La ya crítica política venezolana se continúa moviendo entre la arena movediza y la tormenta. Cada día aumenta la inestabilidad institucional y el pulso entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, llevando ya a que sistema vaya rumbo a ser completamente inoperante en el corto plazo. En el entretanto, la economía sigue en caída libre a consecuencia de la aplicación de los postulados del “socialismo del siglo XXI” por parte del chavismo. Ante la consecuente ruina del sector privado y la caída en picada de los precios del crudo, el régimen no ha tenido otra salida que salir a vender gran parte de las reservas de oro en el mercado internacional, sin duda una medida desesperada y que deja a ese país sin respaldo geoeconómico alguno. En un país dependiente de las divisas del petróleo, la caída del barril de crudo a 35 dólares ha generado un hueco fiscal gigantesco, sobre todo porque en el mercado de futuros el petróleo se vende más barato. Lo más grave es que el panorama de los hidrocarburos sigue dependiendo de la precaria situación económica mundial, agravada ahora por informes desfavorables sobre la economía de Estados Unidos. Así, en menos de dos años, el precio promedio del petróleo venezolano pasó de 82 dólares a escasos
32 dólares.
A todo lo anterior se suma que al volverse el gobierno Maduro intermediario en la compra de alimentos, ha caído en las garras de intermediarios corruptos que especulan a cual más y suscitan, de paso, el desabastecimiento y casi que una hambruna generalizada. En un comercio azotado por la hiperinflación, la más alta del mundo pues según el FMI pasará del 700 por ciento, los precios de los productos más básicos se disparan día tras día. En medio de una situación tan dramática, la racha de expropiaciones de las pocas empresas privadas productivas que venían sobreviviendo, ha agudizado la crisis, junto con los líos que fomenta el control de cambios y un bolívar con múltiples cotizaciones en el mercado legal y el informal.
Más allá de cuál sea su filiación política, la gran mayoría de los venezolanos del común no entienden cómo después de haber recibido por el petróleo miles y miles de millones de dólares, en los actuales momentos las arcas estatales estén vacías. En cualquier otra nación con tan multimillonarios ingresos la calidad de vida de la población habría mejorado y el avance en desarrollo sería formidable, fuera cual fuera el modelo político. Venezuela, en cambio, se gastó en la última década varias veces el dinero que recibió la Europa destruida después de la II Guerra Mundial, a través del Plan Marshall, recursos que le permitieron al viejo continente reconstruirse y levantar economía e industrias en poco tiempo.
Casi sin excepción las medidas que se toman en Miraflores no contribuyen buscar la salida a la crisis económica, sino que obedecen a maniobras contra la oposición, dada la obsesión chavista de perpetuarse en el poder.
En medio de ese escenario es que la oposición, desde la Asamblea Nacional, intenta ejercer sus facultades de censura sobre los principales agentes gubernamentales, que no sólo la desconocen, sino que no responden a las citaciones ni se someten a su control político.
Aunque la Constitución dispone que la Asamblea nombre a los magistrados que conforman el Tribunal Supremo de Justicia, el Poder Ejecutivo resolvió meses atrás designarlos por su cuenta y desconocer los fueros de la corporación legislativa. Por ello, la magistratura se ha politizado de manera progresiva, a tal punto que se ha convertido en el principal soporte del Palacio de Miraflores para anular a la Asamblea, incluso vetando las leyes aprobadas por esta.
Fue precisamente un fallo del Tribunal Supremo el que revocó la investidura de tres diputados opositores elegidos en diciembre pasado en el estado de Amazonas, ello para impedir que la Asamblea contara con la mayoría absoluta. Ahora la Asamblea juramentó a esos diputados y recobró esa mayoría.
En la otra orilla, las apuestas son también muy altas. El Tribunal Supremo amenaza con disolver la Mesa de Unidad Democrática, que reúne a la oposición y está impulsando el referendo revocatorio. Esa una maniobra que busca claramente impedir que se cite a las urnas para que los venezolanos saquen del poder a Maduro, quien, a su turno, sentencia que a la Asamblea le queda poco tiempo de vida…
Todo hace prever que en cámara lenta se viene orquestando una suerte de autogolpe de Estado, como fórmula para contrarrestar la constante movilización y desesperación de las masas a favor del revocatorio. Un desafío que debe llevar a ese país a repensar la política y el futuro individual y colectivo como determinante para restablecer la democracia o derivar en un régimen de fuerza.