Michel Temer ha sido acusado de casi todo: desde planear un golpe de Estado hasta recibir millones de dólares en sobornos, pero nada parece poder sacar al presidente de Brasil del cargo que ocupó inesperadamente el año pasado.
Último superviviente de una de las legislaturas más convulsas y llenas de escándalos del gigante sudamericano, el mandatario superó con facilidad el pasado miércoles una votación en el Congreso que podría haberle llevado a juicio por corrupción en la Corte Suprema.
No es la primera vez, sin embargo, que el líder de 76 años del PMDB (centro-derecha) salva una bola de partido.
Pese a contar con una escasa popularidad del 5%, este veterano estratega es un profesional en crear alianzas y sobrevivir en los envenenados pasillos de Brasilia, desde donde emergió hace un año para desbancar a su compañera de fórmula, la presidenta de izquierda Dilma Rousseff.
Discreto organizador entre bastidores, el mandatario conservador supo abandonar a tiempo el barco de la entonces presidenta, de quien ya se había desmarcado meses antes reprochándole que le tratara como un "vicepresidente decorativo". Él quería más.
Apoyado en sus reformas neoliberales, Temer supo hacerse también con la confianza de los mercados, vistos por algunos como el verdadero poder tras la mayor economía de América Latina.
Pero, desde entonces, nada ha salido como lo calculó este veterano estratega, en lucha constante por su supervivencia.
Contra las probabilidades
Este hijo de inmigrantes libaneses con vocación de escritor ya se salvó por poco en junio, cuando los jueces del Tribunal Superior Electoral (TSE) mantuvieron su mandato por una ajustada mayoría (de 4 a 3) ante las sospechas de financiación ilegal de su campaña con Rousseff en 2014.
La presentación, tres semanas después, de la denuncia por corrupción del fiscal general Rodrigo Janot parecía, sin embargo, casi insuperable.
Poco antes, el poderoso grupo de medios Globo le había dado la espalda, pidiendo abiertamente su salida y publicando dañinas filtraciones que abrieron el camino a las acusaciones del Ministerio Público.
Y sus rivales políticos olían ya la venganza perfecta.
Después de todo, solo había pasado un año desde que la izquierdista Rousseff fue destituida en un proceso que ella calificó de golpe, acusando de tramarlo a su hasta entonces vicepresidente: Michel Temer.
En 2010, este veterano político había unido a su PMDB con el Partido de los Trabajadores de Rousseff en una extraña coalición, que acabaría con sus aliados maniobrando para destituir a la mandataria, acusada de maquillar las cuentas públicas. Temer asumió de forma automática.
El mandatario parecía ahora cerca de sufrir una suerte similar. Los indicios, incluyendo una filmación en la que se veía a uno de sus asesores cargando una maleta de dinero, era imposible de ignorar.
Pero antes del voto en la Cámara, Temer echó mano de su profundo conocimiento de la Casa para aplacar disidencias, liberando fondos para proyectos e intensificando contactos con legisladores con el fin de asegurar el resultado, según reportó la prensa local.
Contra todo pronóstico, además, su propia frágil coalición se mantuvo unida temiendo que la débil economía de Brasil no aguantara un segundo cambio presidencial en 12 meses.
Impopular
De semblante glacial y aire distante, a Temer nunca le gustó la política de proximidad ni tuvo pretensiones, incluso ya como presidente, de contar con el apoyo popular. Aunque su faceta privada se hizo más conocida al alcanzar el poder.
Tres veces presidente de la Cámara de Diputados y presidente del PMDB durante 15 años, para muchos resulta más interesante saber que comparte su vida con su tercera esposa, Marcela Tedeschi, una exreina de belleza cuatro décadas menor.
Temer es también un apasionado de la poesía, con una obra publicada, aunque sus versos se han convertido en un objetivo habitual de bromas en las redes sociales.
Discreto, parecía más feliz con su imagen de político distante. Al llegar al poder el año pasado, afirmó que su objetivo sería implementar duras reformas de austeridad económica, y que no le importaba ser impopular por ello.
Con escasas apariciones en eventos populares, Temer desató la polémica al elegir a un gabinete que se parecía mucho a sí mismo: una colección de hombres blancos, adinerados y de edad avanzada. Ocho de sus ministros están siendo investigados por corrupción.
La estrategia funcionó, sin embargo, con la comunidad económica de Brasil y la mayoría del Congreso, que piensa que su austeridad ayudará a superar más de una década de gobiernos del PT, dejando atrás los dos años de recesión.
Pero entre los brasileños comunes, Temer tiene ya peores índices de aprobación que Rousseff en sus peores momentos.
Sus apariciones en televisión suelen estar acompañadas de cacerolazos en algunos barrios de Rio o Sao Paulo, e incluso recibió una fuerte pitada hace un año durante la inauguración de los Juegos-2016 en el mítico Maracaná.
*Periodista de AFP