Cuando se navega por el río Amazonas se puede apreciar la inmensa selva que resguarda la otra esencia de la región, sus comunidades indígenas. Basta media hora de recorrido en lancha para que la curiosidad de percibir de cerca lo inimaginable esté a punto de ser realidad.
Un desvío por el río Tucuchira, son los 3 minutos de distancia que restan para llegar hasta la comunidad Yagua, una aldea con 485 habitantes y 79 familias que aguardan por aquellos visitantes que venimos repletos de expectativas en conocer su cultura.
Desde la orilla del río, unos 15 niños Yaguas saltan y corren de un lado a otro en señal de bienvenida, estaban en clase de educación física con el profesor Jonás, quien no les impidió que su curiosidad tampoco fuera sosegada.
Querían ver quiénes los visitaban, brindar un abrazo y una sonrisa que los hace únicos. Entre aquellos niños estaba Gleni Yanix Pineda, una pequeña de 6 años que ansiosa quería presentarnos a su padre, un joven integrante de la comunidad que trabaja la artesanía.
Un puente sin barandas de metro y medio de altura, construido entre cemento y tablas, es el camino que durante unos 4 minutos debe recorrerse para entrar a su territorio. Casas en madera, con techos hechos en hojas de palma seca al lado y lado del sendero, son la primera postal que presenciamos los visitantes con nuestros propios ojos, quienes quedamos perplejos de aquella imagen que tan sólo conocíamos a través de documentales o Internet.
La raíz Yagua
Allí estaba Albeiro, padre de Gleni, quien bajo 35 grados de temperatura tallaba un gran palo de balso que posteriormente pintaba con achote para elaborar unos rostros indígenas, la artesanía más trabajada en el departamento del Amazonas.
EL NUEVO SIGLO conversó con Albeiro, cuyo nombre es el occidental o legal, o también llamado Nuah (nombre de ave), dentro de su comunidad y quien nos compartió algunos detalles de lo que es su cultura. “Aquí de la parte de la inayagua somos artesanos, agriculturas y cazadores. Si ven algunas mamás con plumas, ellas se sienten muy orgullosas de que el esposo sea cazador de aves y animales, de pronto un colmillo que ustedes ven en las artesanías o puestas por ellas mismas o los hijos es porque fue del animal que cazó su marido”.
Acerca de cómo se fundó su comunidad, el habitante relató, “estamos hablando casi del año 75, venimos trabajando por el señor Zalique quien trajo a 5 familias de la parte de Perú para Colombia. Esas 5 familias se les trajo para trabajar el turismo, luego comenzaron a llegar los primos, nietos, sobrinos, abuelos y entre otros ya se formó una comunidad entera”.
De los mitos de la selva, Albeiro cuenta que: “El agua se creó por dos niños que llegó la parte de sus abuelos y vio una ceiba que estaba cerca de la casa, entonces después de pedirle el agua a su abuelo le solicitaron tumbar la ceiba y él dijo que tranquilos que lo pueden hacer, entonces los dos nietos tumbaron el árbol y ahí fue donde se creó el río Amazonas”, asegura el joven artesano quien no ha estado en otra región más que su querido Amazonas y que sueña con conocer Bogotá.
Continuando con el recorrido, el cual es liderado por el programa de turismo de On Vacation, encontramos la Maloca, el sitio sagrado para aquellos indígenas que nos reciben pintando y delineando nuestras caras con achote en señal de bienvenida, las cuales quedan dibujadas con color rojo, color que para ellos representa fuerza y poder. Su vestimenta es muy sencilla, un telón rojo en la parte inferior y descubierto en la superior los identifica como Yaguas, que significa “hombres pintados de rojo” y quienes necesitan que les equipen su puesto de salud, pues según Albeiro “hay cosas que por nosotros mismos no se pueden curar y se necesita el saneamiento básico”.
De repente en la maloca, un tambor empieza a retumbar, el cual es la señal para comenzar a danzar, toman de gancho a sus visitantes y prontamente nos ponen a bailar. Tres pasos adelante y dos atrás son el paso a seguir mientras se recorre circularmente aquella maloca.
Ticunas, generación de progreso
Una fiesta similar se cumple en la comunidad Ticuna, ubicada a 2 minutos en lancha de la de los Yaguas, allí hacen alusión al nombre de su resguardo, El Progreso, pues su aldea, forma de vestir y comportamiento es tan pulcro como su alegría, bondad y amabilidad.
Allí, según la creencia de su comunidad y muy similar a la de los Yaguas, cada tres años se celebran las fiestas durante 7 días porque los chamanes tienen que llamarse el espíritu de la selva para representar fuego, tierra y aire. Cuando llega ese espíritu las mujeres son escondidas porque a ese espíritu “no le gustan las mujeres”, pues trae un secreto para los hombres y si la mujer llega a saberlo, puede enfermarse al aparecerle unas llagas incurables que nunca le van a sanar.
Cada familia tiene entre 4 y 7 hijos, por lo que hace que ésta conserve su expansión. Su modo de planificación es la semilla del limón, la cual se cocina y debe ser tomada por la mujer cuando ésta tiene el período menstrual.
“Mi mamá se curó con el chamán porque tenía problemas cervicales”, relata Carolina Tomás, quien viene de la Pampa, Argentina por segunda vez al Amazonas, pues luego de conocer con unas amigas, quiso retornar con su familia para compartir de esta cultura que le pareció única “me gustó todo: las costumbres que tienen, como viven, la selva, te transmiten mucha alegría y la verdad que es muy lindo y diferente verlo por la tele a verlo personalmente”, opinión que comparto sobre esta cultura ubicada en el pulmón del mundo.