Hace menos de un año su aspiración fue considerada inviable. Hoy no solo tiene la candidatura asegurada sino que supera en intención de voto a su eventual rival demócrata, Hillary Clinton
Cerrar filas tras un candidato que le resulta incómodo o dejar escapar la posibilidad real de recuperar el poder es la disyuntiva a la que desde hace días se enfrenta el Partido Republicano de Estados Unidos.
En menos de un año, el excéntrico, polémico, provocador y hasta irreverente Donald Trump se erigió como la única y fuerte carta de los conservadores norteamericanos para la batalla electoral por la Casa Blanca, en la que de seguro se enfrentará a la ex Primera Dama y ex Secretaria de Estado, Hillary Clinton.
El vaticinado duelo entre el outsider político y la representante del establecimiento demócrata, el que mucho califican también de una disputa de “impopulares” dado el grado de resistencia que generan en sectores de sus respectivos partidos y los electores en general se vislumbra reñido.
Cuando en junio pasado, el multimillonario oficializó su precandidatura, pocos creían en su viabilidad e incluso fue tomada con ironías por la conducción del Partido Republicano. Por la misma época, se creía en un “reinado” de Clinton en las primarias y, por ende, en una fácil carrera hacia la investidura demócrata.
Desde entonces mucha agua ha corrido bajo el río y hoy las cosas son muy distintas. En tan solo 10 meses de competencia, el outsider sacó de carrera a sus 16 rivales (entre ellos a pesos pesados como Jeb Bush y Ted Cruz), logró antes de tiempo franquear la barrera de los 1.237 delegados que se requerían para que la convención partidaria lo proclame candidato y no sólo llevó a cero la ventaja de dos dígitos (16%) que lo separaban de Clinton en el pulso nacional sobre intención de voto de casi todas las encuestas, sino que la rebasó, según algunas de ellas.
A mediados de la semana que culmina, el último promedio de encuestas del sitio RealClearPolitics, el termómetro electoral que todos en EU siguen con devoción, sacudió el escenario político al informar que por primera vez Trump superaba a Clinton: 43,4%, contra el 43,2% de Hillary.
Y con pocas horas de diferencia la ya de por sí agitada campaña presidencial tuvo un nuevo punto de ebullición cuando ABC y The Washington Post revelaron su más reciente sondeo, confirmando no el imparable ascenso de Trump: 46% frente a 44% de su rival demócrata.
De esta forma, lo que muchos a nivel interno y externo consideraron una aventura más del “showman” se confirma como un extraño fenómeno de la política norteamericana y que con sus posturas radicales aupadas bajo el lema político “Primero Estados Unidos” está hoy con la candidatura republicana asegurada y con un chance real de convertirse en el nuevo inquilino de la Casa Blanca, ante la asombrada mirada de propios (republicanos) y extraños (demócratas).
Y es que lo que resulta sorprendente es que con su fuerte -y a veces confusa- oratoria, y sus radicales posiciones frente a temas tan sensibles como la inmigración y sin el apoyo de la poderosa maquinaria republicana, el apoyo al multimillonario fuera subiendo como espuma desde el mismo momento en que desde la torre Trump hiciera público su anhelo de ser el candidato del partido. La razón: concitó el interés de quienes pensando como él no se atrevían a decirlo encausando el sentimiento antiélite que como una pandemia ha invadido EU y que se identifican con la política de que llegó el momento de pensar primero en el país, en todos los aspectos, desde las fronteras y el comercio hasta el involucramiento en guerras ajenas.
“Me siento honrado” dijo Trump esta semana al consolidar antes de tiempo el número de delegados requeridos y que aumentará el próximo 7 de junio con las primarias en California, cifra que sólo oficializará la convención de Cleveland que se realizará del 18 al 21 de julio.
Y con esa primera misión cumplida se enfrenta ahora a otra que aunque difícil no es imposible: unir al Partido para alcanzar la victoria en las urnas en noviembre y poner así fin a ocho años de gobiernos demócratas.
La resistencia que inicialmente generó en el llamado establecimiento, poco a poco ha ido cediendo. Muchos de sus más influyentes representantes, como el senador y excandidato presidencial John McCain han anunciado que apoyarán a Trump, mientras que otros como el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan -quien ya se reunió con el multimillonario- mantienen prudente silencio.
Pero en una situación que deberá cambiar en poco tiempo, porque los conductores del partido republicano no pueden dejar escapar esta real oportunidad de reconquistar el poder, máxime como lo reseñamos anteriormente, que la intención de voto a nivel nacional tiene de primero a Trump.
Trabajan, como lo admitió el propio Ryan en una unidad pero que “debe ser real y no fingida”
Bien sea por conveniencia o disciplina de partido, más que por convencimiento programático, el establecimiento republicano terminará dando la respectiva patente de corso al polémico y radical conservador. Se presume que serán muy pocos, como la dinastía Bush, quienes decidan quedar al margen en este proceso político, porque de mantenerse la tendencia ascendente de Trump, podría lograr una victoria tan imponente como la torre que lleva su nombre y que se ha convertido en el nuevo atractivo turístico en la Quinta Avenida de Nueva York.
Los sondeos han dejado al descubierto la fragilidad de Clinton, quien no logra liquidar la lucha que voto a voto mantiene en el proceso de primarias con el senador Bernie Sanders, -el otro outsider político en contienda- y cómo Trump, sin cambiar de discurso, sigue ganando adeptos.
Ante el lento “naufragio” de quien fuera su funcionaria, el saliente presidente Barack Obama ha irrumpido en la campaña con fuertes críticas a Trump, a quien hace pocos días desde Japón tildó de “arrogante” e “ignorante” en política internacional. Sin embargo sus ataques no han hecho mella, tal vez porque con el sol a sus espaldas y con el consabido desgaste de ocho años de gobierno no parecen centrar el interés ciudadano.
La campaña de Clinton sufrió un pesado golpe el miércoles ante la divulgación del resultado de una auditoría interna en el Departamento de Estado que criticó en duros términos el uso que hizo de un servidor particular de correo electrónico para tratar asuntos oficiales. Sin embargo dijo que no permitirá que este asunto la persiga en su campaña por la presidencia de EU porque “esa es la misma historia” y adujo que lo hizo “al igual que secretarios de Estados anteriores, que usaron un email personal… Mucha gente lo hizo".
Pero ese tema es precisamente una de las “armas” que podría usar Sanders como “arma” frente a las primarias que restan, al igual que convertirse en flancos de ataque del virtual candidato republicano, junto con el caso del atentado a la embajada estadounidense en Bengazi, para mostrarla como una mujer indigna de confianza.
Y aunque los demócratas no han abierto hostilidades, el equipo Clinton, aupado en el comité especial “Priorities USA Action” tiene lista la estrategia para contragolpear. Su intento será demoler la imagen de brillante empresario construida por Trump para que como dijo uno de sus voceros, Justin Barasky “cuando las personas vean y entiendan las cosas que él ha dicho y hecho en su carrera, rápidamente se volverán contra él".
En este escenario político tan impredecible como candente las primarias entran en la recta final, antesala de un duelo presidencial atípico y cerrado. Trump vs.Clinton, una prueba ácida para los partidos, por la alta resistencia que generan a quienes investirán como candidatos, pero que concitan tras de sí un apoyo electoral tan diverso como inesperado.