Unidad republicana ¿misión imposible? | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Mayo de 2016
Solo por la nominación presidencial republicana, tras haber dejado en esa carrera a 16 contrincantes, capitalizando el sentimiento antiélite que se palpa en Estados Unidos y aprovechando como nadie el efecto mediático, para lo que es una estrella, Donald Trump enfrenta ahora una batalla más que decisiva: unir a su partido para poder llegar al Salón Oval.
 
Excéntrico, polémico, provocador y hasta irreverente, decidió en junio pasado lanzar su precandidatura, en la que pocos creían y por la que muchos no apostaban ni un dólar. Contra todos los pronósticos empezó a subir como espuma y su meteórico ascenso forzó el retiro a comienzos de esta semana a que su principal contendor, Ted Cruz diera un paso al costado.
 
Indiana fue el último y certero puntillazo a su candidatura. Así, hoy está a menos de 200 delegados, (faltando aún varias primarias entre ellas la de California, donde se asignan 435 delegados) para llegar con su aspiración presidencial debajo del brazo. Sin embargo, tiene que sortear un gran obstáculo: la resistencia que genera en un gran sector de su partido.
 
Y eso es más que obvio. Tan así que solo unas pocas horas después de su sexto triunfo en línea, en las primarias de Indiana, la dinastía Bush, George padre e hijo,  hicieron público que en este ciclo político se quedarán al margen, es decir no respaldarán al virtual candidato  Donald Trump.
 
Los Bush, la familia republicana más prominente de Estados Unidos, han  respaldado a todos los candidatos republicanos en las últimas cinco elecciones, pero no lo harán en esa ocasión, según informó su portavoz, Jim McGrath, al Texas Tribune.
 
Y, en otra evidencia de la reticencia partidaria, el presidente de la Cámara Baja, Paul Ryan señaló en declaraciones a CNN que “siendo honesto no estoy listo todavía”  para apoyar a Trump. Agregó que éste deberá demostrar su  capacidad "para unificar el partido y luego seducir a los estadounidenses, no importa de qué origen y a una mayoría de independientes".
 
"Probablemente en el futuro podamos trabajar juntos y lograr un acuerdo sobre lo que es mejor para el pueblo estadounidense", reaccionó Trump casi que de inmediato, acotando que “yo no estoy listo todavía para apoyar la agenda de Ryan".
 
Además de Ryan, numerosos republicanos -tanto moderados como conservadores- se han negado frontalmente a alinearse con Trump, lo que para muchos podría ser un problema si no acuden a darle su apoyo en las urnas en noviembre. Sin embargo hay otros que consideran que así como cuando lanzó su precandidatura nadie creía que fuera a trascender y ha evidenciado con sus triunfos, un amplio respaldo político, también lo hará en el duelo presidencial con la muy segura contendora demócrata, Hillary Clinton.
 
Y como la política es cambiante, de acuerdo a la coyuntura e intereses también se ha dado el caso, esta semana, de que algunos exdetractores republicanos del virtual candidato arriaran sus banderas. Así ocurrió con el exgobernador de Luisiana Bobby Jindal, quien el año pasado trató a Trump de narcisista egocéntrico y ahora anunció que lo apoyaría.
 
El multimillonario candidato, de 69 años, recibió igualmente el apoyo del líder republicano del Senado, Mitch McConnell, quien estimó que la prioridad es "impedir lo que de hecho sería un tercer mandato de Barack Obama".
 
También se da el caso de algunos republicanos que inconformes con Trump como candidato pueden votar por la carta demócrata. Ejemplo de ello es Mark Salter, exconsejero del senador John McCain quien trinó “el Partido Republicano va a nominar a un tipo que lee el (tabloide de investigación) National Enquirer y cree que está a su nivel…Yo estoy con ella", adoptando así la consigna característica de los partidarios de Clinton.
 
Así las cosas, el partido republicano se enfrenta al dilema de tener que apoyar a su representante a la elección presidencial y al mismo tiempo apaciguar al movimiento "Todo salvo Trump". 
 
Y, por su parte, el multimillonario neoyorquino, podría centrar su maniobra para lograr el apoyo del llamado “establecimiento” en la escogencia del compañero de fórmula, es decir su vicepresidente. Solo ha anticipado que deberá ser una persona con experiencia política, capaz de desempeñarse con fluidez en los tejes y manejes del Congreso. 
 
"Quiero alguien que tenga de veras talento para relacionarse con el Senado, para interactuar con el Congreso, que pueda hacer votar leyes", dijo Trump en declaraciones a la cadena ABC, en las que agregó que agregó que no tenía ninguna intención de legislar por decreto como el presidente Barack Obama.
 
No quiso dar pista alguna sobre el “elegido”, pero admitió que está analizando varios nombres. Generalmente el nombre de la fórmula se da a conocer antes de la Convención partidaria, que en esta ocasión se realizará en julio.
 
¿Cómo se apoderó del Partido?
 
Haciendo una retrospectiva de los 10 meses de campaña  de Trump se puede dilucidar que se convirtió en un fenómeno político básicamente por dos cosas: haber capitalizado el descontento ciudadano con la dirigencia política bipartidista y su manejo de los medios de comunicación.
 
Fue con base en ello que hoy es el primer “novato” político que ganará la nominación republicana  tras Dwight Einsenhower en 1952.
 
En 2010, el partido Republicano se vio desbordado por el surgimiento del Tea Party, cuyo objetivo era deshacerse de la clase política tradicional, tanto republicana como demócrata, con el fin de elegir nuevas figuras. El partido Republicano tomó nota del mensaje, pero Donald Trump logró representar y amplificar ese voto castigo como ningún otro candidato. 
 
"La derecha está enojada con el establishment, que no hizo lo que habían prometido, es decir reducir el rol del Estado, abolir la reforma de la salud, evitar el matrimonio gay y otros avances sociales", explicó James Thurber, director del Centro de Estudios Presidenciales y Parlamentarios de la American University. 
 
"Sus votantes vienen de esa derecha enojada, tienen la impresión de haber sido abandonados, que el Estado y los empresarios son sus enemigos", dijo el analista. 
 
El aparato republicano incluso contribuyó directamente al ascenso de Trump, durante el primer periodo de Barack Obama. El hombre de negocios encabezaba en ese entonces a los "birthers", el movimiento que ponía en duda el nacimiento de Obama en suelo estadounidense con el fin de impugnar su presidencia. 
 
"El partido Republicano le dejó margen porque eso les ayudaba a movilizar su base electoral. Esa maniobra le permitió a Trump subir, algo de lo que mucha gente del partido se lamenta", subrayó John Hudak, investigador del Instituto Brookings en Washington.
 
"El partido Republicano estaba encantado con los beneficios a corto plazo, sin tener en cuenta los efectos a largo plazo", dijo.
 
El grueso del apoyo a Trump viene de estadounidenses blancos, sin estudios, que se sienten ciudadanos de segunda. Muchos conservadores se le oponen (sobre todo aquellos con más estudios), pero el empresario ha terminado por reunir a más de la mitad de los electores republicanos. 
 
Su popularidad trasciende las etiquetas ideológicas. Es que Trump es a la vez conservador y moderado. El enamorado del capitalismo denuncia el libre mercado, tiene una posición dura sobre el derecho a portar armas de fuego, y también plantea garantizar a los estadounidenses una protección social.
 
La otra victoria de Trump es su absoluto dominio mediático. Casi cada día, concede una entrevista en televisión. Gracias a él, los debates de las primarias fueron las transmisiones más vistas de la historia de la televisión por cable en Estados Unidos, sin contar el deporte.
 
Para Trump atrás queda el set donde sentado en un gran sillón, perfectamente maquillado e impecablemente vestido tomaba duras decisiones y pronunciaba la célebre frase “Estás despedido” del exitoso reality show “El Aprendiz”. Hoy tiene ante sí una gran realidad, la posibilidad de alcanzar la presidencia de Estados Unidos. Y para ello es clave asegurar que el partido cierre filas tras él.  Para alcanzarlo tiene un mes. ¿Será una misión imposible?./EL NUEVO SIGLO con AFP
 
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¿El mundo a “Trumpadas”?
 
Por Juan Carlos Eastman Arango*
 
Añs atrás advertíamos que la sociedad internacional debería emprender la construcción de un nuevo marco de relaciones, a partir de la evidencia inocultable de la decadencia de los Estados Unidos y su desconexión selectiva de escenarios regionales, cuya valoración geopolítica había cambiado de forma radical frente a compromisos característicos de la arquitectura de seguridad de la guerra fría.  La tendencia había comenzado a proponerse durante las administraciones presidenciales de William Clinton, y en medio de las cruentas iniciativas del republicano George W. Bush, el esfuerzo estadounidense conservó el nuevo enfoque. Con Barack H. Obama, durante sus dos gobiernos, la concentración de intereses geográficos se acentuó, dejando establecidas las bases de una futura visión global desde Washington.
 
Aún no podemos afirmar que existe una proyección doctrinal y sostenida de los Estados Unidos frente a los desafíos, los medios y su adaptación a la dinámica de un mundo menos estadounidense, sin hegemonías establecidas y reconocidas todavía, pero con actores regionales y organizaciones que intentan posicionarse, de forma convincente, como negociadores, contendores creíbles y pivotes del futuro orden mundial.
 
Por estas razones, el ascenso político de un personaje proveniente de la más reconocida tradición capitalista neoyorkina y modelo de éxito catapultado por programas televisivos en los que, de forma paradigmática, lucía como el referente para los jóvenes profesionales de su país, no puede dejarnos indiferentes. Sin duda nos resulta un protagonismo ingrato y provocador, explorador y explotador de la emocionalidad primaria y básica de los seres humanos, alentador del egoísmo individual, familiar y corporativo, cuya altanería mesiánica lo acerca a las expresiones populistas y aventureras conocidas en nuestro Sur Global y en las manifestaciones nacionales aún de la extrema derecha euroescéptica y peligrosamente nostálgica del siglo XXI.
 
Su visión de la problemática global y del lugar de los Estados Unidos en un mundo menos regulado y más tolerante frente a los abusos y las transgresiones de todo tipo, lo convierte en un producto familiar con el aceleramiento de la transición sistémica y la “tormenta perfecta” previa al nacimiento de un nuevo concepto de sociedad internacional. 
 
En otras palabras, Donald Trump es una criatura inherente a la crisis y su papel, como eventual presidente de su país, es profundizarla en medio del desorden que experimentamos desde hace 25 años. En consecuencia, aquellos que no compartimos, desde ningún punto de vista, su estilo personal y las amenazas extravagantes contra aquellos provenientes o ubicados en lugares vecinos o más lejanos de Estados Unidos, debemos tomar en serio nuestras condiciones, opciones y posibilidades de asumir, también, desconexiones selectivas y progresivas en la fase final de la crisis sistémica.
 
Entre la agitación de la campaña por la nominación como candidato oficial a la presidencia, en un partido desorientado y acéfalo gracias a la penosa herencia de George W. Bush, y la exigencia que impone ser una alternativa de poder real, en el proceso regular y formal frente a sus compatriotas, el tono pasional, deslucido y desmedido de las palabras de Donald Trump sufrirán modificaciones que permita a sectores indiferentes acercarse a su campaña y sumarse a su  invitación de “Primero América”. No cabe duda que las agresiones y amenazas contra aquellos que tienen creencias religiosas, orígenes y experiencias socio-culturales y geografías desigualmente articuladas al malestar social estadounidense, son fuente de mortificación y preocupación; cada uno de esos señalamientos, que aspira a hacernos responsables de la crisis estadounidense y de su decadencia integral ante sus simpatizantes convencidos y sus potenciales electores, reactualizan, frente al resto del mundo, una nueva versión del “gringo incendiario” en las relaciones internacionales.
 
Durante los meses restantes previos a la fecha para la elección del nuevo presidente estadounidense pueden suceder cosas inesperadas frente a la conducción de las campañas; una de ellas, por ejemplo, el aumento de un entorno de inseguridad personal y hostilidad contra Donald Trump, desde adentro y desde afuera de los Estados Unidos, proporcional a su verbalismo demagógico y perturbador de la convivencia doméstica y con extranjeros: ¿qué sucedería si sufriera un atentado criminal o terrorista, y que dejara una de estas tres posibilidades: salir ileso, sufrir lesiones leves o serias, o su muerte? Escenario horripilante, sin duda, pero no ajeno al tipo de mundo que hemos tolerado en este siglo XXI cargado de negaciones acumuladas.
 
También irrumpen otras posibilidades: que, conocedores extranjeros del papel del miedo sobre los electores, acompañados por el ascenso de la emocionalidad propia del revitalizado discurso de la “excepcionalidad americana” -contradictores políticos gubernamentales de otras partes del mundo, como actores irregulares de la política y la violencia internacionales de nuestros días-, propicien la creación de un ambiente susceptible de influir sobre los ánimos ciudadanos en aquel país: ¿Nuevos conflictos regionales? ¿Profundización de la degradación de los existentes? ¿Anuncios de pruebas de fuerza frente a alguna candidatura partidista en Estados Unidos que promete, si triunfa, adoptar decisiones inconvenientes o desestabilizadoras para algunos intereses nacionales?
 
Finalmente, también podemos enfrentarnos a un escenario con variables propiciadas por la misma campaña, cada vez más cerca del momento decisivo, como las famosas “sorpresas de octubre” de cada proceso electoral, reales o verosímiles, que inscritas en la atmósfera de crispación que, hasta ahora, parece caracterizar el efecto Trump sobre sus compatriotas y el resto del mundo, provoquen reacciones que validen su agenda e involucren a los indiferentes o indecisos para esos instantes finales de la contienda electoral.
 
Muchos lamentamos el reconocimiento que los estadounidenses vienen dando a la candidatura de Donald Trump. No la consideramos una opción razonable para Estados Unidos en el mundo que despunta para la década siguiente. Pero sí es una magnífica oportunidad, para el resto del mundo, para tomarse en serio su existencia y sostenibilidad generacional con su propia construcción de una desconexión política selectiva y gradual y una asimetría menor con aquel país. No debemos aceptar un mundo manejado, otra vez, a las “Trumpadas” por un gobierno aislado de las necesidades colectivas del planeta.
 
*Historiador, Especialista en Geopolítica. Docente e investigador del Departamento de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Javeriana. Miembro del Ceaami (Centro de Estudios de Asia, África y Mundo Islámico) y del Cesdai (Centro de Estudios en Seguridad, Defensa y Asuntos Internacionales).