Quizá la noticia no haya calado como debiera, ni tenido la acogida que se hubiese supuesto, en los espacios protagónicos de la gran prensa internacional, pero las repercusiones son importantes. El caso es que el Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA) el uruguayo Luis Almagro (1963 -) -quien inició sus funciones en ese cargo el 18 de marzo de 2015- logró a fines de febrero de este año, el respaldo del parlamento estadounidense en cuanto a aplicar a Carta Democrática de la esa organización, para el caso de Venezuela.
De momento el hecho no constituye un punto de inflexión en los procesos y dinámicas venezolanas, pero es parte de la secuencia de condiciones que se van imponiendo en la que es -paradójicamente- la potencia petrolera de América Latina. Es un eslabón más en la cadena que se va cerrando sobre el gobierno de Nicolás Maduro (1962 -).
Para que ese círculo vaya agotando sus vacíos han contribuido factores internos de Venezuela, que han desembocado en estar casi al borde de una crisis humanitaria -algo impensable tan sólo hace cinco años- además de la influencia de componentes internacionales. Entre estos últimos se encuentra el cambio de gobierno en Washington. Ya con la nueva Administración Trump las cosas pueden no ser tan indirectas como en su momento las fueron, teniendo a Barack Obama al frente de la Casa Blanca.
En efecto, producto de la nueva política del mandatario Trump se ha señalado abiertamente al actual Vicepresidente venezolano, Tareck El Aissami (1974 -), de tener nexos con el narcotráfico algo que se va agregando al “prontuario” o expediente que sobre actividades ilícitas se le endilga al gobierno chavista. Al Aissami es un recién nombrado “número dos” del gobierno de Maduro; tomó posesión de su cargo el pasado 4 de enero.
Es de recordar en este sentido que, en medio de los contextos de la burocracia internacional que ofrecen organismos bilaterales o multilaterales, las potencias van procesando información y la van dando a conocer de manera calculada. Existen casos en que estos prontuarios fueron los elementos de “legitimidad” para la intervención, ya sea de fuerzas internacionales, o bien por parte de países o coalición de los mismos.
Cuando de cuestiones de seguridad internacional y de intervenciones de fuerza se trata, las cosas no surgen en términos inmediatos, por lo general no son intempestivas. Lo que sí es de pronto, y puede ser espectacular, es el desenlace que se produce mediante elementos detonantes. Un ejemplo de ello, el disparo que se cobró la vida del Archiduque Francisco Fernando de Austria, el 28 de junio de 1914 en la ciudad de Sarajevo, en la actual Bosnia y Herzegovina que surgió de la implosión de la ex–Yugoslavia.
Las tensiones se habían ido crispando en la región de los Balcanes y ese fue el “jalón de gatillo”, lo que precipitó, explosivamente los acontecimientos. Aunque las cifras presentan cierta variación, la I Guerra Mundial se habría cobrado unos 17 millones de muertos.
Otro ejemplo, más reciente y propio del ámbito latinoamericano, de cómo los detonantes surgen luego de procesos que se han ido añejando, se tiene con la invasión que llevó a cabo Estados Unidos a Panamá el 20 de diciembre de 1989. La secuencia de la agresión dejó unos 500 muertos y más de 20,000 personas perdieron sus propiedades. La operación fue basada en el expediente que con el tiempo se le fue formando a Noriega, señalándolo de personaje clave en el negocio regional del narcotráfico.
Sí, el ataque fue fulminante y devastador, especialmente en el área marginal urbana de El Chorrillo en Ciudad de Panamá, pero los antecedentes se fueron acumulando con el tiempo, la tensión se fue fortaleciendo a lo largo de años. En todo ello véase cómo se fortalecían los expedientes, como se expandía el cúmulo de una justificación o pretexto. Mientras tanto, se iba dosificando la presentación del caso, secuencialmente, tanto ante la opinión pública, como ante los dirigentes de la comunidad internacional. A todas luces, lo que se trata de tener en estos casos es la legitimidad de la acción militar.
Desgaste y desgobierno tras 18 años
En cuanto a la Venezuela actual no sólo son, ciertamente los factores externos. En lo interno el chavismo lleva la carga de sus casi 18 años en el poder, de manera autoritaria, en la forma de una democracia de fachada, en la cual las instituciones han sido cooptadas por el organismo ejecutivo y en donde el ejército se erige en el poder real, tanto de manera directa como indirecta en las instituciones, en el manejo de las relaciones exteriores y el control interno a la población.
El chavismo cae víctima de su inoperancia al haber destruido en buena parte el entramado del tejido productivo del país. Es cierto que la dependencia del petróleo no era nueva para las condicionantes venezolanas. Desde el 14 de diciembre de 1922 cuando “reventó” el pozo petrolero Barroso II y se tuvo pleno certeza, de que la extracción del crudo era factible de forma empresarial y sostenida.
Es bien reconocido que el día 14 de julio de 1936, se publicó el ensayo “Sembrar el Petróleo” del escritor Arturo Úslar Pietri (1906-2001). Desde ese entonces se hacía ver la necesidad de diversificar la economía del país y se subrayaban los riesgos de depender peligrosamente de la producción de combustibles fósiles. Sin embargo las lecciones, aun cuando hayan sido aprendidas teóricamente, no tuvieron su concreción en la práctica de la política económica. Venezuela, para 2000 dependía en un 84 por ciento de las exportaciones petroleras; hoy en día esa dependencia es de 93 por ciento.
En la actualidad, la crisis venezolana se concreta en los altos niveles de desempleo, esto es la carencia de oportunidades para las personas, alta inflación -los precios al consumidor ascendieron en un solo año, 2016 a más de 180 por ciento- con un crecimiento económico que en los pasados tres años ha acumulado no menos de un 14 por ciento. Con carestías de alimentos y medicinas, con una red de servicios, especialmente de salud que languidece en medio de sus precariedades.
Esos son los factores internos responsables de la crisis, por más culpables que Maduro desee ver en todos aquellos que nos son sus incondicionales. No hay ideología que se logre mantenerse si el hambre campea a sus anchas, si no hay atención a las necesidades básicas de los habitantes ni oportunidades para ganarse la vida. La gente no se suicida tan fácilmente. Lo que siempre se requiere es de medios para poderse ganar la vida, ya sea con la constitución de empresas, o bien mediante empleos productivos.
Las tensiones se acrecientan en el panorama venezolano. Los mecanismos de recambio en el gobierno han sido eficazmente obstruidos por el poder ejecutivo, tal como se demostró con las tácticas dilatorias para aplicar el revocatorio que buscaba remover a Maduro. Nadie desea que la tragedia se instale en forma de sangre directa derramada. Pero la pobreza, la carencia de medios y la crisis es también una violencia cotidiana que hoy persiste en la que una vez fuera la envidiada Venezuela “saudí”.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.