Uribe en su laberinto | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Octubre de 2014

Hay tres maneras de impactar en la opinión pública de cualquier país. La primera es siendo un referente de determinadas posturas, políticas e ideas; la segunda es ejerciendo un poder que le permita a su titular decidir sobre asuntos que competen a las mayorías poblacionales. Y la tercera, una combinación de las dos premisas anteriores. En ninguna de ellas encaja cómodamente el accionar y perfil del expresidente Álvaro Uribe en este nuevo escenario político colombiano.

Si bien duró los cuatro años como uno de los personajes de mayor favorabilidad y referencia, primero como impulsor del presidente Santos y luego como su más acérrimo opositor, incluso en la campaña reeleccionista, lo cierto es que en ese lapso el exmandatario movía los hilos de la opinión pero no impactaba de forma sustancial. Incluso, sus críticos  tachaban su caso como un típico caso de “viudez del poder”. Un poder que trató de recuperar al crear un partido propio, encabezar una lista al Senado y enfrentar a uno de los suyos, Óscar Iván Zuluaga, a las intenciones reeleccionistas de Santos, que finalmente se concretaron.

Sin embargo, al salir electo al Congreso y liderar una bancada de casi cuarenta escaños en Senado y Cámara, el expresidente recuperó, en parte, algo de lo que había perdido: poder. Un poder si bien limitado, pues su cauda es minoría en un Parlamento dominado por la coalición gubernamental de Unidad Nacional, pero que le ha permitido tener un escenario más fuerte para impactar en la opinión pública y el devenir de las grandes decisiones nacionales.

¿Cómo le ha ido al exmandatario en esta nueva etapa?  Depende de quién responda. Si lo hiciera un uribista, diría que muy bien, pues prácticamente no hay día en que el exmandatario, su partido o sus parlamentarios no estén en la primera plana mediática y política. Agregaría, igualmente, que pese a ser minoría en el Legislativo lograron cupos en las mejores comisiones (como las Primeras de Senado y Cámara) e incluso alcanzaron un escaño en el Consejo Nacional Electoral, en alianza táctica con los conservadores. Sumaría también el hecho de que la colectividad ha protagonizado varios de los más sonados debates en el Congreso y que en poco tiempo han radicado proyectos que dejan muy clara cuál es su línea de pensamiento ideológico, como los referidos a la reglamentación del Marco Jurídico para la Paz o el tribunal para la revisión de todos los procesos que involucran a integrantes de la Fuerza Pública. La diferenciación, en suma, sería uno de los avances en esta primera etapa.

Todo ello, diría un dirigente uribista, les ha permitido consolidarse como un verdadero factor de oposición política a la Casa de Nariño, por encima del Polo. Una postura que, tras la dura derrota en las presidenciales, después de haber ganado en la primera vuelta, empezó a ser patente desde el mismo día de la posesión presidencial, cuando no asistieron a la ceremonia de asunción pero sí dieron  rueda de prensa para darle ‘palo’ al nuevo Ejecutivo. Una actitud crítica que ha ido en aumento por asuntos tan de fondo como los presuntos riesgos del proceso de paz con las Farc, las denuncias sobre excesos en el gasto público y el enjuiciamiento a varias de las principales políticas del Gobierno, como las de vivienda y salud. Es más, en las toldas del Centro Democrático hay quienes sacan pecho diciendo que fue después de las denuncias de ese partido sobre excesos oficiales en el gasto de publicidad y otros, que el Gobierno se decidió a apretarse el cinturón.

En fin, a casi tres meses de haber arrancado el nuevo Congreso y a dos de posesionado Santos para su segundo mandato, el uribismo considera que ha podido ganarse un espacio en el espectro político, pero ya no solo exclusivamente bajo la figura caudillista de Uribe, sino bajo el nombre de Centro Democrático, la jefatura del excandidato Óscar Iván Zuluaga y el creciente protagonismo de alguno de sus parlamentarios como Iván Duque y Alfredo Rangel. En tanto José Obdulio Gaviria no ha perdido las casillas como se presumía, al tiempo que la más polémica ha sido María Fernanda Cabal por sus controvertidos tuits. Por su parte, ese grupo ha tratado de impactar mediáticamente con carteles de protesta y continuas salidas del recinto.  

 

La otra orilla

 

Sin embargo, en otro sector del país político se considera que el uribismo continúa siendo un movimiento de típico corte caudillista y que pese a que se han tratado de proyectar o fortalecer algunos liderazgos, todo continúa girando, para bien o para mal, alrededor del exmandatario, tal como lo reflejaron las urnas, en donde fue evidente que gran parte de los votos del Centro Democrático fueron jalonados por el expresidente.

Para no pocos parlamentarios de la coalición santista el desempeño de la bancada uribista es uno cuando el expresidente está sentado en su curul y otro cuando éste se ausenta de las comisiones o la plenaria. Es más, el “oso” en este escaso tiempo del nuevo Congreso corrió por cuenta de tres senadores del Centro Democrático que se confundieron al votar el proyecto de reforma de poderes en la Comisión I, pues cuando debían apoyar que continuará en rigor la reelección presidencial, votaron por lo contrario, dando lugar a burlas y chascarrillos. Igualmente se considera que en varios de los debates impulsados por esta bancada contra el Gobierno, al final, como reza el refrán, fueron por lana y salieron trasquilados. Citan como ejemplos los debates de Paloma Valencia por presuntos fraudes electorales en las presidenciales y el de María del Rosario Guerra sobre el programa de las 100 mil casas gratis. En uno y otro caso, las réplicas de los voceros de los partidos de La U, Liberal y Cambio Radical, e incluso de los conservadores, terminaron en juicios de responsabilidades al uribismo.

A ello se suma que si bien Uribe es un dirigente político que conserva un alto calado popular y mediático, las encuestas han demostrado que sus porcentajes de favorabilidad empiezan a competir fuertemente con los desfavorables.

Por igual, aunque la llegada de Uribe al Senado concentró muchas de las miradas y pronunciamientos en su persona, ideología y gobierno, dándole así más vitrina por el normal derecho a réplica que le corresponde a él y su bancada, lo cierto es que, hasta el momento, ninguno de los proyectos presentados por ese partido tiene un camino expedito a la aprobación.

De allí que no pocos observadores políticos consideren que el expresidente y sus ideas tienen ahora un escenario más grande y nacional para exponerlas, pero que, en realidad, continúan siendo una minoría que no es capaz de producir un cambio real en el articulado de los proyectos y menos en las políticas gubernamentales. Incluso, pese a las reiteradas reservas del expresidente frente al proceso de negociación con las guerrillas, lo cierto es que las encuestas continúan mostrando un apoyo mayor de la población al proceso de paz, sin que ello implique un mayor grado de confianza en la voluntad de la guerrilla para acceder a una salida negociada del conflicto.

En este campo, por ejemplo, la decisión del Gobierno de revelar el texto de los tres preacuerdos logrados en La Habana, le quitó al exmandatario y su partido su insistente ‘caballito de batalla’ en torno a que el secretismo en el proceso daba para sospechar que el Estado estaba cediendo en autoridad, propiedad privada y soberanía política y judicial ante la subversión. Conocidos los textos de los preacuerdos, se puso de presente que las denuncias de los críticos del proceso no tenían sustento. Puesto en evidencia el uribismo, entonces varios de sus voceros se pasaron a la orilla contraria: que los pactos parciales eran de muy corto alcance y, por lo tanto, se había perdido el tiempo en Cuba, dándole de paso un margen de legitimización a la subversión.

Obviamente esa clase de bandazos de Uribe y sus toldas los puso en el ojo del huracán, en un escenario muy parecido a cuando el entonces candidato Zuluaga dijo, en contravía a todo el discurso uribista, que si ganaba mantendría el proceso de paz por un tiempo, pero luego trató de reversarse. Esa incoherencia tuvo un costo político muy alto. Lo mismo ocurrió con las recientes revelaciones en torno a que Uribe, a cual más crítico de la zona de distensión del Caguán, sí contempló la posibilidad de despejar un corredor entre Pradera y Florida (Valle del Cauca) para facilitar la liberación de secuestrados y puentear la posibilidad de un proceso de paz.

 

Fantasmas presentes

 

Sin embargo, el regreso de Uribe a una instancia de poder como el Congreso también lo ha puesto en la mira de los fantasmas del pasado que aún lo rondan jurídicamente.

Desde antes de posesionarse ya tenía demandas ante el Consejo de Estado por una presunta inhabilidad para asumir su curul. Por igual, el Polo, en cabeza del también senador Iván Cepeda, le había anunciado ya un debate sobre sus supuestos nexos con el paramilitarismo. Este, pese a que fue bloqueado en la plenaria, al final se dio repentinamente en la Comisión Segunda, en donde se presenció un espectáculo bochornoso de acusaciones altisonantes entre todas las bancadas, en tanto que Uribe lanzó duros dardos a los senadores Cepeda, Chamorro y otros, pero luego se ausentó sin esperar las respectivas réplicas. Al final, sin que nada quedara claro, lo que se abrió paso, a manera de retaliación, fue el anuncio de un nuevo debate, esta vez sobre farcpolítica. En todo caso, Uribe habilidosamente pasó de acusado a acusador y de alguna manera logró sepultar lo que parecía el debate más duro que podría afrontar durante sus cuatro años de ejercicio congresional.

Paralelo a ello, en la Fiscalía tomó un nuevo aire el proceso por las denuncias de Uribe en torno a que a la campaña de Santos en 2010 habría recibido más de 12 millones de dólares de narcos. Una vez más quedó en evidencia que el expresidente, Zuluaga ni su partido tenían pruebas contundentes sobre tal hecho, sino apenas confusas versiones de terceros y oídas, lo que llevó a las toldas gobiernistas a advertir que se comprobaba así que se trató de una denuncia temeraria con el objetivo de afectar la campaña reeleccionista.

Pero no acabó allí el peregrinaje de Uribe por despachos judiciales. Su acusación contra el director del canal Capital, Holman Morris, le generó un nuevo pleito por el cual ya fue citado. También se anunciaron otras denuncias contra el exmandatario por cuenta de los procesos derivados de las chuzadas. Hasta la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia decidió citar al señalado hacker Andrés Sepúlveda en el marco de una investigación preliminar contra el ex Jefe de Estado para establecer si tiene alguna responsabilidad en las maniobras de espionaje al proceso de paz y los negociadores en La Habana.

Es más, son tantas las investigaciones en la Fiscalía, la Corte y la Comisión de Investigación y Acusaciones de la Cámara, que al hoy senador le tocó declararse impedido para varios de los temas clave de la reforma al equilibrio de poderes, como el Tribunal de Aforados y otros artículos relacionados con la justicia.

 

¿Uribizados?

 

¿Está uribizado el país? Esa es la pregunta que ha rondado en los últimos dos meses, por cuanto es evidente que no hay día en que el expresidente no aparezca en medios, esté imbuido directa o indirectamente en algún pleito político o jurídico, o incluso sea tema de referencia y tendencia en las redes sociales, ya que el exmandatario continúa ‘disparando’ tuit hora tras hora.

Es claro que el exmandatario y ahora senador es un personaje que genera tantos odios como amores. Polariza a cual más y así en determinado momento quiera disminuir un poco su protagonismo o apartarse del frente de la batalla política, lo cierto es que no resiste quedarse por fuera del debate y ni sus contradictores lo dejan. Incluso desde Caracas el régimen de Nicolás Maduro le dispara críticas y acusaciones a diario, que el exmandatario no demora en replicar en tono aguerrido.

Aunque se pensaba hace tres meses que el entrante senador buscaría un perfil menos protagónico, bajo la tesis de que su figura dura y polarizante al final perjudicó las opciones de Zuluaga frente a Santos, lo cierto es que el exmandatario continúa primando sobre su partido, eclipsa el surgimiento de nuevos liderazgos como la jefatura del propio Zuluaga y la mayoría de su bancada. Incluso, medio en serio y medio en broma, ya es común escuchar la expresión “el gallo y sus pollitos” al ver los desfiles de la bancada por los pasillos de Senado y Cámara, con el exmandatario al frente y su bancada religiosamente un paso atrás, pendiente de sus movimientos y ninguno sin atreverse a picar en punta.

Es evidente que Uribe recuperó una cuota de poder, como también lo es que no le alcanza para bloquear al Gobierno ni plantearle un pulso directo. Tampoco ha podido imponerse en el Congreso y su figura genera cada día más polarización, lo que se refleja en las encuestas de favorabilidad y desfavorabilidad. Sin embargo, continúa siendo un elemento central de la política colombiana, por más que se trate de ignorar o quitarle eco a sus posturas. Por ahora tiene puesta la mira en los comicios regionales y locales del próximo año, sin que aún se sepa con certeza los candidatos de su preferencia, e incluso en el eventual referendo que debe poner a consideración ciudadana un posible pacto de paz con las Farc.

Sabido ya que el Congreso, a pesar de los deseos del uribismo, está decidido a cerrar las puertas a cualquier posibilidad de reelección de funcionario alguno, Uribe persiste en copar el escenario público, si bien otro pudo ser el escenario con los 35 o 40 senadores a los que aspiraba, tomándose una porción importante de la corporación, el resultado le ha permitido no ser descartado de la coyuntura. No obstante, de no reciclarse y presentar alternativas podría sufrir el desgaste de metal al ritmo desbordante que vive la política cotidianamente. El hecho, en todo caso, es que el país nunca había vivido un expresidente senador con tales características.