Por Martha Olaya
Periodista El Nuevo Siglo
El primermartes de este año, el administrador de empresas Juan Gómez sintió que el poco dinero que tenía en los bolsillos ya no le iba a alcanzar para la compra diaria del pan y los huevos. Ese día, 5 de enero, se enteró que el costo de vida había aumentado 6,77 por ciento en el año que acababa de finalizar y supo que el viacrucis de este año se estaba adelantando a la Semana Santa.
Desde ese momento, Gómez entendió, como muchos colombianos, que este año tendría que aguantar una disminución en sus ingresos si quería seguir comprando el mismo pan y huevos pero a mayor precio.
Sin duda, los colombianos de diversos estratos socioeconómicos han tenido que ajustarse el cinturón ante la coyuntura económica que vive el país, una inflación del 7%, un dólar que supera los $3.000 y como si fuera poco la sequía provocada por el fenómeno del Niño.
Desde el año que pasó todos estos factores vienen repercutiendo en lo más sensible para cualquier hogar. Varios ciudadanos del común contaron a EL NUEVO SIGLO que con el alza no solo en alimentos sino en transportes, arriendos, peajes, y hasta los típicos almuerzos “corrientazos”, han tenido que bajarle al consumo. Por ejemplo, los que acostumbraban a salir a almorzar en familia a un restaurante cada fin de semana, ahora lo pueden hacer tan solo una vez al mes para optimizar recursos.
Gastos calculados
Con calculadora en mano, el administrador Juan Gómez, quien trabaja en una entidad financiera y cuyo sueldo supera los 2 millones de pesos, señala que aunque su salario no es malo siente el alza y el impacto de la inflación en sus bolsillos.
Ahora debe hacer mejor los cálculos para que sus finanzas no se vayan a ver perjudicadas: “por ejemplo, acostumbraba a salir todos los viernes de rumba y los fines de semana a almorzar a cualquier punto de la ciudad, aunque uno diga son solo 200 pesos el alza si se hace continuamente pues el bolsillo lo siente, ahora creo que es época de ahorro y pues suprimí las rumbas para poder economizar, además que quienes ganamos más solemos tener más deudas y hay que ser prudentes con ese tema y más en estas circunstancias”, sostiene con una mirada melancólica, pero añade que “hay que ser cauteloso a la hora de gastar porque en estos tiempos uno no sabe cuándo se va a quedar sin empleo”.
¿Pagar el bus o comer?
Al igual que Juan, la joven universitaria Ana Soto, quien cursa quinto semestre de derecho en la Universidad Nacional, asegura que con el incremento de $200 en el TransMilenio y el alza en algunos productos, ahora tendrá que decidir si puede sacar las fotocopias o deja de comer. Esta estudiante que se desplaza todos los días desde el municipio de Facatativá ubicado a las afueras de Bogotá, hasta su lugar de estudio en la carrera 30 con calle 45 en la capital del país, sostiene con algo de desilusión en su rostro que “desafortunadamente ante esta situación, así uno esté estudiando debe rebuscarse la vida de alguna manera para subsistir, es casi insostenible pagar un pasaje tan caro y más ahorita que subieron más los precios de todo que el salario mínimo”.
Para esta joven cada día es más notoria la inseguridad no solo en Bogotá sino en su mismo municipio, además debe soportar la falta de oportunidades laborales y el alto costo de vida.
“Muchas familias no tienen con qué solventar sus gastos por lo que sus hijos resultan metiéndose en la delincuencia, es muy triste que la corrupción de este país tenga cada vez más sumergido en la pobreza al pueblo, siempre nosotros los ciudadanos de a pie somos los que tenemos que pagar el costo de la corrupción”, puntualizó la futura abogada con un tono de furia y de impotencia por no poder cambiar la situación.
Estirar el dinero
A su vez, Mercedes Angarita, una popular ama de casa que acostumbra a hacer mercado todos los domingos, mientras su esposo, un conductor de transporte público, trabaja de sol a sol para llevar el sustento, expresa con preocupación en su rostro que con 200 mil pesos mensuales “ya no se hace nada”.
Para esta mujer, madre de 2 hijos de 5 y 10 años, debe hacer maravillas para poder llegar con víveres significativos a su casa. Dice que a medida que suben los precios de algún producto, lo sustituye por otro para hacer rendir el dinero.
“Por ejemplo a nosotros nos gusta consumir mucha papa y ahora se puso más cara, entonces pues no la compro, llevo otra cosa, es increíble ver que casi todo está caro por la sequía, Dios quiera que esto pase pronto porque así no sé a dónde llegaremos”, expresó esta jefa de hogar mientras contaba el dinero que le sobraba, “a ver cómo puedo estirar la plática para llevar algo más esta semana”.
¿Para qué alcanza un mínimo?
Mientras unos tienen la fortuna de sustituir una cosa por otra o bajarle a los gastos para compensar sus finanzas, los estratos menos favorecidos, aquellos que viven tan sólo de un salario mínimo y tienen una familia completa por mantener, como lo es el caso de Pablo Gómez, un trabajador del sector de la construcción, coloquialmente conocidos como “rusos”, debe mantener a su esposa y a sus dos hijos. Pero el panorama no es nada alentador, según este humilde hombre que todos los días se levanta a las 3 de la mañana para desplazarse desde Usme al norte de la ciudad. En medio de una mirada un poco nostálgica señala que los 700 mil pesos que se gana al mes a duras penas le alcanzan para sobrevivir, pues paga 250 mil pesos de arriendo en una casa de tan solo un cuarto.
Con la voz entrecortada y con los recibos de los servicios públicos en mano, este hombre muestra que cada peso que se gana es para pagar el consumo de energía, agua, gas, alimentación, transportes y arriendo.
Antes Pablo acostumbraba a comer un huevo cocinado con tinto antes de salir de casa, ahora cuenta que la cubeta ha subido 3 mil pesos: “antes compraba una cubeta de huevos en $7.500 ahora vale $10.500, entonces ya no puedo darme el gusto de comer huevo a diario porque o soy yo o son mis hijos”.
Para este trabajador cada vez son más lejanas las esperanzas de tener una mejor calidad de vida, pues asegura que no le alcanza para ahorrar: “no alcanzo a ahorrar nada, pues lo poco que gano me lo gasto viviendo, ahora con la comida cara simplemente tenemos que atenernos a lo que haya en el momento, a veces sólo tomamos agua de panela y un solo pan porque hasta ese subió de precio, por ejemplo carne o pollo comemos cada vez que me pagan, para nosotros prácticamente es un manjar tener un plato de carne en la mesa, muchos de mis compañeros tienen mi mismo estilo de vida si comemos no desayunamos como dicen por ahí”, sostiene.
Con resignación el obrero dice que “el palo no está para cucharas, no sé a dónde vamos a llegar con esta carestía, creo que no hay bolsillo que resista, pues es inaceptable que le suban a todo más de lo que le subieron al mínimo y ahorita el pasaje que va a quedar a 2 mil pesos, imagínese usted ¡antes se puede subsistir!”.
Más trabajo, menos plata
Otro es el caso de Damaris Bernal, una mujer de 35 años, madre soltera de 3 hijos, el padre de los 2 primeros niños falleció y el progenitor de su bebé, que tiene tan solo 7 meses, la abandonó.
Desde entonces esta joven guerrera trabaja de sol a sol para enviarle dinero a su madre a Bucaramanga, quien está a cargo de sus dos hijos mayores. Ella también debe pagar arriendo y costear la guardería donde le cuidan a la pequeña Salomé.
A las 9 de la noche comienza la jornada laboral de Damaris, en un puesto ambulante al Norte de Bogotá donde atiende hasta las 9 de la mañana, hora en la que le reciben el turno. Por estas 12 horas de arduo trabajo, aguantando frío y a veces a la intemperie de la lluvia, recibe tan solo $35.000 diarios sin pago de seguridad social.
En medio del cansancio agotador, esta aguerrida mujer asegura que va a su casa, se baña y para tener ingresos extras vende maní en Transmilenio, “yo llego a mi casa a eso de las 9,30 de la mañana, pues vivo a una cuadra del trabajo, veo a mi bebé que en las noches me la cuida la señora que me tiene arrendada una pieza, la baño, desayuno y hago algo de oficio para luego coger mi gancho de maní y salir para Transmilenio a vender hasta las 8 y 30 de la noche. A veces paso días que no duermo hasta que el cuerpo me pasa la cuenta de cobro y pues tengo que dormir de vez en cuando un día entero para reponerme”.
Con sus mejillas sonrojadas y cuarteadas por la intemperie del clima y su mirada profunda que se confunde en medio del cansancio y la nostalgia, la joven mujer asegura que “es lamentable que así uno trabaje como mula, el dinero no alcance para nada, ahorita todo está costoso, y es un sacrificio cada día conseguir plata para poder sustentar a mis hijos”.
Uno de los datos que redunda en la cabeza de Damaris, al igual que la de miles de colombianos, es el aumento de 2 puntos del IVA que ya los políticos están planteando con una reforma tributaria, pues en medio de la conformidad expresa que “si nos suben el IVA, nosotros los pobres ya no podremos entonces ni comer, si no más ahorita estamos apretados, eso sería catastrófico”.
Como Juan, Ana, Pablo, Mercedes y Damaris, son muchos los colombianos de a pie que deben hacer maravillas con su sueldo para poder naufragar en medio de este apretón económico, que sin duda alguna ha impactado de manera directa el bolsillo de los consumidores sin importar su estrato.