Me preguntaba antes de empezar a escribir esta reseña sobre la pertinencia de hacerlo. Al fin y al cabo se trata de una representación, sí, de un clásico del teatro contemporáneo, Amadeus del británico Peter Shaffer (Equus, 1973, Amadeus, 1979), pero ocurrida en el Olivier Theater, que es la más importante de las tres salas del English National Theatre de Londres, retransmitida el domingo 24 de septiembre en las salas de Cine Colombia de Bogotá y una larga lista de capitales colombianas.
Obviamente resuelvo que sí, que tiene sentido.
En primer lugar, por la puesta en escena misma. El británico Michael Longhurst dio un paso adelante respecto de otras producciones (Milos Formann para el cine, por ejemplo) por el contraste radical que propone entre la desnudez del escenario, pocos, muy pocos elementos de utilería y un suntuoso vestuario dieciochesco con algunos toques contemporáneos que firma Chloe Lambford.
El elenco es de notable autoridad. Lo encabeza el británico de ancestro tanzano Lucian Msamati. Shaffer tituló la obra como «Amadeus» pero le entregó el protagónico a Antonio Salieri, el supuesto rival de Mozart y en, uno de esos gestos tan audaces de los británicos, un actor negro, de ancestro africano como Kapellmeister de la corte de los Habsburgos, donde no se le dio la oportunidad a Amadeus de ser Mozart, encarnado por Adam Guillem, británico de Manchester. Msamati y Gillen establecen la dialéctica de los personajes históricos, de los ficticios de Shaffer y del meollo dramatúrgico: la actuación dolorosa y humana de Msamati, versus la intensamente rítmica, casi insufrible, del genial compositor de Salzburgo. Los demás giran alrededor de ellos, la vulgarmente común Constanze von Weber de Karla Crome y el acartonadísimo José II de Tom Edden…nadie esperaría más del emperador, que pasó a la historia por su sordera y torpeza musical.
Todo excelente, enormes actores, esto es Londres, pero el toque genial de Longhurst es subir orquesta y cantantes al escenario, hacer de la música la verdadera protagonista de la producción. Los músicos de la Southbank Sinfonía hacen lo suyo con evidente versatilidad, tocan sin partitura y por momentos hasta le hacen creer al auditorio –el del Olivier Theater y el de las salas de Cine Colombia- que se trata de una orquesta más numerosa de lo que en realidad es; igual con los solistas vocales y un detalle de no pasar por alto: el sonido tan debilucho del fortepiano del escenario, esos fortepianos vieneses condenados a ser desplazados por los poderosos pianofortes ingleses… me temo que no es casual el detalle.
Pero la pertinencia de escribir esta reseña va más lejos. Estas transmisiones tendrían que llevar al teatro colombiano a una profunda reflexión. Porque no se trata de súper producciones de esas marcadas por inversiones millonarias y efectos de alta tecnología que cuestan millones de dólares, se trata de un fino ejercicio de la creatividad, de talento, ingenio y gran actuación. Una manera muy sutil de poner las cosas en su sitio, porque los elencos incluyen figuras de esas que los grandes seriados –por ejemplo Game of Thrones- colocan en la cresta de la ola de la popularidad y que logran la respetabilidad en las tablas del E.N.T.: a veces hay que ponerle velas a Dios y al Diablo…
Porque ocurre algo extraño en el medio nacional: hasta el momento los fabulosos Iberoamericanos de Teatro no parecen permear las puestas en escena locales. Las compañías extranjeras empacan sus maletas, regresan a sus países y aquí no ha pasado nada, la siguiente producción, con mayor o menor inversión, suele ser más de lo mismo… ¿lograrán las transmisiones desde Londres permear el medio teatral nacional?
Valga también remontarse a principios de los 80. Amadeus de Shaffer se estrenó en el 79, enseguida vino la versión cinematográfica norteamericana de Milos Forman que se alzó con 8 premios Óscar y, quién lo creyera, casi enseguida se hizo en el Colón: dirigió Julio Cesar Luna, Gustavo Angarita fue Amadeus y Luis Fernando Ardila hizo el Amadeus. Lina Botero, que había estudiado actuación hizo Constanze, se ensañaron con ella, en realidad tenía grandes momentos su personaje, pero Gloria Zea, su mamá, era directora de Colcultura, algunos vieron algo de nepotismo y un par de años después Lina abandonó la actuación. Pésele a quien le pesare, la producción hizo época, porque era impecable.
También cómo el teatro convirtió en verdad la calumniosa acusación que pesa sobre el pobre Antonio Salieri de haber asesinado a Mozart, obra en buena parte de Pushkin con su drama Mozart y Salieri de 1830. Nadie recuerda a Salieri como maestro de Schubert y Beethoven.
En todo caso, para qué negarlo, Cine Colombia pone un significativo grano de arena en el panorama cultural del país, con sus retransmisiones de ópera, ballet y teatro.
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