Ser o no ser, esa es la paradoja de Pedro Sánchez, autorizado el martes pasado por el Rey Felipe IV para conformar gobierno en el Parlamento. Ser, porque la base del Partido Socialista Español (PSOE) no le da la mano y lo mira de reojo, pese a contar con la clara posibilidad de convertirse en el próximo presidente de España. Ser, puesto que a pesar de la falta de apoyo, por el momento gana la partida. Y, No ser, ya que su posible gobierno estaría secundado por Podemos, una fuerza de izquierda radical que comparte su tendencia política, pero se distancia en muchos aspectos de su programa: independencia, gasto público y seguridad.
Sánchez se encuentra ante una gran encrucijada: seguir la voz de mando de las bases de su partido, y sus intereses de proteger el bipartidismo, o, lanzarse al ruedo con los radicales. Ambas posibilidades reclaman un líder que hile lentamente la construcción de una coalición con diferentes tintes políticos.
Por el momento, Sánchez se la está jugando por la segunda opción: pactar con radicales e independentistas. A pesar del llanto herido de los líderes socialistas, la opción que concuerda con sus inmediatos intereses se compone de un pacto con Podemos, Izquierda Unida (IU), y el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y la abstención de los partidos independentistas catalanes.
Podemos, pese de su alegoría contestaría, cede. Cede porque fue capaz de imponer en su agenda la unidad de España por encima del reclamo independentista, cuyo sustento le dio miles de votos en País Vasco y Cataluña. Pero no da el brazo a torcer cuando se trata de aumento del gasto público como síntoma de un recorte a la austeridad, propuesta que no comparte Sánchez y su partido.
El partido de Pablo Iglesias, sin embargo, no es el único que cuenta. A pesar de sus 69 escaños, las otras colectividades también juegan un papel tan importante como el suyo. Se trata de actuar como un ajedrecista y convencer a los demás de que sí debe ser elegido como presidente. Para ello tiene que ceder, como Podemos, pero de una manera más amplia, y conciliar, de ser necesario, parte de su base programática.
¿Qué puede conciliar? Los temas pueden ser tantos, como el número de personas que va consultar los próximos días. Sánchez no podrá pasar por encima el tema independentista y las medidas de austeridad. Quizá el mayor dolor de cabeza de los últimos años en España ha sido la independencia catalana, por eso durante las siguientes semanas tendrá que sortear la espinosa cuestión sin cruzar las líneas rojas.
El editorial de ayer del periódico El Mundo, de España, fue muy claro para referirse a este tema. “A Sánchez se le plantea el gran reto de llegar a un acuerdo con todas esas fuerzas sin cruzar las líneas rojas que le ha marcado su partido y que él mismo ha asumido”, dice. Tomada la decisión de pactar con unos, el líder socialista debe saber cuáles medidas son consecuentes con el socialismo español que practica y cuáles, desde el punto de vista del mismo, pierden todo sentido. En todo caso, si Sánchez no convence a las colectividades necesarias para formar gobierno, en tres semanas vivirá un duro golpe, con cara de fracaso, que abrirá otro capítulo con la citación a nuevas elecciones generales. Pero, ¿cuánto tiene que ceder?.
Rajoy mira desde la barrera
Mariana Rajoy mira los toros desde la barrera. A principios de enero se acercó al ruedo, le hizo guiños al Rey y finalmente, ante la falta de votos parlamentarios, dimitió su investidura. Pero tal decisión, que suena a una despedida anunciada del poder, no es más que una estrategia para mirar como las llamas consumen a Sánchez. Y entonces, con esa languidez que lo caracteriza, Rajoy reaparece en el escenario político, participando en unas probables elecciones generales.
Al interior de su colectividad, el Partido Popular (PP), consideran que merece una segunda oportunidad. Pero ese espaldarazo se lo dan aquellos líderes que pertenecen a las bases del partido en Madrid, como Dolores de Cospedal o su vicepresidente, Soraya Sáenz de Santamaría.
El PP, sin embargo, es un extenso partido lleno de barones regionales que, muy probablemente, no estarán contentos con que Rajoy reaparezca como emergente. Para ellos él fue quien causó la debacle de su partido el 20 de diciembre de 2015, cuando obtuvo la peor votación de su historia ¿Aparecerá otro líder conservador?
Pero Rajoy “persevera así en su posición no ya política sino biológica del inmovilismo y de la especulación, esperando que se le aparezcan unas elecciones anticipadas”, concluye el Mundo, describiendo al inagotable líder que, al contrario de Sánchez, actúa, pero no concilia; no lo ve necesario o, más bien, le es imposible. Es un gallego empoderado. Inamovible, como dice el diario español.
Tendrá que permanecer en la barrera de tres a cuatro semanas para saber si el destino le corresponde o las alianzas a favor de Sánchez finalmente se fraguan. Ese fue el tiempo que estimó el presidente del Congreso, Patxi López, pese al pedido del PP y Podemos para acortar el plazo que tiene Sánchez para sellar los pactos.
De tanto esperar es posible que Rajoy termine quemado. Y la paradoja de Hamlet le favorezca a Sánchez, quien en adelante será un hombre dubitativo ante la obligatoria necesidad de pactar para llegar al poder.