Por Juan Gabriel Uribe Vegalara
Los roces entre el actual Jefe de Estado y su antecesor van más allá de la coyuntura o el estilo. Tienen un fondo político de largo aliento. Lo que depara el futuro es impredecible. Sabido es que Santos no va a cambiar sus criterios por más de que Uribe lo machaque. Frente a ello es evidente que Uribe tendrá que aterrizar toda esa actividad política en alguna realidad concreta, puesto que sus duros trinos no pueden ser simples advertencias a la opinión.
No se sabe si fue el campanazo para otro round o el cambio de ring para una pelea definitiva. Fue, ciertamente, lo que pasó en esta semana con los nuevos ataques del ex presidente Álvaro Uribe al Gobierno y las doctrinas del presidente Juan Manuel Santos.
Todo ello tuvo de colofón un artículo de la prestigiosa revista inglesa The Economist, en el cual Santos y Uribe quedaban prácticamente equiparados, salvo porque el primero había logrado reinstaurar el ambiente y la política de moderación en que se había desenvuelto Colombia por años, desde la fundación del Frente Nacional, en 1958. Al mismo tiempo, Santos dio un reportaje en la cadena CNN, en el cual adujo que Uribe es tema del pasado. Durante lo que lleva del mandato (un año y medio) Santos ha dicho que recurriría al mantra del “Nopecu” (no pelear con Uribe). En su momento, recién salido del Ministerio de Defensa, cuando iniciaba su candidatura presidencial, sostuvo que en caso de que no hubiera una segunda reelección de Uribe, él lo nombraría Ministro de Defensa. Desde luego, fue un globo al aire. Nadie se imaginaría qué hubiera pasado si Santos, al ganar, no nombra a Rodrigo Rivera en el cargo, sino a Álvaro Uribe Vélez.
Y en paralelo a lo anterior, la acreditada revista norteamericana Time le hizo una entrevista al presidente Santos y lo puso de carátula. Que se recuerde, en ningún caso había ocurrido ello con Colombia, que es calificado en el semanario de nuevo país milagro. Carátulas de Time fueron ocupadas por las guerras de la marihuana y la cocaína, inclusive con una denuncia del entonces corresponsal en Bogotá Tom Quinn, padre de la periodista Darcy Quinn, y que dio al traste con el entonces Director de la Policía Nacional. En otras ocasiones personajes colombianos han compartido portada en el tema del pop y el rock. Pero en tanto tiempo que ha circulado la revista es la primera vez que un Presidente colombiano ocupa su portada.
Todo lo anterior se dio en medio de la concentración mediática en la Cumbre de las Américas, en Cartagena, y lo que no se sabe es si evidentemente se ha producido una ruptura definitiva entre el ex presidente Uribe y su sucesor, o si son fuegos artificiales para recomponer cargas al interior de la coalición gubernamental. El hecho cierto es que nunca se había visto en Colombia fricciones en la cúpula del poder de tal dimensión, menos cuando se presumía un matrimonio indisoluble, como lo dijo Santos en campaña.
De alguna manera, sin embargo, se ha producido la ruptura un poco al estilo de lo que ocurrió con Bolívar y Santander en los inicios de la República, cuando cada quien escribía párrafos de animadversión, por interpuesta persona o aun seudónimos, en las gacetillas que circulaban en Bogotá. Solo que esta vez no es en los impresos sino por Twitter y otras redes sociales, que sirven de caja de resonancia a lo que después recogen los periódicos, la radio y la televisión.
El mortero
En realidad, como se dijo a la posesión del presidente Santos en este Diario, él habría uribista y radical solamente durante un par de años. Santos inició su carrera política de Ministro de Comercio Exterior y Designado durante la Administración Gaviria, pero el gavirista verdadero en la campaña de aquél fue su hermano Enrique Santos Calderón. En efecto, el mismo Gaviria ofreció a Enrique importantes Embajadas, pero este prefirió seguir en sus lides periodísticas en El Tiempo. Juan Manuel Santos, en cambio, entró al Gobierno, logró consolidar el Ministerio recién creado y sorprendió a todo el mundo al derrotar para la Designatura (Vicepresidencia de entonces) al cuajado parlamentario y ministro antioqueño William Jaramillo Gómez, en la elección por parte del Congreso.
Pasó Santos luego a la oposición al Gobierno de Ernesto Samper Pizano, en particular por el Proceso 8.000, pero hoy en día puede decirse que ha mejorado sustancialmente sus relaciones con el ex presidente Samper, hasta el punto de exaltar militantes de su grupo en ternas o cargos. En esa época, no obstante, Santos, en sus columnas de El Tiempo y sus actitudes políticas, llegó a radicalizarse hasta el punto de apostarle a un proceso de paz integral si Samper abandonaba el cargo y dejaba encargado a su vicepresidente Humberto De La Calle. La reacción gubernamental contra Santos fue durísima, inclusive denunciándolo de conspiración, cargo del que salió posteriormente exonerado por completo. Al mismo tiempo había creado la Fundación Buen Gobierno, cuyo propósito esencial era adoptar para Colombia la Tercera Vía del premier inglés Tony Blair, e incluso escribió un libro con él al respecto. Santos, precisamente, tenía el legado británico de haber vivido casi una década en Londres como representante de la Federación Nacional de Cafeteros. De allí pasó a ocupar la Subdirección del periódico El Tiempo, dirigido por Hernando Santos Castillo. Lo que no fue tan fácil como la gente cree, pues en un momento determinado se pensó que a ese cargo podía acceder Abdón Espinosa Valderrama, también accionista y por fuera de la familia Santos. Cuando salió de allí a ocupar el Ministerio de Comercio Exterior, un editorial virulento contra su actitud fue publicado por la Dirección.
Al revés, Hernando Santos, director de El Tiempo, ensalzó en otra oportunidad en un editorial la figura de Álvaro Uribe Vélez, por entonces apenas un Senador conocido en su ámbito regional. Uribe, en efecto, despuntó en la política antioqueña luego de hacer una disidencia al todopoderoso senador paisa y turbayista Bernardo Guerra Serna. Siendo uno de los de mayor votación en el país, muy pocos se atrevían a levantar la mano contra él, pero así lo hizo Álvaro Uribe en una asamblea de ese grupo antioqueño, pletórica de diputados y concejales, en la que no obtuvo el renglón que quería en alguna lista, lo que consideró persecución del propio Guerra. Se salió del guerrismo y se convirtió en la figura preponderante en Antioquia del Poder Popular, liderado desde Bogotá por Ernesto Samper. Había sido Uribe por muy pocos días Alcalde designado por el gobernador Álvaro Villegas, durante el Gobierno de Belisario Betancur, y siempre fue una incógnita su salida tan pronta del cargo. Ya se había desempeñado, en su juventud, como Director de la Aeronáutica Civil en tiempos del Gobierno Turbay Ayala, lo que le merecería durante su carrera dardos eventuales por la autorización de matrículas aéreas que, mas tarde, durante su campaña presidencial, en un libro de Joseph Contreras, periodista de la revista Newsweek, fueron relatadas paso a paso y en ciertos casos comprometiéndolo con familias del narcotráfico antioqueño y los paramilitares. El hecho fue que Uribe, en todo caso, como parlamentario apoyó luego el proceso de paz con el M-19 y durante la Administración Gaviria fue el Senador clave que sacó avante la Ley 100 y el entonces calamitoso Seguro Social. Por ello, en parte, fue ensalzado en el periódico de los Santos, que, al contrario, había tenido una actitud distante y recriminatoria con Juan Manuel, al que se le adujo que no habría puerta giratoria entre el periodismo y la política.
Si bien Álvaro Uribe, quien salió del país a ampliar sus estudios luego de ejercer la Gobernación de Antioquia, en la contienda presidencial entre el conservador Andrés Pastrana y el liberal Horacio Serpa, candidato del Poder Popular y Ernesto Samper, mantuvo un respaldo distante al segundo, cuando Pastrana ganó le guardó cierta simpatía por no haber aceptado la jefatura de debate o algún cargo de preeminencia en la campaña de aquel. Ello, en su oportunidad, le permitió a Pastrana en algún momento de su Gobierno ofrecerle a Uribe el Ministerio de Defensa, que este no aceptó por sus labores académicas en el exterior, cosa poco conocida en el país. Al mismo tiempo, a mediados del Gobierno Pastrana, Santos accedió al gabinete a través del Ministerio de Hacienda, sufragando la crisis económica en compañía de su antecesor Juan Camilo Restrepo. En tanto, Uribe anunció su regreso como candidato, cuya pretensión era comenzar a hacer la fila presidencial dentro de su Partido Liberal. Frente a ello, el liberalismo le propuso que participara en la consulta para escoger candidato, pero este se abstuvo y con un muy pequeño margen en las encuestas prefirió mantenerse de disidente e independiente en la lid. Santos permaneció en el Ministerio, mientras Uribe se opuso a los diálogos que se adelantaban con las Farc. Serpa, de nuevo candidato liberal, en septiembre de 2001 era fijo ganador de la contienda, pero a la ruptura del proceso de paz con las Farc, Uribe se catapultó y ganó en primera vuelta, sin necesidad de recurrir al balotaje. A los efectos, y con un margen de acción electoral superlativo, sacó una carta sorpresiva de debajo de la manga y seleccionó a Francisco Santos Calderón, primo hermano doble de Juan Manuel y también socio de El Tiempo, de fórmula vicepresidencial. Juan Manuel creyó ver su carrera política desmedrada en manera grave y esperó la marcha de los acontecimientos.
La reelección
Su triunfo rutilante, desde el comienzo le permitió a Uribe pensar en reelegirse para el siguiente periodo, lo cual estaba prohibido constitucionalmente. Cambió el foco del país con su política de Seguridad Democrática, pero la pérdida de un referendo con un cartapacio de reformas le quitó oxígeno. El error político de entonces, podrían aducir sus adictos, estuvo en no haber incluido la pregunta de la reelección en el referendo, además de preguntarle al pueblo por una cantidad de contingencias legislativas y técnicas. Paralelamente, el levantamiento de la prohibición de la reelección, que furtivamente se debatía en las sesiones del Congreso, fue derrotado. Al mismo tiempo el país se había polarizado tremendamente, con altas cotas de popularidad de Uribe, mientras Santos hacía oposición en su columna de El Tiempo. Fue él quien acuñó el término adanismo, una figura por medio de la cual acusaba al Gobierno de pensar que el país había sido fundado por él y que antes no había existido nada bueno. El hecho, no obstante, fue que la reelección resucitó en un nuevo acto legislativo, que años después fue judicializado por la Corte Suprema de Justicia y que aún tiene pendientes de resolución a algunos ministros de Uribe, mientras el acápite parlamentario ya ha pagado cárcel.
Total, Santos, que trabajaba en su Fundación Buen Gobierno, pensó que Uribe sería reelegido indefectiblemente. Abandonó su criterio de mantenerse en las toldas liberales, ya dirigidas por el ex presidente César Gaviria, quien retomó esas banderas después de diez años como Secretario General de la OEA. El tema, entonces, consistía en la fuerza que estaba tomando el senador Germán Vargas Lleras en el Congreso, cuando se pensó que el uribismo debía ser interpretado en nuevos Partidos. La división consistía entre los liberales que, como Germán Vargas o Rafael Pardo, habían dejado a Serpa para apoyar a Uribe en la campaña, y los que luego de su triunfo se habían plegado a él para el trabajo legislativo. Entre los últimos estaba el influyente senador Luis Guillermo Vélez, muy cercano a Santos, quien lo convenció de que era hora de entrar al Gobierno y liderar ese grupo parlamentario, expulsado del oficialismo liberal antes de la llegada de Gaviria. La idea, tras bambalinas, de un lado era apoyar a Uribe en la reelección y de otro impedir que Vargas Lleras se convirtiera en jefe único de esa cauda. El fruto de la discordia estuvo en la Presidencia del Senado entre Claudia Blum, adicta a Vargas Lleras, y Vélez, compañero de Santos en las luchas políticas después de la derrota de Serpa. Así, hacia la contienda parlamentaria previa a la reelección de Uribe, Vargas Lleras fundó Cambio Radical y Santos y Vélez, con aquiescencia de Uribe, dieron vida al Partido de La U, con la enseña presidencial de por medio. En la campaña de reelección el liberalismo volvió a apoyar a Serpa, con Rafael Pardo abandonando las toldas uribistas, tras inquietudes por la Ley de Justicia y Paz y la desmovilización de los paramilitares. En la consulta popular, que ganó Serpa, Pardo y Rodrigo Rivera lograron cada uno 500.000 votos. En tanto, el Partido Conservador, representado en su cauda parlamentaria, apoyó a Uribe, con la disidencia de algún sector pastranista.
Fue ahí cuando Uribe y Santos hicieron por primera vez parte de un equipo, dos carreras políticas completamente diferentes que llegaron al mismo cauce bajo el criterio de que la derrota militar de las Farc era un imperativo.
El Ministerio
Así, Santos llegó al Ministerio de Defensa, el lugar de mayor exposición política por razón de la consigna de la Seguridad Democrática. Antes, el propio Uribe hacía de Mindefensa, pero con Santos las cosas cambiaron de precio. Si bien su labor tuvo algunas vicisitudes, como los llamados “falsos positivos”, el hecho de que en marzo de 2008 hubiera dado de baja a alias Raúl Reyes al otro lado de la frontera con Ecuador, y a alias Iván Ríos en Caldas, y hubiera muerto el jefe vitalicio de las Farc alias Manuel Marulanda o Tirofijo, pusieron a Santos en el centro de los acontecimientos, aun en medio de las graves repercusiones de alcance internacional. Fue la primera vez que la denominada Seguridad Democrática tuvo resultados fehacientes sobre el Secretariado de las Farc, considerado hasta entonces intocable. Cuando Santos se retiró del Ministerio para empezar a impulsar su candidatura, lideraba las encuestas. Todo ello, ciertamente, sin que el nombre de Uribe estuviera de por medio, cuando de antemano se estaba a la expectativa de un nuevo proyecto de reelección presidencial y sus resultados en la Corte Constitucional.
Santos tuvo mucha cautela ante este hecho. Con Uribe dejando que los acontecimientos corrieran a su favor, era claro para todos quienes habían trabajado con él que no podrían presentarse a la lid electoral en caso de que él lo hiciera. La reelección fue un hecho en el Congreso y Uribe lideraba de lejos todas las encuestas, con los mismos índices de las elecciones anteriores. La gran mayoría del país daba por descontado que se volvería a presentar. Por eso Santos prefirió dejar un tiempo el país y regresar para adelantar una campaña corta, sólo en caso de que la reelección no prosperara en la Corte Constitucional. Nadie entonces daba un peso porque Uribe no obtuviera un tercer mandato. Con frases crípticas, como “la serpiente aún está viva”, en referencia a las Farc, dejaba entrever su interés por mantenerse en el cargo hasta culminar su labor. La economía crecía a un ritmo saludable y los asesores de Uribe hacían lo posible para polarizar el escenario político y sacar la mayor tajada, como les había resultado positivo en otras oportunidades. En ese escenario, dos eran los planes. El plan A, que consistía, por supuesto, en una nueva reelección de Uribe. Y el plan B, muy de lejos, que consistía en que Uribe, si no era él, dejaría un sucesor prácticamente calcado, con todo el influjo en el Gobierno de su parte. Las dos personas escogidas fueron, principalmente, Andrés Felipe Arias, su ex ministro de Agricultura y precandidato por el Partido Conservador, y Juan Manuel Santos, su ex ministro de Defensa y vocero del Partido de La U. Arias, desde que dejó el Ministerio, arrancó su campaña haciendo las veces de clon del Presidente, hasta el punto de que lo apodaron “Uribito”, lo que le dio mayor exposición. En todos los tonos dejó en claro que, en caso de que el presidente Uribe se presentara a la reelección, él simplemente actuaría de soldado, dejando ipso facto su aspiración, y en caso contrario sería un intérprete que no se movería un mínimo de su línea de acción. Santos, por su parte, regresó al país, guardó cautela y sólo dijo que si había reelección se retiraría y respaldaría la tercera aspiración presidencial de Uribe. Lo que no se sabía era, en caso de no poderse presentar el presidente Uribe, a quien escogería entre los dos. Muchos presumían que se inclinaría por Santos, a causa de su exposición en el Ministerio de Defensa y por ser el vocero de La U, pero otros aseguraban que confiaba mucho más en Arias, un joven de su hechura sobre quien ejercía cierta soberanía paternal. El hecho, en todo caso, era que se daba absolutamente por descontado que el país no se saldría de las manos del llamado “uribismo”. Inclusive Arias, frente a Santos, mantenía alguna reverencia y no descartaba que pudieran hacer una alianza con él de segundo, por la preeminencia del otro en edad y experiencia.
La campaña
El hilo comenzó a romperse por donde menos se esperaba. En el escenario apareció Noemí Sanín, quien pidió participar en la consulta conservadora. Si bien venía de ser embajadora de Uribe y la persona que, al lado del empresario Fabio Echeverri, había sorprendido proponiendo la primera reelección, en esta ocasión consideraba que era hora de abrir el espectro político a otras alternativas. Sin dejar de estar afiliada al denominado “uribismo”, Sanín se respaldó en otros sectores de conservadores e independientes, de suerte que quiso hacer un equilibrio. En principio, se hicieron maniobras para impedir su participación en la consulta conservadora y se le pretendió cerrar el paso en el Consejo Electoral. Finalmente ganó las reposiciones correspondientes y parte del Partido Conservador, que en buena medida se presumía de Arias, hubo de abrirse a su aspiración. La consulta conservadora se volvió, entonces, un hervidero político. Sanín, a diferencia de Arias, anunció que ella sería candidata hasta el final, aun emulando a Uribe, en caso de que la Corte Constitucional autorizara la reelección, ya votada favorablemente en el Congreso. Aunque en principio la opinión pública daba por descontado el triunfo de Arias, dada su cercanía con Uribe, Sanín, recorriendo palmo a palmo el país, lo sobrepasó y en una justa en que cada uno obtuvo más de un millón de votos, ganó por un margen de 50.000. El resultado no pudo proclamarse sino mucho después, porque en la Registraduría, aunque en principio iba ganando Arias, cuando Sanín remontó y se puso a la cabeza fueron bloqueadas las computadoras. Solo ocho días mas tarde el país supo que Sanín había ganado y se disparó en las encuestas.
Ya en ese momento, la Corte Constitucional había, sorpresivamente, sepultado la reelección. El fallo, dado veinte días atrás, le permitió a Santos afianzar su candidatura, mientras Sanín y Arias se trenzaban en los debates de Agro Ingreso Seguro, hoy en plena judicialización. Con Sanín, por Semana Santa empatando con Santos hacia la primera vuelta y ganando la segunda en las encuestas, se sostuvo que en todo caso habría un “uribista” de ganador, bien la moderada Sanín o el radical Santos. El grupo de Arias, sin asimilar la derrota, prefirió dividir al conservatismo antes que respaldar a Sanín. La división hizo mella, mientras en el escenario aparecía Mockus de tercería entre Santos y Sanín. Entre tanto, el mismo Uribe se veía sorprendido por el hecho de que Santos no tuviera los símbolos de La U en su campaña y, según dicen, alcanzó a pensar “si esto es así ahora cómo será en el gobierno”. Desconcertado con la derrota de Arias, del que entonces se vislumbró que en realidad era su candidato in pectore, a regañadientes respaldó a Santos, sugirió el cambio de asesores políticos y un comentario suyo sobre “caballos paralíticos” fue asumido por sectores de la opinión en referencia a Mockus, enfermo de Parkinson. Mockus, al hacer la coalición con Sergio Fajardo, se catapultó, pero Santos ya estaba designado de sucesor, a través de diversos guiños, y se vio en él la continuidad absoluta de Uribe, una vez la división conservadora, auspiciada por Arias, le quitó potencia a Sanín.
Nuevo estilo
Al ganar la primera vuelta, Santos se movió rápidamente para buscar a los sectores derrotados. En el interregno hacia la segunda vuelta modificó un tanto su discurso al proponer la Unidad Nacional en cambio de la polarización que venía reinando y modificar las consignas de Seguridad Democrática por Prosperidad Democrática. Con la adhesión de los demás Partidos, salvo los Verdes y el Polo, Santos acrecentó su caudal electoral en la segunda vuelta hasta 9 millones de votos. Su contundente triunfo le permitió declarar la independencia, pese a que le agradeció en todos los tonos a Uribe, a quien calificó de “Libertador de los colombianos”. A poco de ello comenzaron las fisuras, cuando no sólo proclamó en su discurso de posesión que Colombia vivía un nuevo amanecer, deslindándose de lo anterior, sino al llevar al Gabinete a dos figuras de peso que Uribe consideraba enemigos acérrimos, como el ex candidato Germán Vargas Lleras y el líder conservador Juan Camilo Restrepo. Al mismo tiempo, el primer gesto de gobierno de Santos fue acercarse a la Corte Suprema de Justicia a fin de morigerar la pelea que Uribe le había declarado a causa de las investigaciones de la parapolítica, y dijo que no se interpondría en los resultados de las investigaciones del gobierno anterior. Mas adelante cambió la terna para Fiscal que había dejado su antecesor como salvaguarda y ya en todas partes se anunció el requiebre entre los dos, adobado con la restauración de los Ministerios que había clausurado Uribe dentro de su política de ahorro público.
Las fricciones tuvieron su apogeo mientras Uribe dictaba clases en Washington, con el asilo de María del Pilar Hurtado, ex directora del DAS, en Panamá. Uribe defendió esa actitud con ahínco, mientras el Gobierno Santos la consideró una evasión de la Justicia. Paulatinamente, pues, se ponían los mojones de una pugna que esta semana volvió a rebrotar con mayor contundencia en medio de la Cumbre de las Américas. Ya antes el asunto había tomado un cariz ideológico en los acercamientos de Santos con el presidente de Venezuela Hugo Chávez, con quien había mantenido duras fricciones siendo ministro de Pastrana y de Uribe, lo cual fue considerado por este como otra señal del cambio de rumbo práctico e ideológico de sus postulados.
En el mismo momento de la defensa de Hurtado, Uribe ya venía escribiendo twitteres sobre lo que consideraba el desfallecimiento de la seguridad, su principal bandera política. Las críticas amainaron por la oleada catastrófica del primer invierno y Santos, en medio de esas vicisitudes, logró dar de baja al jefe militar de las Farc alias Mono Jojoy, lo que en principio acalló el Twitter del ex presidente. Pasado el invierno, una pugna de gran calado resurgió al imponer Santos dentro de la Ley de Víctimas un inciso de acuerdo con el cual se reconoció el conflicto armado interno en Colombia, con base en el Derecho Internacional Humanitario, circunstancia completamente adversa a las nociones ideológicas y doctrinarias de Uribe, cuyas ideas son que en el país existe una agresión terrorista contra una sociedad indefensa. Intentó por todos los medios derrotar a Santos en el Congreso, pero este terminó ganando.
Lo anterior fue considerado por algunos, y aún lo siguen haciendo, como temas simplemente personales. No obstante resulta evidente a todas luces que la fractura ideológica entre ambos es de mayor alcance. Los temas de discrepancia son innumerables, pero el punto de fondo es que seguramente Uribe pensó que Santos iba a ser un calco suyo. Santos, por el contrario, quería llegar a la Presidencia casi desde recién salido de la Universidad. Metódicamente, como el mismo Uribe, se preparó para ello. Sin embargo, Uribe ha dejado prosperar la idea de que aquel es un traidor. Lo cierto es que desde que Santos escribió su libro de la Tercera Vía, hace dos décadas, señaló un camino que en realidad no ha abandonado, pese a ser en los Gobiernos de otros vocero en diferentes Carteras. Pero en cuanto a su Gobierno, puede decirse que ha mantenido una línea coherente con lo señalado en los primeros documentos de su Fundación Buen Gobierno.
Es muy posible, sin duda, que los millones de votos que sacó, siendo un líder que no se había jugado en las elecciones para ningún cargo, provinieran en buena proporción del denominado “uribismo”. Pero hoy es claro que el sustento político que tiene se debe más a su propia acción gubernamental y política que a esa base momentánea. Como se dijo al principio, Santos nunca dejó de ser Santos, salvo por tácticas electorales. En general, en la historia colombiana no puede catalogarse de traición el estilo y las ideas diferentes de quienes fueron Ministros y después Presidentes. No fue así, recientemente, entre Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay, pese a haber sido mancornas para derrotar la reelección no consecutiva de Carlos Lleras Restrepo. No fue así tampoco entre Virgilio Barco y César Gaviria, habiendo sido el segundo Ministro de Hacienda y de Gobierno del primero. Tampoco lo fue entre el mismo César Gaviria y Ernesto Samper, habiendo sido este Ministro de Desarrollo contrario a la apertura pregonada por el primero. Y tampoco podía ocurrir lo mismo entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, aun a pesar de compartir ciertos criterios. Nada de lo antecedente puede llamarse traición, incluso perteneciendo todos los anteriores al mismo Partido o cauda.
Lo que ocurre es que habiendo sorprendido Álvaro Uribe al país de candidato y Presidente, no podía ser lo menos en cuanto a ex presidente. Ciertamente hay tajantes diferencias doctrinarias e ideológicas en el manejo de las relaciones internacionales, la infraestructura estatal, el componente tributario, las relaciones del Ejecutivo con la Rama Judicial, la doctrina de seguridad nacional y la pacificación del país, y ahora una brecha gigantesca entre la apertura del debate de la legalización de las drogas ilícitas, que pregona Santos, y la penalización que aduce Uribe.
Actividad funcional
La política, de otro lado, es una actividad funcional en muchos que la practican. Es posible que ser Presidente de la República sea el culmen de una carrera burocrática, pero si se está en la actividad política como acto funcional vital, ella permanece de acicate. Tan es así que muchos ex presidentes, no sólo en Colombia, se dedican a desarrollar actividades políticas de todo tipo. Pero a diferencia de los otros ex presidentes colombianos, solamente Álvaro Uribe no puede volver a ejercer el poder, lo que no es óbice para que no viva en función política permanente.
Lo que sorprende, desde luego, es que hubiera tenido una reacción tan tempranera contra Santos. Hoy, sin duda, es el jefe de la oposición, no en la terminología normal, sino en cuanto a que pretende oponer una plataforma de gobierno a la de Santos, que es, ciertamente, la misma plataforma y estilo que él utilizó en su Administración.
La clave de Santos ha consistido en retornar a la política pausada y de Unidad Nacional en que se han tramitado los graves problemas colombianos durante muchas décadas. Todo lo contrario a Uribe, que precisamente por ello, por romper esos criterios connaturales al devenir nacional, se convirtió en un fenómeno político. La gran inquietud, cuando era Presidente, era qué sería de Uribe cuando fuera ex presidente. El país ha tenido respuesta en su negativa a abandonar la política y ser actor de primera línea, así muchos no compartan su actitud. En su época, Rafael Núñez fue Presidente tantas veces cuantas quiso y al ganar solía dejar a sus Vicepresidentes de encargados. Cuando se salían de la línea, como Eliseo Payán, los destituía del cargo; de lo contrario, los dejaba mantenerse, como Carlos Holguín o Miguel Antonio Caro.
Santos, por su parte, en un lapso muy corto no sólo ha logrado afianzar sus bases políticas nacionales, sino que indudablemente se ha convertido en un líder latinoamericano de valía y gran convocatoria. No lo ha hecho por su “uribismo”, sino por su propio esfuerzo, perseverante pero tranquilo. Ha copado el centro del espectro político y no se cansa de denunciar las amenazas de la izquierda y la derecha radicales a sus planes de gobierno. Y al copar ese centro, precisamente, ha sintonizado al país con su pensamiento más profundo: trabajar y dejar trabajar.
Lo que depara el futuro de las pugnas de Uribe con Santos es impredecible. Sabido es que Santos no va a cambiar sus criterios por más de que Uribe lo machaque. Frente a ello es evidente que Uribe tendrá que aterrizar toda esa actividad política en alguna realidad concreta, puesto que sus duros trinos no pueden ser simples advertencias a la opinión. El aterrizaje, que no puede ser en un nuevo mandato presidencial, salvo una Asamblea Constituyente de muy difícil trámite, de acuerdo a las reglas y las mayorías exigidas por la Constitución, podría ser en la cabeza de lista para Senado o en una Vicepresidencia, que de todas maneras tendría dudas por su inhabilidad en caso de acceder a la Presidencia. Lo cierto es que el tema va para rato, mucho más si se entiende que Santos y Uribe comparten popularidad en las encuestas.
Si Santos quisiera reelegirse, no sólo está en su derecho, sino que las encuestas confirman su aspiración como perfectamente viable. En caso de no hacerlo, visto que podría acceder a un cargo internacional de suma importancia, mucho más si ya es carátula de la revista Time y es elogiado en diversas partes del mundo, muy seguramente la cauda de Uribe tendría un candidato con posibilidades de luchar la Presidencia. Si Santos no busca la reelección, es muy probable, no obstante, que tenga un sucesor señalado de antemano. Todo ello, aunque suena prematuro, es lo que se está jugando en el trasfondo de la política nacional, donde en todo caso el espectro parece ser copado por estos dos titanes, en vista de que nadie más compite o está en posibilidades de competir el escenario. Equivocados, pues, están quienes pretenden hacer, hoy, de Uribe un santista o de Santos un uribista.