La decisión de la guerrilla, si se cumple y no resulta una cortina de humo, es trascendental si se analiza en el marco del proceso de paz. La antesala de la discusión del punto 3, el asomo en el horizonte del referendo por la paz y hasta la aceptación de un punto de no retorno, entre las hipótesis posibles. Análisis
Punto de inflexión. Así se puede calificar la decisión de las Farc de arrancar a partir de ayer en la madrugada un cese el fuego y de hostilidades unilateral e indefinido.
Más allá de las condiciones que puso la guerrilla, en torno a que debía existir verificación internacional, y de la negativa del Gobierno a ese requerimiento, lo cierto es que el paso dado por las Farc no tiene precedentes en las últimas décadas y, sin lugar a dudas, debe considerarse como la apuesta más fuerte que hace desde que comenzó el proceso de paz con la administración Santos hace ya dos años largos.
Como todo lo que provenga de la guerrilla, hay mucha desconfianza y reservas al respecto. Para los críticos de la negociación, la forma en que inicialmente las Farc plantearon la tregua unilateral e indefinida era una especie de “regalo envenenado”, pues al no saberse en dónde están ubicados los frentes subversivos en todo el país, la única forma de que un ataque de la Fuerza Pública no llevara a que la guerrilla rompiera su cese el fuego, era que el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y la Policía quedaran prácticamente inmovilizadas y sin realizar operaciones ofensivas.
En ese orden de ideas, desde el mismo momento en que se conocieron las condiciones de las Farc para su tregua unilateral e indefinida, se preveía que el Gobierno no iba a aceptar ni la verificación internacional como tampoco una restricción a las operaciones de la Fuerza Pública. Por lo mismo, no se puede considerar como un portazo la respuesta del presidente Santos y menos aún que por la negativa la guerrilla se levantara de la Mesa de Negociación o decidiera echar para atrás su decisión de cesar sus operaciones militares ofensivas.
Y es que esto último debe quedar bien claro: la guerrilla no paró la guerra. Lo que anunció es que no emprenderá acciones de ataque a la Fuerza Pública y los que considera como “objetivos militares legítimos”. Esto es clave, pues si mañana, la próxima semana o los meses venideros una patrulla del Ejército se topa con una cuadrilla de subversivos, seguramente habrá combates, con bajas y heridos, pero no por ello se podrá considerar roto el cese el fuego subversivo. Bien lo dijo el cabecilla de las Farc, alias Carlos Lozada, en torno a que la tregua unilateral e indefinida no significa que si los frentes son atacados se van a rendir o dejarse abatir sin plantear combate.
¿Por qué ahora?
Más allá del plano estrictamente militar y operativo, lo cierto es que la decisión de las Farc se puede dimensionar en mejor proporción cuando se evalúan cuáles pudieron ser los motivos para proceder en ese sentido.
Aquí hay que entrar a considerar dos planos de análisis distintos. El primero se refiere a que las Farc se inclinan por no atacar más por un aspecto meramente de táctica bélica. En otras palabras, que paran las acciones ofensivas porque están débiles y su capacidad para asestar golpes fuertes a las tropas oficiales es muy limitada.
Lamentablemente la emboscada de una patrulla militar el viernes pasado, en la que fueron asesinados cinco uniformados, o el ataque semanas atrás a la estación policial en la isla Gorgona, ponen de presente que las Farc, si bien han sufrido fuertes reveses en materia de cabecillas muertos, guerrilleros abatidos o capturados, deserciones, desmovilizados y pérdida de capacidad de control territorial, aún tienen poder de fuego y desestabilización, así sea a punta de rehuir combates directos con las tropas oficiales y preferir, en cambio, perpetrar actos de terrorismo, atentados contra población civil e infraestructura u hostigamientos puntuales, fugaces y de baja intensidad a puestos y patrullas militares y policiales.
No hay que olvidar que se está hablando aquí de una facción ilegal que tiene no menos de 8.000 hombres-arma, que además son financiados con recursos del narcotráfico, la minería ilegal, el contrabando y otros delitos. En ese orden de ideas, considerar que las Farc declararon el cese el fuego como una estrategia para esconder su debilitar militar, reorganizarse internamente y lanzar en algún tiempo una escalada de ataques de alto calibre, resulta una hipótesis muy difícil de comprobar y poco probable a la luz de la ecuación misma del conflicto. Es más, la subversión sumó hace apenas tres semanas a su favor el hecho de haber secuestrado a un general, hecho inédito en cinco décadas de conflicto.
Además, el hecho de que las Farc hayan decidido mantener la orden a sus bloques y frentes de entrar en un cese el fuego, evidencia que saben que se exponen a ser atacadas o bombardeadas por la Fuerza Pública. Si la motivación de la tregua hubiera sido quitarles iniciativa y capacidad ofensiva a las Fuerzas Militares, es claro que al mantenerse éstas sin restricción alguna para operar en todo el país, no había lugar a que la guerrilla decidiera mantenerse en suspender acciones ofensivas de forma unilateral e indefinida. Sin embargo, el cese el fuego comenzó ayer en la madrugada como se había anunciado el miércoles pasado.
Tampoco faltan quienes sostienen que, en realidad, la tregua se declaró porque las Farc estaban teniendo problemas internos, sobre todo con algunos mandos medios y frentes que se negaban a combatir bajo la tesis de que no había por qué arriesgarse si había posibilidad real y cercana de un acuerdo de paz con gabelas jurídicas, políticas y hasta económicas a bordo.
Esta hipótesis resulta un poco difícil de digerir porque, como se dijo, las Farc siguen atacando en distintos lugares del país, produciendo bajas y heridos a la Fuerza Pública.
Incluso hay quienes ven otro flanco en la decisión subversiva referido a que ordenar parar las acciones ofensivas iba dirigido a evitar que algunos cabecillas y frentes de la llamada ‘línea dura y militarista’, que no están muy de acuerdo con la marcha de la negociación en La Habana, siguieran escalando el conflicto interno con ataques graves, a tal punto de forzar a nuevas crisis de la Mesa y eventuales rompimientos del proceso.
¿Entonces?
Si es difícil entender la decisión de la guerrilla en un contexto típicamente de lo táctico y estratégico-militar, entonces debe analizarse el anuncio del cese el fuego en otro escenario: el del proceso de paz.
Y para ello es necesario empezar a despejar algunos interrogantes. Primero ¿Por qué, si las reglas del juego del proceso señalan que se negocia en medio del conflicto, y el Gobierno siempre se ha negado a pactar en el entretanto un cese el fuego bilateral, la guerrilla decide reafirmarse en su orden de ir a un cese el fuego y de hostilidades unilateral e indefinido, incluso sin verificación internacional y con las Fuerzas Militares sin restricción alguna para atacar la subversión en cualquier parte del país?
Hay tres respuestas posibles. Primera: la delegación negociadora guerrillera en La Habana determinó que el proceso de paz, que ya suma tres preacuerdos y estaría a semanas de lograr el cuarto, entró en un punto de no retorno y, por lo tanto, es hora de tomar decisiones audaces para evidenciar a nivel nacional e internacional que tienen voluntad de desmovilización y reinserción irrestricta. Y qué mejor para hacerlo que apostar por una tregua unilateral e indefinida, algo que ni el más optimista esperaba que se diera en estos momentos. Obviamente en un país que desconfía, y con fundadas y múltiples razones de la guerrilla, digerir una tesis así resulta bastante complicado y, en muchos sectores, casi imposible.
Una segunda respuesta se enmarca más dentro de una movida táctica propia de la negociación. Esto porque el punto 5 de la agenda, relativo a las Víctimas está a punto de cerrarse en la Mesa. A lo sumo faltarán algunas semanas para lograr el preacuerdo. Y si ello pasa, entonces las delegaciones deberán abordar el punto 3, que es sin duda el más complicado y definitivo para el proceso, pues se refiere al “fin del conflicto”.
Dentro de este punto habrá que negociar y buscar acuerdos sobre temas tan complicados como el desarme o la disposición final de los arsenales, pero también otros asuntos polémicos como las gabelas jurídicas para que los cabecillas y tropas subversivas no paguen con cárcel sus múltiples y graves delitos. Así mismo, deberá negociarse cuáles serán los mecanismos para que los líderes subversivos puedan participar en política, formar partidos y hasta tener curules en el Congreso, las asambleas y los concejos bajo la figura de las circunscripciones especiales de paz. Incluso debería tratarse en este punto lo relativo a cómo mantendrá el Estado al pie de fuerza subversivo que se desmovilice o definir el alcance de las llamadas “zonas de reserva campesinas” en que la guerrilla tiene mucho interés.
Siendo conscientes de la oposición y polémica que cada uno de esos temas, entre muchos otros, generan en la opinión pública colombiana, e incluso teniendo encima las advertencias de la Corte Penal Internacional (CPI) sobre el peligro que implicaría un proceso de paz que raye en la impunidad, las Farc decidieron parar sus acciones ofensivas para darle aire al proceso y margen de acción al Gobierno. La subversión sabe que seguir atacando a la Fuerza Pública, los civiles y la infraestructura en Colombia impiden que el Ejecutivo pueda pactar en la Mesa medidas de justicia transicional para la guerrilla, pues si lo hace medio país, con el uribismo y el Procurador a la cabeza, pondrán el grito en el cielo y la CPI apuntará su mira a Colombia. Y, como si fuera poco, es claro que la comunidad internacional apoyará y blindará mejor el proceso de paz si la guerrilla da evidentes muestras de voluntad de acabar la guerra.
¿Blindaje ante urnas?
En tercer lugar, podría decirse que las Farc declararon la tregua unilateral e indefinida que todo el país le ha pedido desde hace tantos años, y a la que siempre se habían negado, con el único propósito de evitar que en un eventual referendo por la paz que se cite para refrendar un acuerdo definitivo, la mayoría de la ciudadanía que hoy odia y desconfía de la subversión vote en contra y dé al traste con todo lo negociado en dos años, varios puntos de los cuales le permitirían a los cabecillas de la organización ilegal evitar ser capturados, abatidos, extraditados o terminar pagando largas condenas por sus graves delitos. Y, además de ese blindaje jurídico, con la posibilidad de hacer política.
Sea cual sea la motivación de las Farc para entrar en este inédito e histórico cese el fuego y de hostilidades de manera unilateral e indefinida, lo cierto es que si bien la guerrilla puso un punto alto en el proceso de paz, la efectividad de su jugada dependerá de la capacidad que tenga para cumplir la tregua. Si se evidencia que había, como se dice popularmente, ‘gato escondido’ detrás de la decisión, la consecuencia sería fatal para el proceso de paz que más lejos ha llegado en las últimas décadas.