Sinfonía mejicana en el Mayor | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Teatro Mayor
Jueves, 29 de Junio de 2017
Emilio Sanmiguel

Dos  presentaciones en el Teatro Mayor de la Orquesta  Sinfónica del Estado de Méjico. El primero fue bueno y el segundo mejor. Se entiende, pues por razones de diversa índole, presumo que la primera debió ser presupuestal, la agrupación llegó a Bogotá el viernes 23.

Las puertas se abrieron un poco más tarde de lo habitual -aquí ninguna sala empieza sus espectáculos con rigurosa puntualidad- puesto que la OSEM estaba, cómo no, en ensayo.

Dos presentaciones bajo la dirección de Enrique Bátiz, su fundador en 1971, un músico de prestigio internacional. La orquesta, que tiene su sede en Toluca de Lerdo  -capital del Estado de Méjico, curiosamente a la misma altura de Bogotá, 2.600 metros- y su trayectoria incluye haber sido dirigida por grandes figuras.

Sin rodeos, una orquesta importante en el concierto latinoamericano, que visitó el país por los nexos de Ramiro Osorio, director del Teatro, con el medio cultural mejicano.

Una digresión sobre el repertorio y dirección

En  un país con la riqueza musical de Méjico no debe ser tarea fácil organizar el repertorio para una gira internacional. Porque, haciendo de lado los archivos virreinales de las catedrales, el espectro va desde José María Bustamante y Nemesio Morales hasta los contemporáneos; por el camino se engarzan nombres como Juventino Rosas, Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Blas Galindo, José Pablo Moncayo y el elegido, que fue Manuel María Ponce, el del Intermezzo  para piano y el Concierto del sur

Había que optar por uno de ellos, y la decisión fue afortunada, al menos a mi juicio.

La presencia de Enrique Bátiz, además de ser un gran director, tuvo el ingrediente significativo, de tratarse de la etapa final de su carrera, por razones de salud, como titular de la orquesta que él fundó. Su altísimo nivel de exigencia es legendario, sólo acepta la excelencia y no tiene pelos en la lengua para expresar sin eufemismos lo que piensa: ”En México predomina la medianía, la mediocridad, y no me perdonan que les exija tocar bien su instrumento, que no masacren la obra de arte de un compositor”… sin comentarios, salvo ¡que tiene razón!

Así, pues, las presentaciones contemplaron obras mejicanas y repertorio internacional.

El concierto del 23

Buena apertura haber escogido la Obertura para un festival académico, Op. 80 de Johannes Brahms, en versión fogosa, brillante, con ese toque de desparpajo que hay que imprimirle, especialmente cuando aparece el Gaudeamus igitur, el himno estudiantil que le resta a la obra cualquier tono de solemnidad.

Enseguida Ponce. El Concierto para violín y  orquesta, una selección novedosa para el público, con la buena actuación como solista de la lituana Dalia Kuznecovaite, que alcanzó su máxima cota de categoría a la altura del segundo movimiento Andante espressivo, que fue toda una lección de sutileza y musicalidad.

En la segunda parte la Sinfonía nº 5 en Re menor, op. 47 de Dimitri Shostakovich. Sin duda Bátiz entiende bien la obra; sabe que hay que dirigirla de manera vigorosa, como un reto, extrayéndole toda su esencia de inconformismo. El carácter tan lleno de aparentes contradicciones del último movimiento fue trabajado a tope, con el esplendor sonoro que demanda su aparente triunfalismo, pero, dejó en claro que a veces, también en la música, las apariencias engañan. Por eso la suya fue una versión importante.

Y, al día siguiente

Repito: si el concierto del viernes fue bueno, el del sábado fue muchísimo mejor. Apertura con otro enorme acierto, Don Juan, op. 20 de Richard Strauss. Aquí se impuso de manera contundente la categoría de la orquesta. La que estaba en el escenario del Mayor era una gran orquesta. Obviamente estaba el criterio de quien es un grande, porque la orquestación es densa y muy elaborada, pero fue resuelta con un excepcional nivel de claridad, hasta detalles de la intervención, por ejemplo, del arpa, o de las maderas. Qué buenas cuerdas.

Enseguida la rusa Irina Chistiakova enfrentó el  “Concierto para piano”, el conocido como el romántico, de Ponce, con todos sus despliegues de sonoridad y virtuosismo, una obra que, evidentemente la pianista rusa domina.

 

Para la segunda parte la Sinfonía nº2 en Mi menor, op. 27 de Serguei Rachmaninov. Una obra particularmente complicada y de amplio aliento, que de no estar dirigida, como lo hizo Bátiz, puede resultar bastante pesada por su insistente retórica. De sobra observar que el III movimiento Adagio fue una joya de la efusividad y el final, Allegro vivace logradísimo, brillante.

En resumen: gran actuación de la Orquesta Sinfónica del Estado de Méjico. Que regresen, para seguir disfrutando su gran patrimonio musical y su calidad como gran orquesta que es.