Es una de las fronteras más pequeñas del mundo, de unos 60 metros de largo, y separa Marruecos de España con una cuerda de plástico azul extendida en la playa, en medio de barcas de madera y redes gastadas por el agua de mar.
"¿No se acerque a la cuerda!", grita desde su caseta un centinela marroquí, sacado de su sopor digestivo por la llegada de un periodista de la AFP. "Los españoles de enfrente podrían dispararle con balas de goma", explica, bajando la voz, antes de volver a sentarse a la sombra de su albergue de madera, pegado a la montaña frente al Mediterráneo.
Vestigio de conflictos seculares, el Peñón de Vélez de la Gomera es uno de los siete enclaves españoles en el litoral norte de Marruecos, cuya soberanía reivindica la monarquía norteafricana.
Aunque estos restos del imperio colonial han perdido gran parte de su utilidad militar, otro enclave, el de Perejil, o Leila para los marroquíes, fue objeto de una grave crisis entre Madrid y Rabat hace casi 15 años, el 18 de julio de 2002.
Un puñado de soldados marroquíes se instalaron en el islote aquel día provocando la intervención de comandos españoles que resolvieron el incidente sin violencia.
Más de una década después, el tema apenas genera polémica en Marruecos. "Las cosas cambiaron" entre Madrid y Rabat, convertidos en grandes socios, explicaba la prensa en los últimos días.
Pese a todo, la frontera entre ambos países pende a veces de un hilo como el que separa el pueblo marroquí de Bades del enclave español del Peñón de Vélez de la Gomera.
¿Alambrada?
"Aquí no tenemos verdaderos problemas con los españoles, aunque nuestro pueblo está como ocupado", cuenta Hamed Aharuch, de 27 años, sentado en una silla de plástico ante su cabaña de pescador.
Perdido en el corazón del parque natural de Alhucemas, al cabo de un camino polvoriento que surca la montaña, la localidad de Bades tiene aires de fin del mundo.
Como un barco encallado, desde sus 87 metros de altitud, la península española domina toda la bahía, una preciosa ensenada rodeada de acantilados rocosos que se bañan en aguas azules.
La bandera española ondea en la antigua fortaleza conquistada en el siglo XVI. Una pista de helicóptero construida en la roca sirve de punto de abastecimiento del Peñón, vetado a los barcos españoles. Más abajo, un centinela observa el horizonte con aire distraído desde un puesto de observación.
El agua ha ido retrocediendo con el paso del tiempo: la isla del Peñón, que alberga una base militar, se ha convertido en península, separada del territorio marroquí por un banco de arena grisácea.
"Parece ser que los españoles quieren poner una alambrada en lugar de la cuerda azul. ¡En eso sí que no estamos de acuerdo!", protesta Hamed. "De todas formas no podemos decir nada", añade, resignado. "El Estado [marroquí] nos impide hacer cualquier cosa. Hasta nuestros militares nos gritan cuando nos acercamos de la cuerda".
'Maldita frontera'
En agosto de 2012, un grupo de activistas marroquíes subió al Peñón, de donde fueron expulsados sin contemplaciones. El incidente no fue a más.
"¿Los españoles? Nos amenazan con sus armas, no tienen nada que hacer aquí", se indigna Ali El Guedouch, de 55 años, una figura local. "No debería haber esta maldita frontera en medio de nuestro pueblo", lamenta, arrugando el rostro.
"Antes pescaba en el Peñón, hoy es imposible", recuerda. "Bueno, si el comandante de la guarnición española es simpático, puedes acercarte tranquilamente con tu barca", reconoce.
Cuesta imaginarlo hoy en día, pero Bades llegó a ser un puerto muy activo, un punto de paso entre Europa y la capital imperial Fez.
"El mayor problema aquí es el aislamiento", comprueben los pescadores al unísono. "Es como si no estuviéramos ni en Marruecos ni en España", resume Ali.
Enclaves, herencia de un pasado turbulento
El 18 de julio de 2002, comandos del ejército español intervinieron en el islote de Perejil, en el estrecho de Gibraltar, para desalojar a un puñado de soldados marroquíes que habían desembarcado una semana antes.
La operación se llevó a cabo sin derramamiento de sangre, y Madrid recuperó enseguida su "soberanía" sobre esa gran roca pelada y desierta, situada a 200 metros de la costa marroquí.
El incidente desató, sin embargo, una grave crisis entre los dos países, que hizo necesaria la intervención diplomática de Estados Unidos.
No estuvimos lejos de una "guerra", recuerda la prensa española con ocasión del aniversario de aquel episodio, mientras Madrid y Rabat recalcan su "excelente" cooperación actual.
Después de la Reconquista
Herencia de una historia marcada por guerras y conquistas mutuas, España conserva siete enclaves en el litoral marroquí. La mayoría de ellos tomados en los siglos XV y XVI, tras la Reconquista.
Los Reyes Católicos de España prolongaron entonces su avance hasta la costa norte de África para instalar puestos militares destinados a protegerse de las incursiones de piratas berberiscos. Esas bases sufrieron numerosos ataques y fueron perdidas o intercambiadas.
A finales del siglo XVIII, España sólo conservaba las ciudades de Ceuta y Melilla así como algunos peñones.
Utilizadas durante un tiempo como presidios, esas posesiones sirvieron de cabeza de puente para la colonización lanzada a principios del siglo XX.
'Plazas de soberanía'
Madrid considera esas llamadas "plazas de soberanía" como "parte integral" de su territorio, aunque Rabat las reivindica como marroquíes y las considera vestigios de la ocupación colonial española entre 1912 y 1956.
Los enclaves principales son Ceuta y Melilla, dos ciudades situadas en tierra firme, cerca, respectivamente, de Tetuán (norte) y Nador (noreste). Pero España también posee un conjunto de islotes frente a la costa marroquí: Perejil, las islas Alhucemas, las islas Chafarinas y la isla de Alborán, y una península fortificada, el Peñón de Vélez de la Gomera.
La entrada a esos islotes, controlados por el ejército y abastecidos por helicóptero, está vetada a los marroquíes y los civiles españoles.
Un poco de Europa
España ejerce su soberanía sobre Ceuta y Melilla desde 1580 y 1496, respectivamente.
Muchos marroquíes viven en ambas ciudades o se dirigen allí cada día para comprar los productos libres de tasas. Los habitantes de las regiones de Tetuán y Nador tienen permiso para cruzar la frontera.
Las dos ciudades gozan de un estatuto de "puerto franco" que contribuye a su desarrollo económico y alimenta un contrabando -ampliamente tolerado- en el norte de Marruecos.
Desde 2005, Ceuta y Melilla lidian con una fuerte presión migratoria, con miles de clandestinos subsaharianos que intentan entrar cada año en esas antesalas del "Eldorado" europeo./Redacciòn internacional con AFP