¿Generaciones de Caldas frustradas? | El Nuevo Siglo
Sábado, 7 de Octubre de 2017

Soy optimista en relación con las nuevas generaciones de Caldas. Cada generación hace lo suyo. ¿Los fundadores de Caldas, Risaralda y el Quindío, fracasaron por no escribir libros famosos, ser oradores al estilo de Demóstenes o empresarios del poder de los Santodomingos o Sarmiento Angulo? La colonización fue la realización extraordinaria de un grupo de hombres descomunales. Como Dios, todo lo hicieron de la nada. Sin vías, sin transporte, sin puestos de salud, sin recursos se le enfrentaron a la selva hostil y agresiva, invadida por animales sanguinarios, réptiles venenosos, abismos y ríos indomables. Todo lo domesticaron, lo sometieron, lo civilizaron y lo humanizaron. Entre esta y las generaciones que vinieron luego, crearon la poderosa cultura del café. Cuando el país recibía un dólar por la riqueza petrolera, ya había recibido 7 por la exportación cafetera. ¿Fueron estos hombres unos fracasados?

En lo cultural tuvimos a figuras gigantescas como Bernardo Arias Trujillo y Aquilino Villegas. Caldas ha sido una cantera de hombres fenomenales.

¿Se frustraron Londoño y Londoño, Alzate Avendaño y Silvio Villegas por no haber llegado a la presidencia? No, en absoluto. ¿Vale históricamente más Rojas Pinilla que Jorge Eliécer Gaitán por el no arribo a la cabeza del ejecutivo? Goethe repetía: “... El que después de una lucha bravía y genial no hayas llegado a donde deseabas, es lo que te hace grande”. Todo esto se me ocurre al leer y releer hermosas páginas de la autobiografía de César Montoya Ocampo titulada: “Memorias de Juan, el Ermitaño”. ¿Quién le puede negar a César Montoya Ocampo el título de “Maestro de maestros” como escritor inimitable? En la oratoria es el mejor entre los más sobresalientes y hago esta afirmación en una época en que tuvimos tribunos gigantescos como Carlos Holmes Trujillo, Hernán Isaías Ibarra, Pedro Nel Jiménez, Alberto Santofimio y otros más.

Las 197 páginas de “Memorias de Juan, el Ermitaño”, sacuden, emocionan, ilustran, enriquecen e impactan hondamente. Es la vida estremecida de un luchador provinciano. Lo que hacemos todos los que hemos querido salir de lo más hondo del abismo. El éxito es hijo de muchos días sin comer y muchas noches sin dormir. Los que le hemos hecho un seguimiento a la inteligencia y al carácter de César Montoya hemos constatado en su espíritu el tener todo lo que se necesita para triunfar en la vida. Músculos, nervios, capacidad, ambición, para cumplir una poderosa misión en la tierra. Pocos con tanta fortaleza para saltar olímpicamente del anonimato al triunfo, la fama y el prestigio. Me refiero básicamente a la maciza gloria que da el humanismo sin fronteras. César es de una cultura oceánica. Los hombres pasan, pero los libros quedan. Los colosales valores de Caldas se salvaron, no por la política, por su cultura sin orillas. En lo que escribe César se palpa al hombre sanguíneo, emotivo, torrencial. Sus ensayos son cátedra de sabiduría y belleza. Sus frases lapidarias no se olvidan y las heridas que abren no cicatrizan.