Las incontables legiones de noctámbulos, a las que se precia de pertenecer el barquero, nos deleitamos al amanecer del domingo escuchando por radio un ameno reportaje que el exalcalde bogotano Lucho Garzón le concedió al periodista quindiano Julián Parra Díaz.
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Selección musical. El palique entre el rolo y el cuyabro fue matizado con un nostálgico repertorio musical de la vieja guardia que tanto amó y supo describir con precisión de relojero suizo, en sus libros, el finado Hernán Restrepo Duque, el gran gurú de la canción popular.
Desfilaron por las ondas hertzianas las canciones más sentidas de Agustín Magaldi, el de Bertha y Siberia, faltándole a los discriminados de su “Chapinero gay” la súplica desesperada de Chavela Vargas, con su “ponme la mano aquí, Macorina”. Los hermanos Ana y Jaime Valencia pusieron la cuota colombiana con su famoso “Café y “petróleo”, la más duradera de sus canciones de protesta.
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Denuncia inquietante. A palo seco, como le gusta a Darcy Quinn, el hombre amante del cuello de tortuga y enemigo personal de la corbata soltó esta revelación de peso: “Una multinacional petrolera nos llenó de armas para la subversión a cambio de un permiso para ejercer su explotación del oro negro”.
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Distintos sitios. Parra nos recreó con sus nostálgicas notas, ubicando a su entrevistado en Marielita (frente al CPB) para rememorar desde allí La Tebaida, la patria chica de Timochenko. También evocó La tienda de Tocayito, santuario nacional de la música antañona, donde quisieran ver al expresidente Uribe compartiendo con el jefe de las Farc, cantando a dúo, la Guantanamera, para ver sellada la paz, así como en su momento Álvaro Gómez danzó por la paz con su secuestrador Antonio Navarro, dejando para la historia patria la Constitución del 91.
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Otros escenarios. En el recorrido imaginario llegaron a Medellín, en donde Garzón le mostró a Fajardo el último sitio donde cantó Gardel. Llegaron luego a Barranca, tierra donde creció Serpa y vivió Lucho, cruce de caminos en el que se nutrió de todos los ingredientes que proporcionan la diversidad étnica, cultural y regional con Santander, Antioquia y Bolívar. Todo esto les dio para referirse a quienes lo tuvieron todo, pero no llegaron, como Noemí y Carlos Holguín, quien terminó arrastrando los pies.
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Evocaciones. La nocturna sirvió para evocar al inmolado Jaime Garzón, psicólogo de multitudes, desde su Edificio Colombia. Hablaron de un absurdo de la izquierda como el destierro que le impusieron Fidel y Raúl Castro a Celia Cruz, quien desde el duro exilio entonó en su voz magistral "la nostalgia de mi tierra". El periplo concluyó en Suiza, paraíso al que llegó Lucho a mitigar las nostalgias en un país que parece una postal en blanco y concluir que Cali debería ser la capital, con su séptimo cielo y su salsódromo, pero sin una Costa Pacífica tomada por los ilegales y con una Manizales como capital cultural, recorriendo su “Tontódromo”, desde el Teatro los de Fundadores hasta el parque Olaya.