BASTA con remontarse unos meses atrás. En febrero, cuando la nueva administración se trasteaba a Washington, la Oficina Federal de Investigación (FBI) filtró una información que dejó en evidencia la conexión de miembros de la campaña Trump con Rusia. Uno de los implicados fue Michael Flynn, exconsejero del Consejo de Seguridad, que dejó el puesto, al probarse que en su juramentación del cargo no dijo que había hablado con Moscú.
Nuevamente el caso Rusia cobró otra víctima. Su enorme territorio cruzó el Atlántico, entró por Nueva York y generó –genera- caos en Washington. ¡Especulaciones! Pero sí: siempre está presente. En los tres meses y medio que lleva Trump este país siempre hace parte de la agenda. Una agenda que parece una película de Tarkovsky escenificada en Siberia. Fría, sórdida, pero a la vez cercana –cercanísma- a la realidad misma: una historia de mentiras, odios y revanchas.
La víctima se trata de James Comey, exdirector del FBI que dejó su puesto por despido directo. Aprovechando que estaba en Los Ángeles, Trump le envió una carta de tres páginas a su oficina. En ella, puntualmente, le dijo lo que pensaba de él: “usted no es capaz de conducir eficientemente el FBI”.
¡Bombazo! En Estados Unidos nadie duda de las capacidades del director del principal organismo de seguridad. Menos, se pone en entredicho su eficiencia. Pero, esta vez, se rompieron los protocolos. ¿Cuándo no, en el gobierno Trump?
Revancha
La filtración del FBI a los medios en febrero puede ser leída como una revancha de Trump. En la Casa Blanca, la semana de febrero en la que el organismo envió información a los medios sobre los nexos de la campaña de su campaña con Rusia, se vivieron las peores horas que el Presidente ha enfrentado desde que llegó a Washington.
Impactado, Trump conoció que el FBI era capaz de hacerle un contrapeso igual que los medios. Se sintió acorralado. Resolvió lo más rápido posible la coyuntura: echó a Flynn. Pero quedaron claras las fisuras dentro de su administración.
El artífice de su primera salida en falso fue Comey. Un hombre puesto en el cargo por Obama en 2013 y a quien le quedaban seis años más frente al cargo. Alto –de casi dos metros-, nunca le juró “lealtad” a Trump. Quien, acostumbrado a que así sucediera con su gente, le cayó mal, muy mal aquella indiferencia del director del FBI.
¿Fue eso lo que generó su destitución? Algunos dicen que sí. Fuentes consultadas por The New York Times revelaron que en una cena privada en enero el Presidente le pidió lealtad. Ante esa solicitud, Comey respondió que no podía serle leal. Se dieron las manos –adiós- y luego vinieron filtraciones, amenazas y el despido.
La Casa Blanca niega esta versión de los hechos. Spincer, su portavoz, ha dicho que es mentira, pero otro sector del FBI ha llamado a NBC News a reconfirmar que esas fueron las palabras entre Trump y Comey.
La lealtad que pidió el Presidente puede ser vista de diferentes maneras. Unos, como la profesora de la Universidad de Harvard, Laurence Tribe, en diálogo con The Washington Post, creen que se trata de una forma para obstruir la justicia. Reconocen, otros, que es simplemente una forma de rodearse de funcionarios de confianza, sin necesidad de caer en el campo de lo ilegal.
En un tuit el viernes, Trump dijo: “James Comey espero que no haya "cintas" de nuestras conversaciones antes de que comience a filtrar a la prensa”. Muestra, de esta manera, que efectivamente el tema de las filtraciones fue una de las razones principales que lo llevó a echar al exdirector del FBI. ¿La única razón?
¿Todo es una mentira?
Un invento de los demócratas. Eso es lo que Trump dio a entender el viernes en una entrevista con Lester Holt en NBC, cuando le preguntó sobre las investigaciones de su campaña con Rusia. “Es una historia inventada. Es una excusa de los demócratas por haber perdido una elección que deberían haber ganado”, dijo el mandatario.
Trump, dos días antes, había explicado que le frustraba profundamente la falta de conclusiones en las investigaciones de Rusia y que eso lo había motivado a despedir a Comey. Según The New York Times, el exdirector estaba avanzando en el caso de Rusia y le había pedido al Departamento de Justicia más recursos para esta.
Holt, al cierre de la entrevista en NBC, lanzó la pregunta esperada. “¿Está enfadado con el señor
Comey por su investigación”, a lo que Trump, hábilmente, como siempre, no respondió, y dijo “sólo quiero a alguien competente”.
Al final de esta historia, no se sabe qué es cierto y qué es verdad. Presuntamente, sí hay una investigación sobre los nexos entre Rusia y la campaña presidencial. Siquiera, algo que investigue los vínculos de Moscú con alguien de Washington. Puede, también, existir algo de revancha por las filtraciones, una especia de juegos de poder que terminó, por el momento, ganando Trump. O, las anteriores, al contrario, son mentiras.
Cambio en el FBI
El director del FBI, a diferencia de la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional, lo nombra el Congreso. En Estados Unidos, por lo menos, esto hace que este cargo esté alejado de los intereses políticos del Ejecutivo y tenga, en el papel, una mayor independencia.
Al parecer, Trump busca romper esa independencia. No le valieron las filtraciones de febrero, ni los rumores de una posible guerra con el FBI. No le teme a nadie. Parece que la historia de la institución poco le importa. Que le tienen sin cuidado el poder que alguna vez llegó a tener Jhon Edgar Hoover, el máximo director del FBI, que tumbó a presidentes. O negoció lo inimaginable.
Falta ver cuál será la reacción de Comey. ¿Cuándo empezará hablar? El Congreso, que viene haciéndose cargos de las investigaciones sobre el caso Rusia con el FBI, volvió a insistir en que hay que conocer más detalles de lo sucedido. Será que, a partir de entonces, las mañas de Hoover invadirán el espíritu de Comey. Lo veremos. Y al final, Putin armó otra polémica y ganó otra vez.