Un liderato que da pena. Coinciden las encuestas en señalar que tanto el poder Judicial como el Legislativo se disputan el dudoso privilegio de llevar el primer lugar en la imaginaria carrera en materia de desprestigio.
Los últimos sondeos de opinión enseñan un incómodo cabeza a cabeza entre magistrados y parlamentarios que despachan (¡cuando trabajan!) en sus pomposos edificios del perímetro histórico de Bogotá. Nos referimos, obviamente, al Palacio de Justicia y al Capitolio Nacional.
La manguala. La manguala entre el Congreso y la Justicia se refleja en lo que todos los estamentos de la sociedad colombiana perciben como consecuencia directa de la Carta Magna del 91, producto de la politización de la justicia y la judicialización de la política.
En este ir y venir entre las dos ramas, los congresistas -con su poder nominador- ejercen sobre los propios organismos de control y las Cortes una notoria paternidad y estas a su vez con la guadaña de sus sentencias y sus fallos, que van desde las medidas de aseguramiento, hasta la pérdida de investidura, pasando por sanciones disciplinarias, manteniendo en vilo su autonomía.
El escándalo. Entre las gabelas de este contubernio se da silvestre el turismo a escala internacional, privilegio que antes parecía goce exclusivo de la rama parlamentaria. En los dos poderes hay varios casos puntuales.
El presidente de la Cámara de Representantes, Augusto Posada, pereirano afincado políticamente en Antioquia, se ha dedicado a conocer el mundo entero por cuenta del tesoro público, al mejor estilo del veterano periodista cundinamarqués Héctor Mora Pedraza, el mismo de tele-programas tan famosos como Cámara viajera y El mundo al vuelo, de quien se dice que ha vivido más en el aire, en vuelos, que en la tierra.
El dignatario de la Cámara deja para la historia una pobre agenda legislativa que aspira a “pupitrear” antes de bajarse de la aeronave del Congreso con más millas acumuladas que leyes aprobadas.
Las Cortes. Algunos de los honorables magistrados -no todos- compiten con los congresistas, pues en el día a día del magistrado que se respete pesan, en su mayoría -con notorias excepciones- apretadas agendas que se inician con desayunos que se pueden hasta cruzar con las cátedras en las universidades de Bogotá o en un fin de semana con seminarios y posgrados en provincia (como se llama peyorativamente en Bogotá al resto del país) terminan su agitada mañana "laboral" a eso de las 11 y media, que empatan con los almuerzos de trabajo, que si se prolongan, terminan convertidos en verdaderos “almuerzos bailables”, para llegar a media caña a las salas plenas que matizan con reparadores “motositos”, antes del infaltable coctel, olvidándose de escuchar los serios conceptos de quienes sí hacen respetar su investidura. Mientras los grandes procesos duermen “el sueño de los injustos”. Por eso y otras cosas, los verdaderos Magistrados prefieren renunciar en vez de dedicarse al turismo o a las componendas para elegir a sus apadrinados.