Populismo y demagogia, lo que podría considerarse como dos caras de la misma moneda, son los contenidos más evidentes de lo que encarna el presidente electo Donald Trump. Se trata de un caso donde la ignorancia tan solo es superada por la prepotencia. Es alguien que llega a Washington -quien lo diría- cabalgando sobre odios y rencores añejos, con vientos de intolerancia que hicieron posible su travesía.
Fue allí donde se renovaron las fuerzas del "sentirse superior" por parte de amplios sectores estadounidenses. Eso constituyó parte de los factores que permitieron “al aprendiz” vender sus recetas fáciles y radicales para problemas persistentes y complejos; para retos que se encuentran muy enraizados en la sociedad norteamericana.
La larga noche del martes 8 de noviembre se vio caracterizada por la espera de los resultados. Al principio la situación parecía normal, predecible. Las poblaciones del noreste más urbanas, instruidas, fueron tiñendo el mapa con el azul de los demócratas. Iba apareciendo la confianza que se otorgaba a quien podría ser la primera mujer en la Oficina Oval.
Tampoco fue sorprendente que los estados del sur, con rasgos aún más segregacionistas, fueran mostrando el talante republicano. Así Trump se iba haciendo de los primeros delegados en el Colegio Electoral.
No obstante esta dinámica general, ya con los resultados de la Costa Este en su conjunto, iba emergiendo las alarmas. Primero se hizo evidente que los afro-americanos de Carolina del Norte no habían sido capaces de contener las posiciones más reaccionarias y el estado caía en la red trumpista. Segundo, los hispanos del sur de Florida no habían compensado las posiciones más republicanas ubicadas al norte de este estado.
Horas más tarde, en la madrugada, se comprobaba cómo los hispanos del sur-oeste del país le cumplían a Clinton. De allí que los demócratas se hicieran con los estados de Nevada, Nuevo México y Colorado. Pero ello no bastaría. El punto de inflexión, fue cuando casi a las 3 de la madrugada, se comprobaba la caída de Pennsylvania en bando trumpiano.
Luego se confirmaría que ese mismo sendero fue seguido por Michigan y Wisconsin. Se mantenía demócrata Minnesota, pero ello no era suficiente para contener la embestida. Con ello, fue ya imposible evitar que Trump superara el umbral de 270 votos en el Colegio Electoral, la cifra mínima a alcanzar para hacerse con la presidencia.
La llegada del populismo en pleno corazón de una nación hegemónica es algo indiscutiblemente preocupante. Ahora Washington ya tiene su Chávez. Las visiones tercermundistas van acechando.
Increíble. Una sociedad como la estadounidense, con más de 240 años de vida democrática, con fortaleza probada de su andamiaje institucional, una sociedad que mantiene preeminencia de Premios Nobel en todas las áreas -con excepción de literatura y paz- una nación que posee las mejores universidades del planeta, sucumbe ahora a la trampa del populismo.
Ese es el resultado, entre otros aspectos, de actitudes sociales, de factores culturales que crecientemente han ido secuestrando al partido republicano. Más que ser una agrupación política abierta, incluyente, los republicanos se han ido reduciendo a ser cautivos, rehenes de extremismos cuya intransigencia e ignorancia corren paralelos.
Es evidente que el sistema político liberal, tal y como se ha ido conformando, como se ha heredado del Siglo XVIII, del Siglo de las Luces, se encuentra en crisis. El nuevo escenario en Washington plantea problemas esenciales entre los que se destaca la falta de voluntad para el diálogo, de carencia de un deseo genuino de comprensión entre grupos, de tolerancia, de convivencia, de inclusión social.
Todo ello precisamente ahora que más necesitamos de estos elementos. Precisamente ahora que nuestra civilización está quizá rebasando el límite que supone el daño irreversible, el punto de no retorno, en el deterioro de los sistemas y los recursos naturales del planeta. Trump, con su personalísmo estilo ha afirmado que "eso del calentamiento global no existe", que "es una mentira que se ha lanzado para dañar a la economía estadounidense".
Precisamente ahora que debemos cambiar, innovar, y en algunos aspectos detenernos, Trump amenaza con apretar el acelerador. El futuro presidente gringo amenaza con superar al Carmelo Vargas, de la película "La Dictadura Perfecta".
En medio de todo, quizá no estén perdidos todos los trastos. Alguna reserva de sensatez pueden tener los líderes del grupo republicano que ahora tienen literalmente un cheque en blanco, al controlar la Casa Blanca, y ambas cámaras del Congreso. Esos líderes conservadores son los únicos que pueden controlar a Trump. Como dicen los mayas guatemaltecos "para la verdad el tiempo, para la justicia, Dios". Son tiempos de incertidumbre, de densos nubarrones.
A olvidarse ahora de los pocos logros que el Presidente Obama había alcanzado. Uno quiere equivocarse, pero existen riesgos de cruentos conflictos. Y todos sabemos que en las guerras unos hacen los negocios y otros ponen los muertos; que bueno que las ganancias siempre se queden en casa. Total, la sangre siempre es barata cuando es ajena.
Paradojas de la vida: el próximo 20 de enero, el primer presidente afroamericano del país le entregará el poder a un populista blanco. El Ku Klux Kan con su presencia terrorista desde 1865, está atento. Sus integrantes se ponen de pie, ovacionan con particular entusiasmo el traspaso del poder.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.