Venezuela o el secuestro de las instituciones democráticas | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Mayo de 2015

Por Giovanni E. Reyes*

Para  la corriente chavista que mantiene una posición hegemónica en el poder político venezolano desde hace más de 15 años, las maniobras y disposiciones antojadizas que se hacen con la institucionalidad del país no son sorprendentes. En medio de una visión política unilateral, excluyente, sintiéndose como guardianes más que de un contenido ideológico  de preservar sus propios beneficios, y ante la casi certeza de que el oficialismo va a perder en muchos distritos electorales en las próximas elecciones parlamentarias de octubre, en la Asamblea Nacional están haciendo un reajuste de la proporción de diputados por áreas geográficas. 

El objetivo es evidente: aunque la oposición gane en muchos de los distritos de elección –producto de los ajustes de representatividad parlamentaria ya señalados- se le impedirá que tenga mayoría en la Asamblea y de allí que no pueda controlar al Poder Ejecutivo. El chavismo ha constituido y fortalecido un  régimen de careta democrática. En lo esencial, ha secuestrado –desde 1999- las instituciones representativas. 

Desde luego, es de anotar que no es la primera vez que cambian esas proporciones de representatividad.  Como producto de las elecciones de septiembre de 2010 –a raíz de cambiar las cuotas de representación de las regiones, tal y como lo documentó en su momento Francisco Monaldi- el chavismo consiguió 48 por ciento de los votos y se hizo con el 60 por ciento de los diputados. 

La oposición,  a pesar de haber obtenido el 52 por ciento de las preferencias electorales, se quedó en minoría con un 40 por ciento de los integrantes a la Asamblea General.  Especialmente ahora con la nueva maniobra referente a cambios de representatividad, en donde se desea adjudicar un mayor número de diputados electos en los distritos donde espera ganar el oficialismo, es claro que para el chavismo 2 + 2 no son 4.

Este conjunto de maniobras “legalísimamente legales” son típicas de los regímenes represivos, militarescos e ineptos –valga la redundancia- que dominaron buena parte de los países latinoamericanos en la década de los setenta. Se trató de épocas sangrientas, obscuras, que se pensaban desterradas de estas latitudes.  Pero la evidencia demuestra que desgraciadamente no es así. 

Como en tantas oportunidades se ha insistido, no se trata de estar en contra de reducir la pobreza.  Por supuesto que no.  Es contundente: en un país, en la medida que existan pobres todos vamos a perder, al final eso es siempre así.  Una sociedad en donde prevalecen condiciones generales de exclusión social, no utiliza plenamente los recursos productivos con los que cuenta, de allí que opere en zonas de ineficiencia. 

Por otra parte, no se trata del crecimiento de la producción por sí mismo, sino de un crecimiento que redunde en desarrollo humano, es decir que sea fundamentalmente: (i) equitativo en lo social; (ii) eficiente en lo económico; y (iii) responsable en lo ecológico, en la utilización sostenida de los recursos y sistemas naturales en particular los de carácter renovable. 

Se trata de que la superación de la pobreza se afiance sobre una plataforma donde las personas puedan disponer de generalizados niveles de educación de calidad, en donde se eleven las capacidades de las personas, con notables niveles de empleo para los sectores sociales, especialmente para los grupos marginados y empobrecidos. 

Se ha insistido desde siempre que una de las dificultades centrales del chavismo fue –no la preocupación por la pobreza- sino la apropiación de la coyuntura económica de altos precios del petróleo,  mediante la cual se dedicó a distribuir prebendas a quienes pertenecían al oficialismo.  A eso se unió que –como ocurre en regímenes totalitarios- es difícil distinguir entre las entidades del oficialismo y las del partido que está en el poder.

En lugar de crear instituciones que propiciaran la inclusión social, el chavismo hizo polarizar al país y excluir a los no adeptos al régimen.

Tal y como ocurrió en muchos países latinoamericanos, lo que acontece en Venezuela es una democracia de fachada.  Las instituciones llamadas a ser reflejo de poderes democráticos, en donde la ampliación de capacidades y oportunidades pueda ser una realidad para muchos sectores pobres, se transforman en zonas de influencia y de cuotas de poder para las facciones del chavismo. 

Y en medio de todo esto, las tragedias cotidianas: a la escasez de bienes de primera necesidad se agregan los altos niveles de desempleo y de gran inflación.  Los gritos de los torturados en las mazmorras de las cárceles chavistas tratan de ser ahogados por las diatribas altisonantes de Nicolás Maduro, y lo que es peor: por el estruendoso silencio de los gobernantes latinoamericanos.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.