Esta cartagenera, que reside en Buenos Aires, es una de las voces más célebres en la literatura colombiana contemporánea.
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Margarita García Robayo (Cartagena, 1980) es una de las voces más célebres en la literatura colombiana contemporánea. Radicada en Buenos Aires hace más de una década, García Robayo ha sido directora de la Fundación Tomás Eloy Martínez, recibió el Premio Casa de Las Américas en 2014, y ha publicado un número importante de novelas, cuentos, relatos, y antologías que ya han empezado a ser traducidos al inglés, francés, italiano y portugués.
Su más reciente novela, Tiempo Muerto (2017), cuenta la historia de Pablo y Lucía, un matrimonio que luego de 17 años juntos se enfrenta al fin del amor.
EL NUEVO SIGLO: Para comenzar, ¿de qué se trata Tiempo muerto?
MGR: Tiempo muerto, a diferencia de mis otras novelas, es un compendio de temas sobre los cuales me interesaba decir cosas. En ese sentido, estos temas venían dando vueltas en mi cabeza casi antes de tener un argumento. Hay un argumento, claro: la historia de una pareja excedida en el período en el que una relación puede considerarse sana o buena y pasa a ser irremediablemente dañina. Es un modo de hablar del paso del tiempo en los vínculos afectivos –el tiempo es algo que nos pasa a todos– y de lo que no se puede controlar. Otros de los temas neurálgicos son la maternidad y la paternidad, y la construcción difusa y resbaladiza de la identidad y la pertenencia.
¿Cuál es ese tiempo muerto del que habla tu novela?
MGR: Esta novela arranca contando una relación ya podrida, necrosada. Las reflexiones en torno al paso del tiempo y el lugar en el que se encuentran ahora, tienen que ver con haberse excedido en ese período bondadoso, incluso compasivo, de una relación donde prevalece el amor, para convertirse en algo que solo puede hacer daño: veneno. El tiempo muerto es la suma de esos años excedidos, es como haber seguido adelante en una maratón con las piernas gangrenadas sin haberse dado cuenta de ello.
ENS: He leído en otro momento que te interesa explorar las fisuras y los quiebres. ¿Qué nos dice eso de lo estable y lo fijo?
MGR: Es algo que me cuestiono todo el tiempo. Esa incapacidad –no solo mía– contemporánea para hablar de lo “bueno” que nos pasa. O lo poco verosímiles e interesantes que me resultan las historias de amor romántico (salvo algunas canciones de Fito Paez, casi todos los relatos de amor que conozco, me parecen increíblemente artificiosos y falsos). Yo no es que solo pueda mirar o traducir las partes sombrías de la vida, sino que siento la necesidad de plantear algún tipo de escepticismo frente al ideal de estabilidad afectiva como una circunstancia feliz.
ENS: ¿Cómo ha sido el ejercicio de narrar personajes tanto masculinos como femeninos?
MGR: En mi libro anterior, Cosas peores (cuentos) al menos cinco de los siete cuentos están contados desde el punto de vista de un hombre. Me gustó hacerlo porque hasta el momento había prevalecido el femenino. En Tiempo muerto el punto de vista se alterna entre los dos protagonistas, Pablo y Lucía, y sentí tanta cercanía con el uno como con el otro. De hecho uno de los desafíos de esta novela fue hacer esa alternancia de un modo verosímil apelando a los matices de cada personaje. No diría que las visiones de Pablo y Lucía son contrapuestas o antagónicas; tampoco diría que uno es víctima del otro. Creo que lo que les pasa como pareja los supera y ambos tienen y no tienen razón. La ambigüedad es algo que me parece fundamental en la caracterización de un personaje. Sin la ambigüedad solo podemos hacer caricaturas.
¿Existe algo que estés interesada en movilizar con tu trabajo?
MGR: Sí, tengo una fijación particular por los vicios ideológicos de las clases medias acomodadas y educadas, que se consideran progresistas. Antes tenía más en la mira a esa clase media muy poco intelectualizada, interesada en escalar más desde el consumo (un poco lo que fueron los padres de mi generación, en el entorno caribeño), pero en algún momento me pareció que eso tenía un techo bajo, porque es fácil destrozar la brutalidad del arribista per sé; mientras que cuando esa clase está atravesada por un discurso ideológico o académico se vuelve más complejo porque lo que suele verse ahí son individuos plagados de contradicciones. Sobre esa ambigüedad me interesaba construir Tiempo muerto.
Antes de llegar a la literatura, hacías periodismo. Al leerte, siento que tu escritura es riquísima en detalles, invitando a que el lector habite tu narrativa. Sin embargo, esos detalles no secundarios al arco narrativo –como lo haría un periodista–sino que de hecho, iluminan tu argumento –como lo haría un etnógrafo…
MGR: Definitivamente me interesa más la analogía con el etnógrafo que con el periodista, porque el primero obedece a un impulso interpretativo y el segundo a uno documental. Yo no quiero documentar lo que miro, yo quiero entender a partir de interpretaciones y reflexiones que podrán ir del absurdo a lo lúcido, pero sin pasar nunca por lo literal. Nunca me sentí cómoda siendo periodista porque me parecía una camisa de fuerza en cuanto a lo intrepretativo y no me gusta tener ese tipo de limitaciones cuando escribo.
Lo que sí saqué en limpio de ese oficio fue cierto entrenamiento en la mirada, esa necesidad de estar mirando o escaneando todo lo que pasa a nuestro alrededor. Después, hay muchas cosas que se pueden hacer con aquello que se mira, yo intento hacer literatura. Recuerdo particularmente una columna que tenía en un diario argentino, Crítica, que consistía en narrar episodios sueltos y libres de cosas que sucedían en la ciudad. Entonces yo me iba por ahí a caminar o a sentarme en un bar y a estar muy atenta a todo eso que me parecía suceptible de convertirse en una pequeña historia real. No diría que todo era real, pero la materia prima sí que lo era. Creo que ese ejercicio fue un gran entrenamiento para mi modo de trabajar a partir de los estímulos narrativos que descubro en el entorno.
¿Qué estás leyendo, en función de tu escritura?
MGR: Últimamente lo que más me ha resultado estimulante o inspirador debe ser la poesía. Hace un tiempo que empecé a leer cierto tipo de poesía que me parece fascinante. El epígrafe de Tiempo muerto, por ejemplo, es de una poeta que me gusta mucho, Sharon Olds. Casi todas la poesía que me gusta y sigo está escrita por mujeres.
Finalmente, ¿Qué libro nos recomendarías leer?
MGR: Entre lo que leí últimamente me gustó mucho un libro llamado El conjunto vacío de Verónica Gerber, una autora mexicana. También recomiendo mucho leer a Mariana Enríquez, una escritora argentina que hace algo muy extraño entre realismo y terror que yo suelo llamar “el horror”, más bien. Ella es muy conocida y sus libros están traducidos a decenas de idiomas, así que por suerte se consigue fácil.
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