Por Catherine Nieto Morantes
Periodista EL NUEVO SIGLO
Entretener a la gente es considerada una de las tareas más complicadas, pero hacerlo de manera estática suena más extraño aún, pues bien: un delgado hombre que no mide más de 1.67 de estatura, se encarga de personificar a un llanero que totalmente quieto, llama la atención de las personas que durante las 8 horas del día pasan por su lado.
Pero, ¿Cómo logra llamar la atención? Una carpeta con movidos temas llaneros, en este caso los poemas declamados por Juan Hervey Caicedo (Q.E.P.D.), que suenan en un parlante, el cual a la vez le sirve de tarima, ambienta su personificación como un humilde campesino descalzo, el cual viste camisa y pantalón, sin dejar de lado los elementos representativos de la región, como el sombrero y unas maracas, todo en tono plateado para identificarse mediante el arte de la estatua humana.
José Gonzalo Pratto Rodríguez comienza su labor diaria hacia las 10:00 a. m., en varios puntos de la capital de la República, sus favoritos: la carrera 7ª, o los semáforos de la calle 106, Alcalá y Mazurén. Su fin es quedarse totalmente inmóvil a la espera de que algún transeúnte valore su oficio de no mover ni una pestaña durante tiempos prolongados de hasta media hora y así apoyarlo, insertando una ayuda económica en su alcancía del mismo plateado de su ajuar, logrando en él una reacción de gratificación que de inmediato lo pone a zapatear como un auténtico gaucho.
Luego de maraquear y moverse al son de joropo, José Gonzalo extiende su mano derecha y saluda a aquel que con una sonrisa adicional, le demuestra el valor de su trabajo, ese trabajo que le brinda el sustento desde hace 17 años, de los 25 que lleva viviendo en Bogotá, para sostener a su familia conformada por su esposa y dos hijos de 9 y 6 años, a quienes alista desde las 5:00 a. m, para llevarlos al colegio.
Lo primero que le vendría a uno a la cabeza es que el humilde hombre proviene de la región de la Orinoquía y que quiere dar a conocer su cultura en Bogotá, pero no, sus raíces son de la zona del Catatumbo, en Tibú Norte de Santander, de donde se vino porque había acabado de prestar servicio militar y no quería quedarse en la zona presenciando más violencia. “Allá hay muchos problemas en cuestión de guerrillas y por evitar porque en el ejército también llevé mucho del bulto, estuve 24 meses en el área en Saravena, Arauca y salí aburrido, entonces no sabía para donde arrancar”. Recuerda Gonzalo el momento en que tenía que definir su destino.
“Gracias a Dios llegó un primo que había estado en Bogotá como policía y me dijo “vámonos para Bogotá” y me vine, y él duró como 10 años y se fue, se aburrió, pero yo me quedé. Bogotá es chévere, yo digo que esta ciudad es muy buena en todo sentido porque recibe al que llega y a uno que le gusta el trabajo y la plata, uno aquí se da estabilidad”, asegura el artista.
El estatuismo en la vida de Gonzalo surgió cuando llevaba 8 años como vendedor ambulante en la 19 con carrera 7ª, gracias a que tuvo el privilegio de conocer a un chileno que según Gonzalo, trajo este tipo de trabajo al país “soy el segundo grupo de los que trabajamos en esto, ese primer grupo me lleva 2 años de ventaja. Él se cubría con sábanas blancas y se pintaba la cara como un mimo. Cuando empezó a molestar mucho la policía yo me achantaba y él me preguntaba que qué me pasaba y entonces me dijo que me impulsara a trabajar en eso y así fue, yo empecé a ahorrar de a poquitos y compre unas vendas en la plaza España y comencé a trabajar como momia”.
En su casa ubicada en Santa Bárbara centro, a cuadra y media del Batallón Guardia Presidencial y a 2 del Palacio de Nariño, Gonzalo guarda una colección de cerca de 32 trajes que anteriormente ha caracterizado, de los que recuerda tiene un robot, el Arcángel Miguel, faraones, egipcios, mimos y payasos, entre muchos más. Caracterizarse le tarda 15 minutos, y lo hace a través de un químico que aplica en su piel, conocido como plateado la grasa, una papeleta que le cuesta $4mil y le dura para 4 maquilladas, las cuales se quita con agua y jabón rey al finalizar su turno a las 6:00 p. m., o si es septimazo, a las 11:00 p. m., ya que según esta estatua “si descanso se me acumulan las deudas y donde vivo no fían, no hay como estar uno tranquilo”. Recalca sobre sus obligaciones.
Sobre, ¿Cómo hace para lograr estarse inmóvil?, su respuesta es contundente: Yo me estoy quieto por la necesidad, porque sé que cuando salgo de la casa con la cara pintada no me puedo devolver. Necesidad que suple cuando gana hasta $17mil en el centro, o $30mil cuando escoge su mejor plaza, los semáforos del norte, donde una vez este se pone en rojo, cuenta 11 segundos para saltar al suelo y poner su sombrero para que la gente le colabore.
El acordeonero de Vives
A una poco más de una cuadra de donde trabaja Gonzalo, un personaje que tiene a un público cautivo, interpreta la canción Fruta Fresca, pero no se trata de una simple fono mímica, este personaje contrario al llanero permanece en movimiento, brindando un show que asombra a muchos. Es idéntico a Carlos Vives en sus gestos y hasta en la voz, y su plus justamente es personificar al cantante samario, pero también en tono plata de pies a cabeza.
Se trata de Alfredo Chaparro, un bumangués que una vez mientras personificaba estáticamente a Bob Marley, fue confundido con Vives, día en que una sola transeúnte le depositó $20mil y no se cansaba de admirarlo, por lo que Chaparro vio una gran oportunidad para cambiar de personaje sin equivocarse, aprovechando además el buen momento del cantante real que en ese entonces estrenaba el álbum Corazón Profundo, trabajo discográfico que no fue la excepción de ser un éxito para el artista, a quien Alfredo conoció personalmente hace un par de semanas, dejando en shock a la celebridad.
Cuando Chaparro comenzó con el personaje, Gonzalo era su acordeonero y de esta manera llamaban la atención de la gente que impactada no dudaba en sacar monedas o billetes para depositar en su alcancía, o en el caso de los semáforos, dejar sobre aquel sombrero plateado el sustento de los dos artistas. Chaparro regresó a Bucaramanga, pero confirmó que Bogotá le daba una mayor entrada, por lo que volvió hace 9 meses y comparte vivienda con el llanero plateado.
Gonzalo y Alfredo coinciden en que “quedarnos quietos es un arte”, además de hacer parte de la cultura de la ciudad, “nos favorece un decreto, el 453 del 2013, donde habla del aprovechamiento económico del espacio público en actividades artísticas y culturales, la misma constitución lo dice, entonces no tiene por qué haber prohibición alguna para la manifestación artística”. Afirman con la tranquilidad de poder desarrollar su talento.