ANÁLISIS.En el mundo había aproximadamente unos 1.600 millones de musulmanes antes de la explosión de la guerra en Siria, según Fernando Reinares, investigador de terrorismo internacional del Instituto el Cano, Madrid. De ese número, tan sólo el 1,25% de ellos vivía en Europa Occidental y unos 25.000 a 30.000 viajaron a Siria e Irak para unirse a las filas del Estado Islámico (EI)
La mayoría de los nuevos yihadistas son jóvenes entre los 20 y los 30 años. Muchos de ellos son hombres musulmanes, aunque se conoce que el número de mujeres es significativo, lo que resulta llamativo tratándose de un grupo terrorista que sienta sus bases en el islam radical y la Shaira, texto cuyos intérpretes suelen relegar a la mujer a un segundo plano.
El yihadismo europeo es un fenómeno que crece por montones. Infundados en un profundo odio por los occidentales y adoctrinados por discursos fundamentalistas que pululan en las redes sociales, los jóvenes hacen su conversión al yihadismo en meses, inclusive, en días.
Muchos de ellos son la segunda generación en Europa. Sus padres, migrantes económicos, en la mayoría de casos, o refugiados de guerras, en menor grado, llegaron a un continente bajo condiciones difíciles. Se refugiaron en pequeñas comunidades musulmanas en las zonas marginales de las principales ciudades. Sus hijos, por el contrario, fueron la segunda generación, que si bien no estaba llena de oportunidades laborales, no venía huyendo del hambre y la guerra.
De acuerdo con la investigación de Cano, los países más afectados por el yihadismo son aquellos donde los musulmanes hacen parte de la segunda generación. Alemania, Francia e Inglaterra tienen el mayor número, pero se conoce que en Bélgica, Dinamarca, Suecia y los Países Bajos, también hay varios.
Existen países como Italia o España que, contrario a los mencionados anteriormente, experimentan las primeras generaciones de musulmanes, razón por la cual, entre otras, tienen cifras mucho más bajas de yihadistas. A eso se le suma que ambos países no representan lo mismo que los otros, pues su incidencia política y económica es menor. En ese sentido, el terrorismo islamista busca atacar el corazón de lo que denominan, “los cruzados”, cuyos principales representantes son Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos.
Después de la trágica noche en París, Francia parece ser un blanco especial para los yihadistas. “A causa de sus actividades antiterroristas en el norte y en el centro de África, pero también a raíz de presuntos malos tratos y discriminaciones contra la minoría musulmana del país", asegura Matthew Henman, del centro londinense IHS Jane's, especializado en cuestiones de defensa.
Aparte de sus ataques en Siria e Irak, Francia es una molestia constante para los radicales islamistas. Sus posiciones laicas, como la prohibición de la hiyab -velo- en los colegios desde 2004 y en las calles, en 2010, de la burka-velo integral-, suscitan un mayor reproche por parte de los radicales islamistas.
Adicionalmente, valores como la libertad de expresión, cuyo mayor exponente fue y es Charlie Hebdo, ponen a la opinión pública en la mira yihadista que so pretexto del irrespeto generado contra Mahoma, mataron a varios de miembros del periódico satírico en enero.
Las anteriores razones ponen a Europa en una encrucijada. Antes de la fundación del Estado Islámico y con la constante amenaza de Al Qaeda, los países crearon políticas públicas de asimilación y multiculturalismo. Francia, por ejemplo, optó durante las últimas décadas porque los seguidores del islam asimilaran sus valores universales. Alemania, por el contrario, consideró que el mejor camino era aceptar sus diferencias religiosas y culturales sin imponer las tradiciones sociopolíticas del país.
Asimilar. Esa es la palabra que usan los profesores franceses el liceo. Asimilar los valores republicanos y sobreponerlos sobre sus creencias culturales y religiosas, para convertirse en ciudadanos franceses. Sin embargo, la problemática radica en que la asimilación surge de un discurso universal en medio de la globalización, caracterizada por un desplazamiento masivo de individuos de las antiguas colonias a los antiguos colonizadores, y sus hijos, en especial, que origina grandes problemas entorno a la identidad.
En efecto, se está viendo un evidente problema de identidad en los jóvenes musulmanes que viven en Europa. La política de asimilación, particularmente en Francia, no ha sido positiva sino, por el contrario, ha fomentado la cultura originaria con medidas de diferenciación, que no ayuda a la integración social y conllevan a la proliferación del foyer, de las pequeñas comunidades de musulmanes en la periferia de las principales ciudades de Europa.
Son cinco millones de musulmanes que viven en Francia, el mayor número en Europa. Según una encuesta publicada por el Instituto Montaigne, en París, muchos de ellos sufren discriminaciones para conseguir empleo. El sociólogo francés, Raphael Liogier, en la misma línea sostiene que "Francia es el país en que hay más frustraciones con respecto a ese debate sobre el islam".
Ante este panorama los jóvenes, en el caso de Francia, crecen en el foyer -suburbios a las afueras de París donde se concentran comunidades musúlmanas- oyendo discursos del islam politizado. Lo que conlleva, finalmente, a que muchos jóvenes se vuelvan yihadista como parte de un distanciamiento de ese proceso de asimilación y un odio contra Occidente que les llega desde sus culturas originarias y sus propias casas.
Muchos de esos jóvenes terminan por convencerse que la única salida a su crisis de identidad es aceptando de una vez por todas que el mejor modelo de vida es entrar a las filas del Estado Islámico, y unirse a su proyecto “del califato” o “una nación islamista”; esto ocurre en menor medida con Al-Qaeda, cuyo plan socio-político es diferente.
Recientemente salió una publicación en Dabiq, revista oficial del Estado Islámico, que resume, de manera ilustrativa, lo que se ha venido diciendo: “El revival del Califato proporciona a cada musulmán una entidad concreta y tangible para satisfacer su natural deseo de pertenecer a algo mayor” que otras alternativas posibles, incluyendo la de adherirse a Al Qaeda.
Es claro que los radicales islamistas conocen de cerca la crisis de identidad de muchos jóvenes en Occidente y con base en ella formulan discursos para persuadirlos de que se unan a sus filas. Europa, por supuesto, está al tanto de esto. Sin embargo, pese a que posee modelos como la Prevención de la Radicalización y una Estrategia de la Unión Europea, sus políticas por el momento han sido fallidas e incapaces de parar el fenómeno yihadismo europeo.
En este momento el pulso entre los modelos de acomodación de los musulmanes, ante los macabros atentados de París, parece que lo gana Alemania, que ha sabido construir políticas públicas asentadas en el multiculturalismo y crear un clima de inclusión entre ciudadanos que profesan diferentes religiones y provienen de otras culturas.
Alemania, no obstante, no hace parte de la coalición anti Estado Islámico. Por ello, es posible decir que además de sus políticas de inclusión, el país no se ha convertido en un blanco de las acciones terrorista del EI. Los germanos parecen que siguen una lógica distinta desde el comienzo de la guerra contra el terrorismo que proclamó Estados Unidos en 2001 y que se multiplicó con la aparición del Estado Islámico.
Su visión es, quizá, parecida a la Jeffrey Sachs, economista experto en temas de terrorismo, quien sostuvo hace unos meses, que “"para poner fin al terror del islam radical hay que poner fin a las guerras de Occidente por el control de Medio Oriente".