En estos días, como se sabe, Noruega fue gol-peada por un desquiciado terrorista que mató a 76 personas en el centro de Oslo, lo que conmocionó al mundo. Los noruegos, cuando se pensó que iban a modificar sus leyes y actitudes, man-tuvieron totalmente intacta su política de “sociedad abierta” y su homogeneidad colectiva. Para nada incrementaron las requisas, no cambiaron un solo código, apenas verificaron una reconven-ción privada a la Policía y estuvieron lejos de dejarse infiltrar por la paranoia de la seguridad. A diferencia, por ejemplo, de Estados Unidos y en consecuencia del mundo (con Colombia a la cabecera con su paradigma de la seguridad democrática), que a partir del 11-S fue copado por todo tipo de medidas hasta el punto de que hoy, a diez años de ello, sigue siendo una odisea viajar en avión, nacional e internacionalmente. Nada más prosaico que la gente quitándose cinturones y zapatos, sometida a manoseos y radiaciones, antes de abordar. Algo similar pasa al entrar a centros comerciales, clubes, eventos públicos, discotecas e inclusive ciertos restaurantes con la amenaza de perros y guardias dis-puestos al combate de los ciudadanos puestos bajo sospecha sin fundamento y de antemano. Una opresión generalizada.
Es un hecho, por tanto, que con el contraterrorismo nortea-mericano se modificó la base social de Occidente. Sin embargo, todo terminó en lo que debió comprenderse desde el principio: que el caso trataba de un asunto de Policía y no del gran proble-ma internacional en que se convirtió la seguridad interna de Es-tados Unidos. Al final, Osama Bin Laden cayó en Pakistán en una operación mínima. No obstante, las incomodidades y aprove-chamientos para con el habitante, bajo el dudoso expediente de la seguridad, hoy prevalecen como si fueran naturales. Y debería producirse un grito general para que ello no siga ocurriendo. Como en Noruega, donde jamás pusieron en entredicho el bien-estar de la gente frente a la órbita exclusiva de las responsabili-dades gubernamentales.
Esta semana, por ejemplo, Gran Bretaña, cuna del sentido común, se vio estremecida por las protestas sociales generaliza-das, parecidas a las de España. Y el premier David Cameron ame-nazó con sacar al ejército para reprimirlas, un eventual caso de Policía, si es que puede reputarse de tal, de nuevo vuelto pro-blema de Estado, como hizo Calderón en México con el narcotrá-fico y desató la guerra civil. ¡Por Dios! Remember Mubarak, en Egipto, que permitió la protesta y sólo envió unos camellos antes de renunciar. ¿O es que es diferente Oriente a Occidente?
Noruega, en tanto, se ha convertido en verdadero ejemplo de sindéresis y pragmatismo. Ojalá Colombia entrara por ahí y se liberara de tantas coyundas mentales, presa de los maximalistas de la seguridad que aún beben del medioevo de Thomas Hobbes (el hombre es un lobo para el hombre). Pero el ciudadano común NO es el enemigo. Y ello debe entenderse bien, como los noruegos aun en el peor de los episodios de su historia.
JGU