El presupuesto militar de Estados Unidos está llegando a US$639.000 millones. Defensores aseguran que ello impulsará la economía
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No se trata de ninguna novedad reconocer que la Gran Depresión originada en la caída de la bolsa de valores el 24 de octubre de 1929, fue superada por Estados Unidos, de manera definitiva, a partir del involucramiento de esta potencia, en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Esa participación desembocó -como no podía ser de otra forma- en una gran tragedia humana, pero impulsó las economías a partir del esfuerzo productivo que fue requerido. Keynesianismo militar, puro y duro.
Quienes aún se atreven a defender a Trump producto más de intereses cortoplacistas y sectarios, o de audaz y permanente ignorancia, que con base en datos medianamente objetivos, establecen que el armamentismo del actual inquilino de la Casa Blanca puede darle un impulso importante a la economía estadounidense. Bueno, sí. Eso es cierto, pero sería también como decir que grandes catástrofes les proporcionan bastante empleo a los sepultureros.
El caso es que el presupuesto militar de Estados Unidos está llegando al monto de 639,000 millones de dólares, es decir, 1.2 millones de dólares por minuto cada una de las horas del año. Una friolera de cifra. Una muestra más de la errática -por no decir estúpida- condición en este tipo de decisiones. Se trata de recursos que rebasan ampliamente el requerimiento para dar salud básica y educación primaria para todos los niños del Tercer Mundo. Se trata de una cantidad que aumenta ese presupuesto en al menos un 6 por ciento, respecto a los montos que para tal fin se tenían en la administración Obama.
El impacto económico que tiene en Estados Unidos este presupuesto es innegable. Se estima que constituye cerca de un 3.5 por ciento del total de producción anual del país (producto interno bruto) y que es responsable de una inmensa cantidad de empleos. Esto fortalece la demanda, estimula programas de investigación y tiene en general un notable efecto multiplicador a partir de la variable de consumo, en la demanda efectiva interna.
Pero bueno, se hace evidente que muchos de los sectores más ignorantes y prepotentes -el “supremacismo blanco”- fueron elementos decisivos en la elección de Trump. Pero no sólo ellos, los contratistas del armamento se frotan las manos con los jugosos contratos. Con un dato adicional que también es digno de subrayar: ¿Quién controla los gastos militares? ¿Alguna vez se ha hablado de corrupción en ese sector?
Por supuesto que no se trata de negar el uso legítimo de la fuerza por parte de un Estado; eso es algo importante. Lo es. Es claro que se trata de algo vital, no es de engañarnos ni de creer que todos estamos, como debiéramos, con la bondad y la generosidad brotando permanentemente en nuestras vidas. Pero otra cosa es que Estados Unidos, con esa cifra de gastos bélicos, se encuentre duplicando el presupuesto bélico de China, la segunda potencia militar del planeta.
Como bien lo documenta Donald Abelson de la Universidad de Ontario, las por demás afiebradas promesas de campaña de Trump, siguiendo la inmediatez del caso y de los escenarios donde se presentaba, se centraban en retornar a casa las industrias que, debido a la mayor competitividad de otros países, se habían ido de Estados Unidos. Es en todo este esfuerzo que debe ubicarse la actividad del gran complejo militar-industrial estadounidense en procura de generar conflictos interminables o bien promover constantemente planes de “disuasión”. Todo se vale para que los millones fluyan a este sector sin publicidades, ni controles, ni remilgos.
El mismo Abelson proporciona datos específicos sobre ganancias de empresas pertenecientes al complejo industrial-bélico. De esa cuenta se reporta que Lockheed (aviones y helicópteros), Boeing (bombarderos), BAE (buques de guerra), Northrop (navíos de combate), Raytheon (misiles), Honeywell (industria espacial) y Dyncorp (logística y mantenimiento) para solo mencionar algunas, habrían elevado sus utilidades en un 60 por ciento, con respecto a los ingresos que tuvieron en 2010.
Hay motivos para que esas empresas se sientan por demás entusiasmadas. La batalla contra el terrorismo tiene prácticas y monumentales asignaciones de presupuesto. Es la concreción de las bravuconadas de Trump, es el requerimiento, la innovación y la renovación de equipos militares, a toda costa. Nótese la presencia de esas prioridades, cuando por otra parte el país tiene descuidados sectores vitales como la salud y la educación.
A manera de recordatorio, la aprobación del “trumpcare” no aparece por ningún lado. Hubo más entusiasmo por despedazar el “Obamacare” que en sustituirle con una propuesta creativa e innovadora; y todo ello con el hecho de que los republicanos dominan en ambas cámaras del Congreso. Es decir tienen cheque en blanco para las decisiones.
En esta materia del armamentismo es evidente que Trump ha dado muestras de tener gran capacidad ejecutiva. Fue un 23 de febrero de este año, a casi un mes de haber tomado posesión, que consecuente con su estilo de provocador, prometió que Estados Unidos reconstruiría su arsenal atómico. No escatimó esfuerzos en subrayar que el país se “había quedado atrás” en comparación con Rusia, y que “será el mejor de todos, en toda la historia de la humanidad”; insistió en declarar que se colocaría “a la cabeza del club nuclear”. Y bueno, está empeñado en cumplir con ello.
Quedaron atrás los alcances, los principios y procedimientos que se tuvieron desde 1967 con la prohibición de armas nucleares en el espacio; en 1968 con la firma mundial del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares en general; con prohibiciones de armas nucleares en fondos marinos y oceánicos (1971); prohibición de armas bacteriológicas (1972). En febrero de 2005, 144 países eran parte de la Convención de Ottawa mediante la cual se prohíben minas terrestres. Con Trump todo ello parece no tener importancia. En estos tiempos, ser sensato es ser revolucionario.
Trump sigue fiel a su estilo de la campaña. Su capacidad de insulto, de provocador en jefe, de altisonantes declaraciones, de falacias, contrasta con su capacidad de establecer propuestas constructivas. Pero eso les tiene sin cuidado a sus seguidores. Eso querían para mantener el “liderazgo” de Estados Unidos. Ignoran que es el país más endeudado del mundo, con un débito de casi 19.5 trillones (millones de millones de dólares) lo que implicaría un pago de casi 400 millones de dólares por día en intereses.
Ahora, a fines de octubre, el Senador Robert Corker, republicano, para más señas, ha señalado que Trump “arruina la imagen de Estados Unidos, con sus constantes falsedades, ofensas y hostigamientos”. Ante ello, Trump fiel como siempre a su personalísimo estilo, replicó: “Corker ni siquiera podría ser elegido como jefe de una perrera”.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.
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