Por Vivian Sequera*
Alguna vez alguien dijo que Venezuela desafiaba la ley de la gravedad, porque no caía. Sin embargo, muchos se preguntan cuándo va a estallar, qué va a pasar, hasta cuándo aguantará Venezuela esa crisis que estruja la ciática de todos sus habitantes.
Esa nación, con el vientre inflamado por 300 millones de barriles en reservas probadas de petróleo, viene aguantando, desde hace más de 20 años, tumbos políticos, entre ellos dos asonadas militares, deudas económicas que erizan la piel, como la acreencia que sostiene Caracas con China, país que en la última década le ha prestado unos 50.000 millones de dólares a cambio de embarques petroleros. Sin embargo, ahí sigue Venezuela, terca, resistiendo.
Sobran los diagnósticos sobre lo que ocurrió y lo que está ocurriendo en el terreno político, económico, social. Faltan, o al menos no se ven, en los discursos políticos ni siquiera en los llamados “tanques de pensamiento”, ideas o planes para lo que sería “el pos”, el después, el día siguiente, el mañana, de lo que sea que ocurra.
Quizá lo peliagudo de la crisis tiene al gobierno y oposición reaccionando día a día, sin capacidad de planificar más allá de sobrevivir las próximas 24 horas, la semana, el mes, y no de decirle a un país que los racionamientos seguirán por varios años, quizá, que el endeudamiento es brutal y que no hay milagro para acabar, en un parpadeo con la ola de criminalidad.
El punto es que, sin importar si Venezuela estalla o no, si sigue aguantando o no, en algún momento le corresponderá a todos sus ciudadanos construir o reconstruir una sociedad tolerante y respetuosa de las leyes. No es mucho pedir. Alguna vez lo fue, con sus bemoles, pero lo fue.
Para reconstruirse, Venezuela requerirá todo su músculo e inteligencia, y ahí está un primer escollo: la mayor parte de su fuerza laboral preparada, experta, ya no vive allí. Se fue hace años.
Desde ingenieros petroleros e industriales, hasta químicos, médicos, economistas, maestros, tomaron sus bártulos y se fueron a los Estados Unidos, Panamá, Colombia, Ecuador, España y otros muchos países. Ahora, esos venezolanos son contribuyentes a otras economías, construyen en tierra ajena porque la suya no los dejó.
La reconstrucción del país deberá ser total: de cuerpo, de alma, de infraestructura pública y privada, de empresas y de familias rotas por la distancia o por la política. Se necesitan calles y hospitales, también cárceles y tribunales, bibliotecas y medios de comunicación. Todos unidos y no separados por un río ideológico ficticio.
La culpa no es toda de la ideología, ni de la política. La responsabilidad es, en algunos casos, de quienes ejercen la política. También de quienes piensan que el erario público es su bolsillo y a lo largo de años los han llenado con la plata que era de millones de venezolanos.
Muchos ni siquiera se dieron cuenta de ese gran expolio, o no les importó, hasta hace pocos años, cuando cesó el maná petrolero, producto de la venta de un barril de crudo a más de 100 dólares.
El tejido social, que está hecho añicos, puede comenzar a ser reconstruidodesde lo más pequeño: identificarse como ciudadanos de un mismo país y no de tal o cual corriente política que no tolera a la otra.
Las cifras sobre el número de venezolanos en el exterior varían, pero no bajan del millón de personas, y la mayor parte de ellas con estudios de pregrado, maestría y doctorado. Justo lo que va a necesitar Venezuela para cuando llegue “el pos”.
¿Cuántos de esos venezolanos volverán? ¿Será que querrán volver?
*Profesora Facultad de Comunicación¨ de la Universidad de La Sabana