* Acuerdo de paz, tema marginal
* Las problemáticas más urgentes
Podría decirse que hay una equivocación palmaria en quienes afirman que la división política existente en el país se debe única y exclusivamente al proceso adelantado entre el gobierno Santos y las Farc, que llevó al apresurado acuerdo del Colón luego de la derrota del plebiscito. Hay, por supuesto, muchos más temas sobre el tapete, desde el descuadernamiento de las instituciones hasta los asuntos económicos y sociales, en los que se denota una clara diferencia de criterios entre la mayoría de los colombianos. De hecho, es fácil percibir cómo el proceso de paz es hoy un elemento marginal dentro de las vicisitudes nacionales, donde prevalecen, por el contrario, grandes inquietudes en torno a otros temas como la situación de la salud y de la educación, así como la profunda estupefacción y melancolía de la nación por las malévolas corruptelas que se corroboran a diario alrededor de la burla y el birle al Estado, al mismo tiempo que progresa la más grande bonanza narcotraficante de todos los tiempos, bien de cocaína, heroína o marihuana.
La agenda política está, pues, francamente abierta y la polarización va mucho más allá de centrar el debate en el acuerdo del Colón. De suyo, el proceso de paz se mantiene en una condición de ambivalencia permanente, confirmándose que parecería un cuento de nunca acabar. Las cosas, por más explicaciones que se dan, no suelen correr fluidamente en ese aspecto. Y siempre hay circunstancias, determinaciones, leyes, decretos, que suscitan hondas controversias. Basta con leer el informe central, que publicamos en esta edición dominical, para darse cuenta de cómo el proceso no tiene un norte fijo y aquello que se pensaba culminado, hace tiempo, no es más que una caja de pandora que se abre para infinidad de interpretaciones, de reversas y de improvisaciones.
Sobre el tema es natural que exista polarización, si es que cabe el término. Porque la verdad sea dicha solo es factible esa acepción cuando hay dos fuerzas democráticas y equivalentes enfrentadas. Para el caso, sin embargo, todas las encuestas señalan que hay un sector bastante mayoritario del país desencantado con todo lo que tiene que ver con la materia y, por lo tanto, no es exacto hablar de polarización. A hoy es obvio, no solo por los sondeos, sino por lo que se respira en las calles, que la nación está anhelante de respuestas en campos diferentes al de la concentración de la agenda nacional en las Farc. No quiere decir ello, desde luego, que no haya que estar alerta, como en efecto han demostrado estarlo la Fiscalía, la Procuraduría, la Corte Constitucional y el mismo Congreso de la República. Eso no es polarización sino el paulatino alinderamiento institucional del proceso, como por ejemplo lo hizo esta semana el Fiscal General de la Nación con el gaseoso listado de bienes entregado por las Farc. Está, pues, equivocado el exguerrillero Joaquín Villalobos cuando compara el proceso de El Salvador con el colombiano y sostiene que el pecado está en la polarización. Por el contrario, es la diferenciación política uno de los elementos centrales de cualquier democracia, más cuando se está en campaña electoral. Ello ha sido así en Colombia desde siempre, fruto del vigor histórico del sistema y el enfrentamiento natural de las ideas. El plebiscito fue una demostración cabal de la fortaleza democrática colombiana. Otra cosa es que se hubieran desconocido sus resultados. Lo que, de otro lado, no ha sido óbice para que el debate y escrutinio públicos se mantengan en toda la línea.
Pero lo que hoy más causa polarización en el país no es nada de eso, sino particularmente el modelo económico adoptado a partir del criterio alcabalero que ha llevado a la más grande exposición tributaria de la que se tenga noticia. El estrangulamiento del crecimiento, la inseguridad jurídica, el castigo a los salarios y al consumo a raíz de llevar al IVA por las nubes y tantos otros factores de impacto negativo han alentado una ola de pesimismo sin precedentes. Quien prometa seguir con el modelo económico actual estaría proponiendo el salto al abismo. Del rosario de candidatos no se está, sin embargo, oyendo mucho al respecto. Nadie propone derogar los tres puntos recientes del IVA o nadie dice cuáles son los organismos a eliminar del Estado para disciplinar el gasto público. Ahí no hay polarización. El que está polarizado es el pueblo, la grandísima mayoría de aquel contra la exacción.
En tal caso, temerle a la polarización es temerle a la democracia. Desde luego, hubo oportunidades estelares para el consenso, como debió ser tras el resultado del plebiscito. Ahora serán las urnas, sin las evasivas anteriores, las que decidan cabalmente y de modo irreversible el norte del país.
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