Por estos días el presidente venezolano Nicolás Maduro está cumpliendo seis meses en el poder y desde todos los flancos internos y externos se están proyectando balances sobre cómo le ha ido a él, al postchavismo, la oposición y su país en este semestre.
Obviamente lo primero que hay que decir es que ha sido un periodo muy accidentado desde aquella primera semana de marzo, cuando se confirmó oficialmente la muerte del presidente Hugo Chávez, vino la asunción temporal al poder del entonces vicepresidente Maduro, quien luego -en abril- ganaría unos comicios marcados por las denuncias de la oposición que, en cabeza de Henrique Capriles, no dudó en señalarlos de fraudulentos e impugnarlos a nivel nacional e internacional.
En medio de ese crítico clima interno, uno de los primeros interrogantes durante la agitada transición en Venezuela giraba alrededor de cómo evolucionaría la relación entre ese país y Colombia, que más que países hermanos parecen ‘siameses’, lo que implica que por más distanciados política o ideológicamente que estén, no se pueden aislar y lo que haga el uno impacta necesariamente al otro.
Así venían
¿Cómo le ha ido al presidente Santos con Maduro, y a Maduro con Santos? Para contestar ese interrogante es necesario hacer primero una radiografía de cuáles han sido los momentos más importantes en los últimos meses.
Y para hacer esa revisión lo primero es establecer en dónde estaban esas relaciones a comienzos de 2013, cuando era ya era evidente, pese al secretismo en Caracas, que la salud de Chávez -reelecto en octubre de 2012- se deterioraba irreversiblemente y era cuestión de semanas para que falleciera y entonces fuera necesario citar a nuevos comicios presidenciales.
Grosso modo Bogotá y Caracas mantenían una relación estilo ‘calma chicha’, pues pese a que Santos y Chávez se decían los “nuevos mejores amigos”, eran obvias las marcadas diferencias políticas y ideológicas, las mismas que no se notaban en el día a día debido a que, en una muestra de pragmatismo gubernamental, cada cual evitaba al máximo ‘meterse’ en los asuntos del otro. Incluso se llegó a hablar de la política del hagámonos pasito…
El comercio, a su turno, se encontraba en un nivel muy bajo debido a los problemas de pago en el vecino país, pese a los acuerdos entre ambos gobiernos para poner al día la abultada cartera de los venezolanos.
Es más, el anuncio en septiembre de 2012 del arranque del proceso de paz de Santos con las Farc se dio ya cuando Chávez se encontraba en debilitamiento progresivo, aunque desde el primer momento Venezuela fue clave en su papel de garante, pero esta vez con discreción, junto a Ginebra y Cuba.
Cuatro momentos
Son cuatro los momentos que han marcado la relación entre Santos y Maduro. El primero de ellos se dio en el mismo funeral de Chávez, cuando el entonces presidente encargado de Venezuela pronunció un discurso muy emotivo en donde hizo referencia a las relaciones de Santos con el fallecido “comandante”, y citó la distensión entre ambos como prueba de la importancia de mantener la unión entre dos pueblos hermanos y el apoyo irrestricto de Caracas al proceso de paz con las Farc.
Ambos gobernantes anunciaron su intención de mantener el mismo clima de “colaboración y respeto” que se venía viviendo con Chávez, pese a que era obvio que el chavismo radical tenía desconfianza de Santos y de su pasado crítico cuando era columnista y luego como Ministro de Defensa del gobierno Uribe.
Vino, entonces, la primera prueba de fuego. En abril 14 Maduro fue elegido Presidente, aunque con una ventaja apenas de un poco más de 200 mil votos sobre Capriles, que, como se dijo, denunció que los comicios eran fraudulentos y se negó a reconocer su derrota.
Esa situación generó no sólo una crisis interna, sino a nivel regional, a tal punto que la Unasur debió reunirse de urgencia en Lima días después. Tras analizar la situación, decidieron asistir a la posesión de Maduro (19 de abril) pero advirtiendo que el Gobierno debería tramitar las quejas de la oposición y aceptar una auditoría total a las mesas electorales. Santos fue clave en ese acuerdo y de ello tomó nota el entrante gobierno de Caracas.
Punto crítico
Tras algunos avances en la necesidad de profundizar la relación entre ambos gobiernos, vino un segundo momento clave en la relación. Apenas un mes después, el 20 de mayo, el presidente colombiano recibía en Bogotá a nadie menos que Capriles, quien andaba en gira internacional denunciando que Maduro había incumplido la promesa a la Unasur sobre la auditoría electoral.
A hoy no está claro por qué Santos aceptó una reunión que se sabía generaría problemas, aunque hay quienes dicen que lo hizo para acallar las críticas del uribismo en torno a una posición de Bogotá pasiva frente a los graves hechos en Venezuela. Lo cierto es que el gobierno Maduro tomó el encuentro como una especie de traición, volvió a la reiterada tesis del “complot de la oligarquía bogotana contra la revolución’ e incluso acusó a la Casa de Nariño de explosionar la reconstrucción de las relaciones, en especial el trabajo de las comisiones sectoriales en distintos ámbitos. Apenas si mantuvo el apoyo al proceso de paz y la permanencia como garante del mismo.
El gobierno Santos reaccionó con cautela y evitó replicar las graves acusaciones, hablando, por el contrario, de que todas las diferencias se arreglarían en privado y por los canales diplomáticos correspondientes.
Pasaron las semanas y en medio de un trabajo discreto, con filigrana y no pocas dosis de paciencia, ante la siempre característica beligerancia verbal del neo-chavismo en el poder, la Cancillería colombiana y el propio Santos empezaron a reconstruir lo que Caracas dio por destruido tras la reunión con Capriles.
¿Por qué el gobierno Maduro se mostró dispuesto a la normalización de las relaciones? Los analistas en Caracas sostenían en ese entonces que a Maduro le convenía evitar que Colombia se pasara al bando de los críticos activos contra chavismo, sobre todo por la creciente tensión entre el Palacio de Miraflores y Estados Unidos, el aliado político y comercial más importante de Bogotá.
Además, ya en el cierre del primer semestre el vecino país soportaba no sólo una inflación galopante y la desaceleración crítica de la economía, sino un desabastecimiento de alimentos y otros productos básicos, y la realidad mandaba que el mercado más inmediato para suplir las graves deficiencias era Colombia.
Poco a poco la comunicación mejoró y se vio, entonces, terreno para volver a relanzar las relaciones. Ello se hizo durante una visita de Estado de Santos a Maduro en Puerto Ayacucho el 22 de julio. Fotos, abrazos y los discursos de hermandad volvieron a salir a flote.
“Nos lo dijimos muy francamente, hay aspectos donde no estamos de acuerdo, tenemos visiones diferentes sobre muchas cosas, pero tenemos la inmensa obligación y responsabilidad de trabajar juntos, y eso es lo que vamos a hacer; repito, por el bien del pueblo venezolano, y por el bien del pueblo colombiano”, dijo Santos.
"Hoy relanzamos con fuerza, convicción y claridad en estas relaciones", sostuvo, a su turno, Maduro.
De nuevo, tanto los cancilleres María Ángela Holguín como Elías Jaua volvieron a activar los cronogramas sobre las reuniones de las comisiones sectoriales en ambos países en distintas ocasiones para tratar temas relacionados con seguridad fronteriza, colaboración judicial, comercio, combustibles, el proyecto del gasoducto, integración energética…
Incluso, en septiembre pasado, ante la profundización del desabastecimiento en Venezuela, Colombia anunció la venta de productos agropecuarios al vecino país, todo bajo un modelo de pagos que garantice el flujo rápido de las divisas a los exportadores de nuestro país.
Y para culminar, la semana pasada se dio en Bogotá un nuevo encuentro de trabajo de las comisiones para analizar cómo avanzan los proyectos de manera puntual y detallada.
¿Entonces?
Como se puede ver, en estos escasos seis meses del gobierno Maduro la relación con Colombia, al igual que la de Chávez-Uribe (en su primera etapa) o la de Chávez-Santos ha estado marcada por los altibajos producto de picos políticos coyunturales.
La relación comercial sí ha aumentado, aunque producto no de una mayor integración madura y sólida, sino de los problemas de escasez en el vecino país. Y a ello hay que sumarle que los exportadores colombianos siguen desconfiando y urgen más seguridad para los pagos.
En materia de seguridad se han dado avances, en especial por las capturas en el vecino país de importantes jefes de las Bacrim y narcos, aunque no así en materia de deportación de cabecillas subversivos. Es más, se sigue especulando que allí están refugiados jefes de las Farc y del ELN, con claro conocimiento del gobierno Maduro.
La agenda de profundización de las relaciones se ha venido avanzando sectorialmente a un ritmo aceptable, aunque los gremios de lado y lado piden menos discursos y más hechos concretos.
También ha sido claro que ambos gobiernos han preferido meter al congelador los temas más álgidos, como el diferendo limítrofe en el Golfo de Coquivacoa, la presencia de guerrilleros colombianos en el vecino país o el eco que tienen en el nuestro las denuncias de la oposición venezolana, algo que exaspera a Maduro y continuamente habla de complots y planes para asesinarlo orquestados desde Bogotá. Es más, pese a los duros ataques de Caracas al uribismo, la Casa de Nariño ha sido cautelosa para no meterse en esa pelea.
En una visión pragmática del día a día de la relación, es claro que Santos no se mete en asuntos internos de Venezuela y Maduro tampoco en los de Colombia, pese a que, es obvio, si tuvieran vía libre, se cruzarían más de una acusación. Es más, hay observadores que ven en algunos pronunciamientos de lado y lado críticas veladas de lado y lado.
¿Cómo le ha ido a Santos con Maduro y a Maduro con Santos? Podría decirse que tienen una relación como de aquellos matrimonios que por distintas circunstancias se mantienen unidos, viviendo en la misma casa, evitando pelear porque no le conviene a ninguno de los dos, hablando más sobre los intereses comunes y, como si fuera poco, durmiendo en camas separadas…