Un rozón de bala en su mano derecha le recuerda a Luz Estela Florez la aciaga madrugada hace 22 años en que la guerrilla FARC irrumpió en La Chinita, corazón bananero de Colombia, en una masacre que dejó 35 muertos y decenas de vidas segadas.
Pero más allá de su dolor, esta mujer de 48 años que, como otras esposas de trabajadores de fincas bananeras ese 23 de enero de 1994, quedó viuda, con niños a cargo y sin sustento, anhela el fin del conflicto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), alzadas contra el Estado desde hace más de medio siglo.
"Quisiera que pudieran firmar la paz, porque si hay paz, hay tranquilidad", dice a la AFP frente a la modesta casa en ese otrora barrio de invasión en Apartadó, donde su esposo Ángel Daniel Hinestroza fue acribillado delante de ella y de sus hijos por guerrilleros llegados de repente a una rumba organizada por vecinos para recaudar fondos para útiles escolares.
Luz Estela nunca más pudo dormir tranquila, ni tener vivienda propia.
Como tantas víctimas de la conflagración interna colombiana, que ha enfrentado a guerrillas, paramilitares y fuerzas del Estado con saldo de 260.000 muertos, 45.000 desaparecidos y 6,9 millones de desplazados, reclama verdad y reparación.
"Me gustaría saber qué los llevó a hacer algo tan atroz. Nosotros no estamos metidos en el conflicto que tienen con el Estado, pero siempre somos los que hemos llevado el rigor de la guerra", asegura con mirada triste.
- Contra los "traidores" -
Ciro Abadía conoce muy bien la convulsionada historia del Urabá antioqueño, donde el abandono del Estado propició el desarrollo de guerrillas, como el extinto Ejército Popular de Liberación (EPL) en los años 1960 y las FARC en los 1970, y donde en los 1980 empezaron a operar los grupos paramilitares surgidos para combatirlas.
"Fue una masacre anunciada", dice Abadía, presidente de la Asociación de Víctimas de Antioquia (Asovima), sobre lo ocurrido en La Chinita.
Para entonces, el EPL había firmado la paz en 1991 y sus desmovilizados habían fundado el movimiento político Esperanza, Paz y Libertad. Pero para las FARC, eran "traidores" a la causa revolucionaria.
El objetivo de las FARC era "aniquilar el proceso de paz" con el EPL, pero "solo mataron a un excombatiente, el resto fueron personas inocentes", señala Abadía, que a sus 55 años dice que se salvó "de vaina" de morir en el asalto guerrillero.
Mientras recorre el barrio por el que ha trabajado toda su vida en pos "de vivienda digna" y "mejoras sociales" para una población de más de 35.000 personas, "80% compuesta de trabajadores bananeros", Abadía pide "que las FARC se reintegren a la vida civil".
"Que den el paso" que dieron otros "grupos armados al margen de la ley", como el EPL, la guerrilla M-19 que entregó las armas en 1990, o los paramilitares desmovilizados hace una década, subraya.
"Eso mismo pueden hacer las FARC y que también miren cómo van a reparar", afirma, haciéndose eco del lema de Asovima: "Víctimas y victimarios unidos por la reconciliación".
- Dar la cara -
Para favorecer esa reconciliación, Ciro ha llevado al hoy llamado Barrio Obrero, sujeto de reparación ya por parte del Estado, a dos exjefes de las FARC, que tras desertar y acogerse a un sistema especial de justicia cumplen su condena en la cercana Brigada 17 del Ejército.
"La masacre no tiene que ver nada conmigo, no participé, no fui ni la autora material ni intelectual, pero pertenecía a las FARC y me duele lo que le pasó a las víctimas de La Chinita", dice a la AFP Elda Neyis Mosquera, más conocida como la aguerrida "Karina".
"Como medio de reconciliarnos (...) debemos ponerle la cara a las víctimas", acota Danis Daniel Sierra, el excomandante "Samir".
Para Yael Mendoza, que nunca conoció a su padre Luis Alberto porque estaba en el vientre de su madre cuando ocurrió la masacre, las FARC deben ponerse "en los zapatos de los demás".
"Ea guerra no ha traído nada bueno", dice este enfermero de 23 años.
Neyla Barón, que perdió a su hijo Yorman, de apenas 16 años en el negro episodio de La Chinita, "a veces cree, a veces no" en las negociaciones con las FARC en Cuba, ya en su recta final. Pero confía en la paz.
"Lo mejor que puede haber es paz, no más masacres, no más maldad", señala María Laureana Mosquera, de 64 años, que crió sola cuatro hijos tras quedar viuda.
Luz Estela es enfática: "los que fallecieron no van a regresar a la vida. Nosotros perdonamos (a las FARC) y les pedimos que por favor nos reconciliemos, que habiendo reconciliación hay paz".