Ahora que a Colombia toca definirse al respecto, por tener una silla en el Consejo de Seguridad de la ONU, una de las peores circunstancias por las que atraviesan Israel y Palestina es que sus nombres, en el imaginario universal, inmediatamente invocan guerra y conflicto.
Tan sencillo como que ese es el principal pasivo que enfrentan. Al contrario, paradójicamente, de unos pueblos que a través de milenios han vivido un trasunto pacífico y trabajador, pese a todas las adversidades.
En ciertas épocas, desde luego, se han dado duro y parejo. Como duro y parejo, en el caso de los semitas, les dio injustamente Europa durante siglos. No sólo alemanes, españoles o rusos, todos los demás. Pero hoy, el mundo está cansado de que en nombre de la reconciliación se camufle la animadversión y el regodeo entre judíos y palestinos. No es más que cualquiera de los dos proponga una cosa para que el otro replique y evada. La demostración de que permanecen embelesados y adheridos a lo que los sicólogos llaman conflictuarse. Es decir, les pudo el conflicto y se les volvió un modus vivendi (y operandi). El peor de todos los escenarios.
Uno se admira de que ello pueda ser así. Aparte del eterno retorno a citas bíblicas o mahometanas, la noción de una política teocéntrica y su desarrollo, el hecho es que no se han querido desprender de ello, tanto en la estrategia como en la táctica. Lo que no se discute. Lo que se debate es la incapacidad de situarse en el aquí y ahora. Lo que tampoco es de sorprender cuando se visitan estas regiones y en efecto se respira una presencia generalizada de lo ancestral. Que históricamente significa mucho, pero que no por ello debe ser freno y obnubilación para poder mirar el futuro. Vivir así es vivir en involución permanente.
A hoy es perfectamente claro que la descolonización británica en la zona salió mal. También mal salió la arremetida árabe para liquidar a Israel. Luego salió mal a Israel aposentarse por décadas en las regiones invadidas. Y recientemente salió mal una Autoridad Palestina sin autoridad. Todo ello con justificaciones de uno y otro lado comprensibles. Como la de Israel, en defensa de su seguridad, y la de Palestina, en defensa de algún día volver a tener un Estado como Israel. Lo que no puede justificar el statu quo.
En tanto, la posición colombiana ha sido bastante ambivalente. La Cancillera llama al diálogo directo, motivo del conflicto permanente, contrario de lo que quiere la ONU de proclamar multilateralmente un Estado palestino. ¿Y por qué no primero eso y después lo otro? Contesta: porque ello exacerbaría el conflicto. ¿Y por qué? Es obvio que nadie logra la paz por decreto internacional, pero menos caer en la trampa demostrada del diálogo eterno sin un marco perentorio y eficaz. Lo que más conviene a Israel y a Palestina, cada cual con su Estado y el libre desarrollo de sus pueblos, es que hagan parte del mundo como el mundo quiere verlas, reconciliadas. Y no conflictuadas eternamente, como al parecer pretende Colombia.