Juan Carlos Eastman Arango*
COMO ciudadano que sigue con pasión el desarrollo de los acontecimientos de todo tipo en nuestro subcontinente, no puedo ocultar el desencanto inmenso que deja en el ambiente político e informativo, y en mi propio sentir, el alud de declaraciones torpes, provocadoras y desatinadas que se sucedieron a lo largo de los últimos días en torno a la debacle institucional venezolana. Estamos acostumbrados a los estropicios verbales del presidente del vecino país, así como a las incendiarias declaraciones de otros miembros y funcionarios de su gobierno.
Por lo tanto, sabemos que este tipo de ejercicios comunicacionales, heredados del anterior dirigente, a pesar de degradar la condición política del ciudadano simpatizante de la denominada “revolución bolivariana” y de colocar a los integrantes de la oposición en una situación incierta por la sucesión de alusiones e imaginarios negativos endilgados desde diferentes altos cargos del poder público, son parte integrante de una aventura populista que vive sus días más desafiantes para sobrevivir como modelo alternativo.
A lo que no estamos acostumbrados, y no podemos aceptarlo bajo ningún punto de vista, es a que el Secretario General de la OEA incurra en algo similar. Los presidentes y jefes de gobierno, en relación con cada uno de sus países, son libres y dueños de utilizar el lenguaje político y personal que consideran apropiados a las circunstancias, o simplemente como una expresión aguda de su carácter o de la reducción de espacios de control mediático; le asignan una función en su propaganda gubernamental y en la construcción de una relación desigualmente de peso con simpatizantes y contradictores.
Pero ello no puede suceder en los dirigentes o en los responsables de la orientación de organizaciones multilaterales y de cooperación regional. Quien habla desde tales posiciones no es la persona sino el funcionario depositario de una colectividad a la que debe la continuidad de la confianza común entre las partes. Escudarse en los instrumentos legales suscritos o en las convenciones aprobadas y adoptadas por los socios de la organización, para dar rienda suelta a reacciones verbales emocionales y revanchistas, desfavorece la credibilidad de la organización.
De hecho, la OEA sigue padeciendo su incapacidad para transmitir la importancia que en el sistema interamericano debe tener. Desconozco si existen “barómetros” subregionales para medir la información que un ciudadano latinoamericano tiene sobre la organización, o si le otorga alguna credibilidad, o si piensa en ella cuando enfrenta algún debate o preocupación especial sobre su futuro colectivo. ¿Cuántos ciudadanos se sentirían afectados si la OEA se eliminara del panorama político-institucional de América Latina? Me temo que no les importaría, pues no haría diferencia frente a las expectativas y necesidades generacionalmente insatisfechas de todos ellos.
Frente a la irrupción de otras asociaciones políticas y económicas, el lenguaje del Secretario General, Luis Almagro, rubrica el riesgo de su marginalidad, la que se magnifica no por la agenda política que busca adoptar una acción conjunta pacífica que ayude a recordar a los diferentes protagonistas de la crisis venezolana que el futuro no ofrece espacios distintos de realización de sus aspiraciones que el mismo territorio, sin hegemonismos degradados y degradadores. La marginalidad de la OEA vendría gracias a la inapropiada gestión y expresión de su Secretario General, quien olvidó dejar de lado sus propias y personales apuestas políticas anti-bolivarianas.
Lo más perturbador del proceso es que la OEA se ha autoexcluido como mediador y actor necesario en cualquier negociación sobre Venezuela. Ha roto la credibilidad frente al gobierno y sus seguidores, y le hizo un flaco favor a la oposición en su legítimo derecho a defender su protagonismo legislativo como a la convocatoria de los recursos constitucionales para buscar la terminación del período legal del presidente Maduro y celebrar un nuevo proceso electoral.
El momento no podía ser peor en la región. La inestabilidad institucional recorre nuestros países. Muchos gobiernos y presidentes redujeron las Constituciones Políticas a ser instrumentos de bolsillo, cuyo contenido se selecciona, asegurando eliminaciones de derechos, funciones y atribuciones de forma episódica, ni siquiera coyuntural. Hemos impuesto el mundo de las excepciones corporativas y partidistas como norma que solamente trae el desorden y la pérdida de confianza entre los diferentes asociados. Incluso abusamos de su articulado si su aplicación nos permite reducir el espacio de opinión o de participación de los partidos y movimientos de oposición, o recuperar el poder político y burocrático perdido electoralmente.
Las experiencias de los últimos años han confirmado la existencia de una tendencia, y no el protagonismo de casos especiales que urgían acudir a las Constituciones respectivas para poner orden en casa. Su resultado anuncia la creación de situaciones sociales con peor pronóstico y no la pretendida solución a determinados problemas por parte de quienes tuvieron las iniciativas de desinstitucionalización. Cada una de éstas es una especie de “Caja de Pandora”, cuya tapa nunca se cierra, al contrario de lo que sucede en la recreación del famoso mito, y por lo tanto, la oportunidad de favorecer la seguidilla de desaciertos sin esperanza de solución queda servida para los actuales dirigentes y los que eventualmente puedan sustituirlos.
Por lo tanto, la forma como el Secretario General de la OEA ha protagonizado el más reciente contrapunteo personal aleja cualquier ayuda a la volátil política subregional. Favorece a Celac, lo que es importante de nuevo, o en su lugar, a que la construcción de un acuerdo se haga a cuatro manos, tres de ellas no latinoamericanas, y ello no es bueno. No podemos dejar la iniciativa, como tantas veces lo hemos denunciado, en aquellos que nos ven como medios para disuadir y contener, en otras esquinas del mundo, a los Estados Unidos.
*Historiador y Especialista en Geopolítica. Profesor del Departamento de Historia y Geografía, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Javeriana. Miembro del Centro de Estudios de Asia, África y Mundo Islámico de ese departamento.