Salud mental, problema invisible en conflicto | El Nuevo Siglo
Miércoles, 26 de Junio de 2013

El nuevo informe pone el foco en las consecuencias psicológicas de la violencia sobre la población civil.

La población civil inmersa en la violencia cotidiana del conflicto armado colombiano se ve obligada a sufrir en soledad las secuelas psicosociales que ésta provoca.

Así lo señala la organización médico-humanitaria internacional Médicos Sin Fronteras (MSF) en su informe “Las heridas menos visibles: salud mental, violencia y conflicto armado en el sur de Colombia”.

“Aquellos afectados por las consecuencias de la lucha que enfrenta a los distintos actores armados estatales y no estatales, así como por otras formas de violencia, cuentan con escaso apoyo de un Estado que, a pesar de los avances en los últimos años, aún no logra responder de manera efectiva a sus necesidades psicológicas”, indica.

El informe, que busca contribuir a la promoción de cambios en la legislación para uno de los problemas de salud pública más invisibilizados en el país, se basa en el testimonio de más de 4.400 pacientes de los programas de salud mental de MSF en el sur del país (Caquetá, Putumayo, Nariño y Cauca), atendidos por la organización entre enero y diciembre de 2012.

Del análisis de los datos se desprende que la mayoría (67%) de los que asistieron a las consultas clínicas vivieron uno o más hechos relacionados con la violencia, y que están expuestos cotidianamente a diversos factores de riesgo asociados directa o indirectamente con las dinámicas del conflicto. Todos ellos tuvieron además una tendencia considerablemente más alta a sufrir síntomas de depresión y ansiedad o cuadros post-traumáticos que los pacientes que se acercaron a la consulta a causa de otros factores no asociados a la violencia.

“A pesar del profundo impacto que la violencia tiene en la población colombiana, la salud mental sigue siendo un campo poco explorado, y la respuesta de los servicios sanitarios frente a trastornos mentales es generalmente limitada o inadecuada”, señala Javier Martínez Llorca, coordinador general de MSF en Colombia. “Es necesario que los servicios de atención psicoterapéutica estén asegurados en el primer nivel de atención, que acompañen a los equipos extramurales que se desplazan a las zonas rurales, y que el Estado garantice los protocolos y recursos adecuados para que los afectados puedan superar los hechos traumáticos que han vivido”.

El informe detalla los eventos más recurrentes que afectan la salud mental de los pacientes. La mayoría de éstos se encuentran directamente vinculados al conflicto: un gran porcentaje de los consultados mencionaron haber sido testigos de primera mano de violencia física, amenazas o asesinatos; muchos señalaron además haber sido víctimas de desplazamientos forzados, de amenazas, o haber sufrido el asesinato o la desaparición de familiares. Incluso aquellos eventos surgidos de la muestra que a primera vista no parecen estar asociados al conflicto – como la violencia doméstica y la pérdida de ingresos familiares – se encuentran indirectamente relacionados al mismo entorno de hostilidad. La exposición constante a situaciones violentas en el marco del conflicto armado puede deteriorar la forma en la que una persona se relaciona con su entorno, aumentando la probabilidad de reaccionar agresivamente, lo que a su vez puede estar vinculado con un incremento en los niveles de violencia doméstica. Asimismo, el desplazamiento a cascos urbanos al que se ven forzados muchos colombianos como consecuencia de la lucha armada repercute en la pérdida de sus fuentes de sustento, asociadas por lo general a la agricultura y ganadería.

Como parte del informe, pacientes de MSF brindan su testimonio sobre las experiencias que han debido atravesar, prestándole así voz a un sufrimiento que la mayoría de las veces deben sobrellevar en soledad. Generalmente olvidados e ignorados, los efectos psicosociales de la violencia causan heridas que, aunque menos visibles que aquellas provocadas por las balas, afectan gravemente el desarrollo de una vida cotidiana normal. “Nunca me había sentido así. Nunca había visto a mi esposo tan callado, nunca lo había visto llorar en silencio. Y qué decir de mi hijo, el muchacho ya no es el de antes. Ahora en su mirada ya no hay ternura, hay rabia, hay odio. No sé qué va a ser de nosotros ahora, sólo sé que nos queda Dios y que nuestra vida no será la misma porque ahora somos desplazados”, explica, por ejemplo, una mujer de 50 años oriunda de Cauca en una de las citas que integran el reporte.