CRÓNICA. Sin pan, sin repuestos, en Venezuela | El Nuevo Siglo
Foto Agence France Press
Sábado, 29 de Abril de 2017
Pablo Uribe Ruan

Por Pablo Uribe 

Enviado especial a CARACAS


SI LLEGA la harina, hay pasta o se consigue un repuesto del carro, el día puede cambiar en Caracas. Si no, hay que seguir “matando el tigre” (rebuscándosela). Los caraqueños perciben el tiempo de manera diferente, que usted, que yo. Para ellos es una noción más elástica, holgada y variable.

En Venezuela no se sabe si esos productos, como otros tantos, van a llegar. Las personas, sumidas en interminables filas, muchas veces reciben un  “se acabó, ya no hay”, luego de cinco horas bajo la sombra, inexistente en ciertos lugares.

Algunos dan la batalla el lunes, otros el miércoles, todo depende del número de la cédula, o, de los rumores que corren entre calles. El racionamiento de alimentos muchas veces se rompe en una fila, que puede significar, vaya usted a saber, un paquete de harina pan.

A Caracas se le conoce como la ciudad “de los techos rojos” o, recientemente (hace 30 años), de “las guacamayas”. Hay tantas aves de este tipo como filas en la calle. Abundan ambas, pero se perciben en distintos momentos del día. Unas se toman las terrazas de los edificios al atardecer; otras, por lo general, invaden las calles cuando sale el sol, hasta bien entrada la tarde. 

 

No hay pan pa'tanta gente 

Unas 100 personas se organizan una tras de otra en la esquina Candelaria Norte, al lado del edificio las Palmas, para comprar pan. Ubicado en la periferia del centro, dicen que se consigue más fácil este producto aquí que en otros municipios -localidades- de Caracas. 

“Tengo una hora y pico aquí. Vengo de Charallave, imagínate tú. Toda la mañana caminando y ahorita fue que conseguí pan por aquí. No hay harina en ninguna panadería”, dice un hombre insatisfecho, pero condicionado al ritmo de “esta nueva Venezuela”, con la esperanza de conseguir algo. 

 

Fila

(Fila en una panadería en el barrio la Candelaría, en la periferia del centro de Caracas. Foto: Pablo Uribe Ruan)

 

La parsimonia con la que trabaja el que designa los turnos, así como la de una tortuga, hace más dispendiosa la fila. Su labor es asignar grupos de cinco personas para que entren a la panadería y obtenga cinco panes por 650 bolívares (Bs o bolos) (6,5 centavos USD). Basta recorrer unas cuadras hacia el oeste para que en la “Croissantina” una señora desinfle, con una certera frase, al que busca el producto por allí “no hay harina, entonces, no hay pan”.

Esta realidad es el “pan de cada día” en Venezuela desde que el 13 de marzo el Gobierno impuso una regulación para establecer el funcionamiento de las panaderías, que, según el oficialismo, especulan con los precios. Desde entonces, tienen que trabajar con 300 sacos de harinas al mes, que no les alcanza. “Lo que está ocurriendo es consecuencia de la expropiación de más de 1.500 empresas”, explica un diputado opositor. 

Un funcionario vestido con una camiseta azul que dice “SUNDDE” certifica la venta en la panadería el Palacio C.A. Viene de parte de la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos. Su papel es verificar si los precios son los regulados y si tienen harina. En la entrada, lo custodia un escolta con chaleco antibalas y una pistola colgada en su cadera, como si estuviera depositando altas sumas de dinero en un banco. Pero no, es pan. 

En Chacao, al este de Caracas, donde vive gente de mayores ingresos, el pan es reconocido por su escasez. Hijo de portugueses, Juan, hoy  propietario de un establecimiento cerca a la Francisco Miranda, cuenta que este municipio “como es de oposición, entonces el Gobierno a lo mejor no les manda suficiente suministro de harina. Yo vivo en Libertador, se hace cola, pero les llega”.  

"El racionamiento de alimentos muchas veces se rompe en una fila, que puede significar, vaya usted a saber, un paquete de harina pan"

Se rumora en los círculos panaderos que a partir de mayo el abastecimiento de harina estará a cargo de una sola empresa, de propiedad del Gobierno, para cada municipio, a diferencia de los últimos meses, en lo que “cinco o seis te podían vender harina de trigo”.

Desalimentación 

La palabra “desalimentación” no existe en castellano, pero se parece a desabastecimiento y hace referencia, con respeto a los puristas, al opuesto de alimentación. Puede, también,  tener una correlación con desastre. Ese que día a día viven los venezolanos, agobiados por la falta de productos, hiperinflación y desnutrición. Un monumental desastre.

Esta mezcla de dolores de cabeza los ha llevado a perder 8 kilos. Muchos, ahora, son delgados por la “dieta de Maduro”, como la llaman. “Yo era un gordo de 120 kilos y ahora debo pesar menos de 80 kilos. Talla 34, cuando mis pantalones eran 44. Antes yo me metía unos buenos platos. Ahora la bolsa de Mercal viene reducida”, dice un guardia de seguridad en el Centro Comercial Altamira.  

La delgadez del venezolano se nota en la anchura de sus camisas, camisetas y pantalones. A las prendas que viste les sobra tela, pero no por una apuesta de salud o belleza, como el que rebaja por una dieta, sino porque el país le exige comer menos, una vez al día, en el caso de muchos. O, hurgar en la basura. 

El olor a cebolla larga y naranja fresca se mezcla con el de la basura en  las adyacencias de Quinta Crespo, principal mercado de Caracas. Sin más posibilidad que negociar con un “bachaquero”, la gente viene al mercado por productos regulados que se venden a escondidas: arroz, azúcar, desodorante, crema dental (la que más escasea). No, como se espera, por vegetales o frutas. 

 

Mercado

(Mercado de Quinto Crespo en el centro de Caracas. Foto: Pablo Uribe Ruan)

 

De al menos 24 años, una morena delgada -bachaquera- se acerca a los visitantes. Su trabajo es vender productos a un precio mucho mayor al de los supermercados. Se rumora que la Policía, parqueada al frente, le ayuda con el suministro. También, algunos propietarios de supermercados le avisan cuando llega un producto regulado y ella, con sus largas piernas, encabeza la fila para acaparar parte importante de los productos y revenderlos a precios mucho más elevados.

“El arroz está a 4.500 Bs kilo, la azúcar 4.000 kilo, el desodorante a 3.500”, dice, en un tono bajo, sin gesticular para no generar sospechas. En un supermercado el costo del kilo de arroz es 600 Bs. aproximadamente, siete veces menos. 

Al final de la tarde, decenas de personas se reúnen en Quinta Crespo para  encontrar algo de comida, sea de buena, media o baja calidad. Una y otra vez, esta escena se repite en cada municipio de Caracas, cuando cae el sol, en especial.

Poblada por ciudadanos de mayores ingresos, en Altamira, Ómar Córdoba busca en la caneca. “Me veo en la obligación, un hombre de clase media, de salir a buscar el sustento”, cuenta este artista plástico que también busca pinturas. Con molestia explica que “los negocios ni están regalando cuero de pollo, ni pellejo, ni grasa de res” y “en el mismo mercado de Quinta Crespo ya venden hasta los huesos, pelados, pelados”.

Como Ómar, el 8% de los venezolanos come de la basura, según Cáritas. En un informe de finales de 2016, la fundación  publicó que “se registraron estrategias como comer ‘en la calle’, incluyendo la mención de las sobras de restaurantes y contenedores de basura (8% hogares), ‘pedir’ comida en la calle y comer con la ayuda de la iglesia (3% hogares)”. Quiere decir que cerca de dos millones setecientos venezolanos han comido alguna vez sobras de restaurantes o basura. 

El Clapismo

En mayo de 2016, el Gobierno lanzó los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), para garantizar la distribución de productos alimenticios. Enfrentó de esta manera la  “guerra económica y el acaparamiento” que, según el chavismo, hacen que no haya alimentos en los supermercados. 

Rodeado de funcionarios tan convencidos como el claustrofóbico que se sube a un ascensor, Maduro, en la televisión, toma una bolsa que será de los CLAP. Adentro hay arroz, azúcar, algo de pasta. “Esta pasta es buena, ya me dio hambre”, se regocija ante su gente (21 de abril).

Una investigación de TV Azteca revela que parte importante de la comida de los CLAP viene de México, como pago de una ayuda humanitaria que el presidente Hugo Chávez le brindó al gobierno de ese país. Otra parte, publica Armandoinfo, viene del “plan especial de abastecimiento alimentario”, que supondría, “la adquisición de diez millones de combos de alimentos venezolanos, mediante mecanismos justos (…) frente a la guerra económica”, firmado por la Gobernación del Táchira en octubre de 2016.

Esos paquetes, que presumen un abastecimiento moderado, sólo le llegan a unos cuantos. Fundaciones como Cáritas explican que sólo 2% de los hogares entrevistados recibieron este paquete de alimentos, que, en teoría, se reparten quincenalmente. Ricardo, un taxista, cuenta que “la gente recoge su bolsa, más o menos, una vez cada mes y medio”. 

Debajo de un puente, en El Valle, una mujer sale de un Mercal -mercados del Gobierno-.  En el piso pone una bolsa transparente con un sello que dice “9.700 bolívares” (2,5 USD). Eso le costó el suministro de productos regulados, que pueden ser adquiridos conforme a una lista de cédulas que indica cuándo puede mercar. 

Elegir, en la Venezuela de hoy, no es una opción. Y los subsidios alimenticios tampoco alcanzan. Cestaticket, dinero que el Gobierno deposita a las personas de menores ingresos en bonos de alimentación o tarjetas, es insuficiente ante el desabastecimiento, por un lado, y la hiperinflación, por el otro. 

Esta insoportable realidad perjudica a cada uno de los venezolanos. Es generalizada y no conoce clases sociales. Con su hijo en los brazos de su marido, Velkin, una oficinista de clase media,  merca en un supermercado de Altamira.  “Mi salario base es 120.000 bolívares más el beneficio de alimentación de 108.000”, dice, a lo que le suma los 80.000 que gana su pareja (73 USD). Con esto, “no nos alcanza”, declara, contando que les toca recurrir a otros trabajos como pintar casas o  gerenciar eventos sociales -si los hay-. 

 

Billetes 
(Fajo de billetes para comprar una gaseosas “freskolita” por 1.500 bolívares. Foto: Pablo Uribe Ruan)

 

Habitualmente Velkin llena la cesta con productos. A diferencia de ella, Morela, 53 años, se encuentra en los últimos lugares de la larga fila que le da la vuelta a “Abastos el Sorrento”, en el centro. “Están vendiendo harina pan y pasta. Hago esta cola semanal. A veces hacemos la cola, pero no llegamos, ya todo se ha acabado”, cuenta, desposeída de toda esperanza para comprar el producto.

En la fila, la gente piensa y se pregunta: ¿hasta cuándo? A muchos, incluso, se les pasan malos pensamientos por la cabeza: qué bella morena, qué linda catira. Y, quizá, ambientan la mañana al son de la música llanera de Luis Hurtado: “todos los venezolanos vivimos sufriendo una pesadilla, porque en los supermercados ya no se encuentra comida (…) hay que calarse una cola como de aquí a Barinas”. 

Yuca, pasta y (desnutrición)

Para saciar el hambre, los venezolanos consumen tubérculos, cereales (maíz o, antes, pan), queso, azúcar y grasas. Esta dieta, según los expertos, resulta inadecuada en el 52% de la población, que tiene un desbalance alimenticio asociado al desabastecimiento y el costo de los productos.  

Los datos son abrumadores, a todas las escalas. Entre 66%-71%  de ciudadanos han tenido un deterioro en su alimentación y entre 48%-80% han enfrentado alguna forma de privación alimentaria. Sea esta, comer una vez al día, desmembrar el grupo familiar o pedir o buscar en las calles. 

Según Antonio Ecarri, de la Fundación Arturo Uslar Prieti, 23 millones de venezolanos están en riesgo de desnutrición. Uno de los sectores demográficos más afectados son los niños. De acuerdo a un estudio de Cáritas en barrios de cinco estados del país, el 25% de las niñas y niños evaluados mostraron alguna forma de desnutrición aguda y el 28% mostraron riesgo de desnutrición, lo que significa, en la clasificación de la OMS, que hay una severidad media de desnutrición. 

 

info

 
El venezolano, sin embargo, se las ha ingeniado para hacerle el quite al desabastecimiento. Usa batata en reemplazo del maíz para hacer Cachapa (arepa de choclo). Lo mismo ocurre con el producto nacional, la arepa de harina pan. Algunos han optado por hacerla de yuca, así la textura y el sabor cambien. 

Un panadero que ha probado arepa a base de este tubérculo explica que, “en Venezuela hay mucha variedad de yuca, entre ellas, hay una amarga, que es por la que ha muerto gente”. 

La yuca amarga tiene un complejo proceso de elaboración para poder ser consumida por los humanos. Los indígenas venezolanos usan “el casabe” que consiste en dejar quemar este tubérculo bajo el sol sobre una hoja de plátano. Pero este método no se emplea en las áreas urbanas donde cierta gente la compra sin tomar las precauciones necesarias. 

Al noroeste del país, en el estado de Monagas, han muerto cuatro niños por ingerir yuca amarga. Van 79 intoxicados en total

Sin repuestos

Ricardo tiene un Renault Symbol 2008 que compró ese año a 55.000 bolívares con sus ahorros. En esa época, la gente tenía la posibilidad de guardar unos bolos y gastarlos en artículos que no estuvieran relacionados con la subsistencia mínima, como ahora. “Hoy no hay manera para ahorrar y comprar otro carro. La inflación te come”, cuenta.

Por las calles de la avenida Francisco Fajardo, a la altura de las obras del muralista Zapata, ruedan carros que, en su mayoría, son anteriores a 2011. Pocos son nuevos, salvo algunos que han sido comprados por personas que trabajan en el gobierno, ganan en dólares o tienen altos ingresos. 

Algunos, como José, prefieren conseguir un carro viejo sin sistema electrónico antes que entrar en la aventura de encontrar una pieza electrónica para encenderlo. “Yo ando con un carro viejo de 30 años y soy mecánico. Es más fácil de reparar que una reparación de computadora que puede salir por 3.000 bolívares”, cuenta este mecánico que tiene su taller en una esquina de Altamira. 

"Algunos, como José, prefieren conseguir un carro viejo sin sistema electrónico antes que entrar en la aventura de encontrar una pieza electrónica para encenderlo"

La dinámica con el cliente es muy sencilla. Consiste, al igual que cuando se acaba el pan, en ser claro: “no hay repuestos”. La diferencia es que José, ávido de trabajo, le dice: “consíguete el repuesto y te lo reparo”. 

Esa frase puede ser el abrebocas a navegar horas y horas por Internet y chats en búsqueda de repuestos. “No hay mercado de repuestos. Todos los presupuestos los rechazan porque los precios cambian todos los días”, cuenta José.

Los repuestos sufren el desabastecimiento y la hiperinflación. Una llanta (caucho) producida en China -lo único que se encuentra- cuesta 230.000 Bs (54 USD). En 2008, cuando Ricardo cambió el tensor, la correa y el patín de su Renault, gastó cerca de 1.600 bolívares.  Hoy, cada vez que enciende su carro, chilla la cadena y se ve obligado a poner su pie izquierdo sobre el embrague, hasta que entre en calor el motor. 

Objetos de un supuesto privilegio, los carros chinos, marca Cherry, tampoco tienen repuestos. Uno de sus modelos está parqueado a la espera que su dueño traiga el exosto (catalizador, en Venezuela). Parece un Nissan. 

“Un 3% de mis clientes ha comprado carro. Acá no hay reposición de vehículos por seguridad, ni nada de eso. Los carros andan sin catalizador. La mayoría de carros se lo quitaron por el tema de los repuestos”, explica José, quien no se fía de la industria automotriz china. 

 

Colectivos

(En Caracas se puede ver estos lugares donde los “colectivos”, fuerzas cívicas irregulares, se organizan. Foto: Pablo Uribe Ruan)

 

El estudio del parque automotor, elaborado por la Cámara de Fabricantes Venezolanos de Productos Automotores (FAVENPA), en 2014, explica que, a la fecha, casi el 50% de los carros tenían una antigüedad mayor a 11 años. Tres años después, esta cifra ha aumentado, quizá, de manera desproporcionada

Unas cuadras más al este, un mecánico (que prefirió no dar su nombre), dice que “el Gobierno entrega los carros chinos bajo misiones. Los concesionarios del Estado le prestan el servicio a esos mismos carros”. Por lo visto, hay quienes prefieren reparar su vehículo chino en un taller privado. ¿Existe, también, desabastecimiento de repuestos en el oficialismo?

La amargura de la crisis, y el calor, se pasan mejor con un cepillado mojado en salsa de parchita (maracuyá). Por unos minutos, el venezolano se olvida que la única faceta de la vida se llama subsistencia. Sin pensar en colas, robos, desabastecimiento, toma asiento y respira el aire que viene del mar y se queda en el valle de Caracas. Y, ríe, bromea: lo único que no escasea.