Urge reglamentar nuestro ecoturismo | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Octubre de 2013

Por Álvaro Sánchez *

 

El potencial turístico de nuestro país es quizá una de las mayores riquezas que poseemos; la diversidad de climas, fauna, flora, paisajes, orografía y culturas de nuestro territorio, además de la particularidad de tener costas sobre dos océanos hace muy atractivo nuestro territorio para todo tipo de turismo y genera  ingresos a algunas poblaciones que viven de ellos.

Algunas de las actividades turísticas se desarrollan en ciudades como Cartagena, Medellín o Bogotá, otras en zonas de pequeñas parcelas como el turismo del viejo Caldas y varias más en zonas remotas o alejadas como San Andrés, la Amazonía o la Orinoquía.

Si bien es cierto  que el dinamismo que este tipo de actividades le da a las regiones más alejadas es indiscutible, no es menos cierto que no hay controles establecidos mas allá de los controles ejercidos sobre los parques nacionales y de la normatividad recogida en los Planes de Ordenamiento Territorial de dichas regiones y que dicha falta de controles podría significar la extinción de dicha riqueza en periodos más o menos cortos; para ilustrar lo dicho mostraré a continuación un ejemplo.

 

La amazonía

 

A través de los años, la región amazónica colombiana ha venido viviendo de las sucesivas bonanzas; la bonanza de las especies exóticas, la bonanza del pescado, la bonanza de la coca, la bonanza maderera y ahora la bonanza del turismo. En un territorio habitado hasta los años treinta por aisladas comunidades indígenas y algunos que otros colonos, se ha venido incrementando la población hasta hacer de Leticia, su capital, una ciudad de cerca de 30.000 habitantes que sobreviven del comercio, de la pesca cada vez más escasa y de un mal llamado “Ecoturismo” que ha venido creciendo sin control, causando graves daños a los ecosistemas; no existe territorio agrícola como tal y tampoco industrias significativas que pudieran  coadyuvar en la supervivencia de la cada vez mayor población.

Hasta el año 1992, para llegar a Leticia se debía tomar uno de los tres vuelos que semanalmente llegaban allí, hoy llegan 24 vuelos semanales en los que rara vez se encuentran sillas vacías; dicha situación acrecienta una población flotante que además no siente conexión ninguna con los ecosistemas que va a conocer y que está actuando bajo la tutela de guías turísticos, no siempre interesados en el cuidado de los ecosistemas en general y de la cultura de las comunidades raizales en particular.

Algunos esfuerzos se han realizado por censar y legalizar algunos de los servicios turísticos ofrecidos, pero en general no existe control sobre los mismos, en términos de los cuidados que la riqueza que la región representa requiere para su conservación.

 

Las consecuencias

 

La occidentalización de las comunidades cercanas a Leticia ha sido notoria, pues la cultura de la tradición oral y la palabra ha venido siendo desplazada por la telenovela y las películas; la chicha está siendo desplazada por el ron y la “cachaza”; la música tradicional por los vallenatos y los trajes típicos por jeans  y ropa de marca; el cuidado ancestral de la madre tierra ha sido desplazado por el afán de producir artesanías, labor en la cual también se capturan y sacrifican gran cantidad de pequeños animales que dan valor a las mismas y que los turistas adquieren sin ningún reato de conciencia, sin contar con que no es extraño que en estas comunidades se ofrezca a los turistas alguna mascota como osos perezosos, pericos o monos de diferentes especies.

La caza y la pesca pasan a ser labores de los mayores, mientras los jóvenes aprenden otras costumbres y en algunos casos hasta se avergüenzan de su origen.  Además de lo anterior, se ha visto aumento desmedido en las enfermedades venéreas y en la prostitución al interior de las comunidades.

La deforestación de la selva colombiana es cada vez mayor por diversos motivos; la búsqueda de una mayor frontera agrícola, el uso indiscriminado de los recursos y la construcción, entre otros. Consecuentemente, la fauna se desplaza a otras zonas y los ecosistemas van yendo hacia su destrucción.

 

Sugerencias

 

Algo se debe hacer, el solo hecho de quejarnos no aliviará una destrucción que habrán de pagar muy caro las futuras generaciones; entonces las pregunta que surge es ¿Qué se debe hacer? Y las respuestas son varias y casi que obvias: se debe estructurar un mecanismo que permita el aprovechamiento de los recursos para el bienestar de las generaciones futuras, conociendo con exactitud la capacidad de carga de los ecosistemas y vigilando su conservación; se debe establecer un control sobre la invasión de los territorios indígenas y sobre su transculturización; se debe establecer una normatividad que controle el mal llamado “Ecoturismo” no para prohibirlo sino para garantizar que el equilibrio se mantenga, se debe capacitar a la Policía en el control ambiental y fortalecer la muy incipiente Policía Ambiental; se deben establecer responsabilidades solidarias a los operadores turísticos por los daños que sus programas llegaren a ocasionar. En general se debería establecer en el país un reglamento de ecoturismo que fuera la hoja de ruta para todos nosotros.

Las posibilidades en este campo son inmensas, la riqueza acumulada para su explotación en turismo es de un tamaño inimaginable y lo único que deberíamos hacer es hacerlo bien; es hora de que las autoridades tanto en turismo como en medio ambiente se pongan al frente del tema y no esperen a que haya un desastre ecológico para lamentarlo sin poder ya hacer nada por la recuperación de este capital.

* Director Maestría en "Gestión y evaluación ambiental". Escuela de Ingenierías. Universidad Sergio Arboleda. alsanchez2006@yahoo.es @alvaro080255