Por Giovanni E. Reyes (*)
YA se había dado a conocer, de manera alarmante por la señora Rashida Manjoo, quien concluyó en julio de 2015 su período como Relatora de Naciones Unidas sobre Violencia contra la Mujer. Ahora ha puesto de nuevo sobre la mesa el tema de violencia de género en Latinoamérica, Dubravka Simonovic,-quien ocupa el referido cargo; es originaria de Croacia la castigada región de los Balcanes que tuvo su bautizo de sangre a partir de la implosión de lo que hasta inicios de los noventa fuese Yugoslavia. El fenómeno de violencia contra las mujeres tiende a manifestarse con mayor grado, con lacerante actualidad en México y los países centroamericanos.
No se trata de una variable que sigan muy de cerca la mayor parte de los organismos internacionales y muchas veces hacerse de los datos puede muy bien ser producto de un acto prolongado de auténtica arqueología. Pero algo se logra. En este sentido es de subrayar que El Salvador tendría la tasa de crímenes contra las mujeres -feminicidio- más alta del mundo.
Esta nación centroamericana que luego de décadas de guerra civil afronta ahora la violencia de las “maras”, ha visto como desde 2000, la criminalidad contra las mujeres se ha disparado en un 197 por ciento. Los últimos reportes de policía van acompañados de cifras escalofriantes: durante el año 2015, se habrían cometido-algo que se admite oficialmente- no menos de 477 asesinatos de mujeres.
Honduras no se queda atrás. Se trata en este caso del país más violento del mundo, en donde la tasa de homicidios por cada 100,000 personas ha llegado a superar la “barrera” de los 90, en ciudades como San Pedro Sula, centro industrial y capital económica del país. En Honduras, entre 2003 y 2015 habrían sido asesinadas al menos 2,300 mujeres. Muchas de ellas, un 45 por ciento, tenían edades comprendidas entre 15 y 29 años.
En Guatemala escenario es paradójico. Este país tiene una de las legislaciones más avanzadas en cuanto a detección, seguimiento y penalización de asesinatos de mujeres. Sin embargo es de los más violentos en este tipo de crímenes, en el ámbito latinoamericano. Entre 2001 y 2014 han muerto 6.200 mujeres en Guatemala. Desde que en 2008 se aprobó la ley contra el feminicidio, la cantidad de estos asesinatos ha aumentado en 400 por ciento.
Esto sin dejar de mencionar las condiciones de México, cuyo territorio en muchas áreas ha sido cooptado por los sangrientos carteles de la droga, con todo el caudal generalizado de muerte y destrucción que imponen. Es legendaria la situación de violencia contra las mujeres en territorios como El Paso, Tijuana, Laredo y Nogales. Relacionado con esto, Estados Unidos ha construido un muro de 1,187 kilómetros; algo que recuerda al muro de Berlín, el que tenía por cierto una extensión de 155 kilómetros.
Y es de esperar más, en sus conocidos arranques más propios de un paciente de esquizofrenia que de un político, Donald Trump haciendo gala de su rocambolesco estilo, ha manifestado su iniciativa de construir un muro en la totalidad de la frontera con México -3,185 kilómetros- y hacer que México pague por la totalidad de la construcción.
A veces uno tiene la idea de estar presenciando al menos una parte de la serie “El Planeta de los Simios”, del director Franklin Schaffner -quizá un trabajo profético- estrenado el 26 de julio de 1968. Lo menciono no sólo por Trump, que ya es mucho decir, sino por la violencia indiscriminada y por las causas pueriles de la misma, que muchas veces se ciernen contra las mujeres.
Con este último caso se pone de manifiesto que uno de los grandes problemas en Latinoamérica, tiene lugar entre las disposiciones legales y la realidad, se trata del reforzamiento ejecutivo de las leyes; hacer que las mismas tengan un impacto concreto en la realidad diaria de las sociedades. Una situación similar se hace evidente en otros campos tales como el derecho laboral. En muchos casos el problema no es carecer de leyes. Se tienen. Pero la dificultad es que las mismas se lleven a la práctica.
No es algo nuevo. De conformidad con documentación estudiada por Marianne Mahn-Lot en su obra “Una Aproximación Histórica a la Conquista de la América Española” (editorial Oikos-Tau, 1977), los españoles nacidos en América, los “criollos”, en su enfrentamiento con las disposiciones de los “peninsulares” mediante medidas del Consejo de Indias, puntualizaban que las leyes desde España “se acatan, más no se cumplen”. Este es un rasgo distintivo de quienes formaban parte del jet set nativo de la colonia, quienes estructuraron el modelo económico-social basado en la “hacienda latinoamericana”.
Además, otra dificultad en la aplicación de las leyes reside en que las mismas no llegan a tener la efectividad deseada debido a la burocratización de la justicia, los premeditados enredos de los sistemas judiciales, por no decir abiertamente la corrupción, la que campea entre tribunales, jueces y subalternos. En total se cuenta, ciertamente, con un conjunto de excelentes ingredientes para el desastre.
Aparte de los componentes culturales y del rampante machismo que impera en la región -y que de alguna manera algo tenemos todos- uno de los factores que no protege a las mujeres -tanto como debiera- es que quienes cometen este tipo de asesinatos pueden percibir que las probabilidades de evitar una detección del hecho y una condena, no son abrumadoras. Los costos de las acciones no se hacen palpables, con lo cual quedan abiertos los incentivos para cometerlas.
Ante la pregunta de ¿Por qué los hombres emplean la violencia contra las mujeres? la ex-Relatora Rashida Manjoo no dudó en responder afiladamente: “porque pueden”. Es la “razón” brutal del matón que conociendo por lo general a su víctima, descarga criminalmente en ella, su talante básico, primitivo, de superioridad en fuerza física.
En lo fundamental, se hace imperativo, como mínimo, la denuncia, el no relegar la trascendencia que tiene contra la humanidad, este tipo de crímenes, por menos interés económico y político inmediatos que los mismos puedan revestir. No podemos cumplir con nuestro deber de ser constructores de civilización mientras los derechos humanos pierden todo sentido para, cuando menos, la mitad de las personas del mundo.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.