjeros, como Carter, o sindicalistas del cine, como Reagan; por políticos profesionales, como Nixon y Bill Clinton; y últimamente inclusive por un afrodescendiente, como Obama, que termina su doble mandato con una dosis aceptable de favorabilidad. Está demostrado pues que, aun si con algunos intentos fallidos, los empresarios preferían actuar indirectamente en las justas electorales y más bien dentro del territorio de las donaciones o tras las bambalinas partidistas.

Todo eso se vino a pique con la intempestiva aspiración de Donald Trump, aun cuando en principio se pensó que no pasaría de otra frustración más. Y con ello se ha puesto patas arriba la política estadounidense. Porque de nuevo Trump, después de estar recientemente en el sótano de las encuestas, ha emergido como una carta viable contra Hillary Clinton. De hecho, en el promedio de los sondeos hay apenas dos puntos de diferencia, dentro del margen de error, y en las últimas mediciones de más credibilidad, como la del mayor periódico de Los Ángeles, Trump saca una ventaja de tres puntos. Desde luego, en los Estados Unidos la presidencia se define por el voto de los Estados y no por el voto popular. En todo caso es indicativo de lo que está comenzando a suceder. Si no es por el respaldo casi unánime de los afrodescendientes y un 53 por ciento de los latinos, acorde con lo que muestra esa encuesta, Hillary estaría aún más a la baja.

Ahora, por lo demás, las cosas se han puesto difíciles para la candidata demócrata por el manejo de su enfermedad. Si bien el diagnóstico es el de una neumonía, lo que no debería dar para muchas preocupaciones, el intento de su campaña por esconder el asunto ha despertado todo tipo de recelos, aun entre sus adherentes. Es ya vieja la incógnita sobre la salud de Hillary y es muy posible que ello comience a incidir en las estadísticas. Y por eso lo más obvio es que Hillary como el mismo Trump, ambos rondando los 70 años, presenten a la opinión pública sus cuadros de salud general.

En tanto, para Colombia es fundamental establecer una relación con ambos candidatos a la presidencia norteamericana, al menos para intercambiar ideas por vía reservada. Hasta el momento, como se sabe, el respaldo al proceso de paz del Gobierno Obama ha sido fundamental, aunque en los últimos días se ha hecho evidente el llamado de atención sobre el auge de los cultivos ilícitos. Parecería, en efecto, que el apoyo consiste en mantener el objetivo claro: la disminución de la violencia y la erradicación tanto de las hojas de coca como de la comercialización del alcaloide. Hillary, como se sabe, tiene un amplio conocimiento del país. Pero Trump, no, o por lo menos no se sabe que lo tenga más allá del reinado universal de la belleza. Y más vale aproximar al candidato republicano para no tener después sorpresas desagradables, por cuanto el respaldo norteamericano en la aplicación de los acuerdos de La Habana, en caso de ganar el plebiscito, es fundamental.

Los Estados Unidos, frente a Colombia, han trazado desde hace tiempo una política tanto bipartidista como de Estado. Caso concreto el del Plan Colombia pero más recientemente el de la declaración conjunta, en el Congreso, sobre el proceso de paz, no sin ciertas advertencias. Tener al tanto a los dos candidatos no parece fuera de lugar. Por el contrario, sería indispensable en el juego futuro de Colombia.