EL HASTÍO con los partidos tradicionales que durante años ejercieron el poder sin implementar efectivas políticas para el bienestar de sus ciudadanos llevaron a que hace 12 años se diera en un inesperado espaldarazo a la izquierda en la mayoría de países de América Latina, viviendo una era dorada que está llegando a su fin.
Enarbolando banderas sociales -su esencia ideológica- y con un alentador panorama económico por el auge del mercado de materias primas, lo que aseguraba su financiación, irrumpieron con fuerza en el escenario político varios líderes de izquierda, quienes gracias a su radical discurso y carisma capitalizaron el descontento y se hicieron con el poder en varios países de la región.
Fue este el escenario que dio oxígeno vital para remozar las viejas versiones del socialismo, inclusive del que rotuló como del Siglo XXI y de varios partidos de origen sindical nacidos en la década de los 70’s.
Así, el socialismo del siglo XXI aunque fue un concepto surgido en 1996 con Heinz Dietrich Steffan fue reeditado exitosamente, catapultándose al panorama mundial con el discurso que el 30 de enero de 2005 pronunció el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en el V Foro Social Mundial.
El mismo estaba en sintonía con la consigna del renovado Partido de los Trabajadores de Brasil, surgido a finales de los 70 como una conjunción de movimientos sindicales, que con una estrella roja como emblema y esgrimiendo como bandera electoral la Nueva PolíticaEconómica (NEP), una doctrina económica leninista pero adecuada al nuevo siglo, llevó -en 2003- al poder a Luis Inácio Lula da Silva, donde permaneció dos períodos, tras el cual pasó la posta a Dilma Rousseff, quien a hoy tiene truncada la misión de completar su segundo mandato.
En la misma época sucedía algo parecido en Argentina. La situación económica y social había tenido un marcado deterioro desde mediados del segundo mandato de Carlos Menem y que se mantuvo durante los sucesivos gobiernos de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde, con una marca política económica liberal. Así, los índices de pobreza llegaron a los históricos del 54% y 25%, respectivamente.
Ese fue el caldo de cultivo para que calaran las propuestas del llamado kirchnerismo, el movimiento político de orientación peronista que aupó varias corrientes del radicalismo, el socialismo y el comunismo. Bajo la bandera del Frente por la Victoria, Néstor Kichner llegó en ese 2003 al poder, sucediéndole por dos períodos su esposa, Cristina Fernández de Kirchner (hasta 2015).
Esos aires políticos de un renovado socialismo alcanzaron a Ecuador y Bolivia, con Rafael Correa y Evo Morales, quienes lograron su reelección, están en el poder y buscan la forma de cambiar, de nuevo, un “articulito” de la Constitución para buscar uno o más períodos presidenciales consecutivos.
Los programas sociales implementados en una inaplazable lucha contra la rampante pobreza, los sutiles pero certeros golpes a la empresa privada en pro de acciones para los más necesitados y la bonanza económica por los altos precios del petróleo, las materias primas y de algunos icónicos productos de exportación como la soja llevaron a estos gobiernos de izquierda a vivir más de una década dorada.
Pero como “nada es eterno”, tal cual lo señala la sabiduría popular, la misma que advierte que “en épocas de vacas gordas para que guardar para vacas flacas”, el escenario cambió radicalmente: el petróleo, las materias primas y la soja dejaron de ser las gallinitas de los huevos de oro.
Amén de la crisis financiera global, el desplome en los precios de estos productos llevaron a una erosión económica y política impensable, con el consabido desplome del respaldo popular, que finalmente terminaron por pasar la cuenta de cobro en las urnas.
Así se evidenció en Argentina, donde el favor ciudadano fue para el conservador Mauricio Macri; estaría en mora de ocurrir en Venezuela donde tras la elección legislativa el Parlamento es de mayoría opositora y se está promoviendo un referendo revocatorio para Nicolás Maduro y, el más reciente, el de esta semana en Brasil, donde el Congreso avaló un juicio de destitución a la presidenta Dilma Rousseff con un argumento que aunque político tiene de trasfondo las graves implicaciones que la decisión presidencial tuvo en la economía.
Y como las condiciones económicas actuales no son ni siquiera parecidas a las que hace más de una década al igual que la popularidad de muchos gobernantes, en el caso de Rousseff no se dio, salvo las esperadas reacciones de los mandatarios de Venezuela, Ecuador y Bolivia, un gran movimiento de respaldo a la mandataria brasileña ante el “golpe de Estado parlamentario”, como ella lo bautizó.
Una estrella que palidece
La salida de la primera mujer en llegar al más alto cargo de poder en el gigante sudamericano tiene como telón de fondo el mayor escándalo de corrupción en la historia de ese país. El fraude a Petrobras, cuyos tentáculos envolvieron a reconocidos empresarios y dirigentes políticos, entre ellos al propio expresidente Lula da Silva y a su emblemático Partido de los Trabajadores.
Así, la estrella roja, símbolo del izquierdista PT está hoy en declive. Atrás están quedando años de gloria, logros e inspiración para sus vecinos regionales que vieron en esa nueva izquierda, que esgrimió como lema el “partido de la ética”, una regeneración política.
Con Dilma fuera del poder, Lula y sus más representativos líderes en entredicho y la corrupción como una huella indeleble, el gigantesco PT vio bajar el telón de 13 años en el poder y vive una “hecatombe”. Falto de credibilidad y sin un timonel idóneo a la vista, será muy difícil que haga una reingeniería que le permita asestar un gran golpe en las elecciones de octubre.
Y aquí surgen varios y tempraneros interrogantes: ¿Estará Lula, el gran ícono de la izquierda latinoamericana, en condiciones personales y legales para salvar su partido? ¿Si ello ocurre, buscaría la Presidencias en 2018?
Por lo pronto se vislumbra difícil que Rousseff salga airosa del impeachment, para el cual se requiere en el Senado 54 votos, uno menos que el que se verificó en la madrugada del jueves para abrirle el juicio político y separarla inmediatamente del cargo.
En estos seis meses alejada del mando y aunque insista en su llamado a “mantener la movilización al golpe unidos y en paz” deberá concentrar sus fuerzas personales y legales en desvirtuar que maquilló las cuentas públicas. Y para ello no será suficiente ni su reiterado discurso de que “lucharé por volver” ni aducir que esa era una práctica que hicieron muchos de sus antecesores, inclusive opositores, porque los parlamentarios de seguro esgrimirán su más grave error fue que al hacerlo omitió develar la real situación económica que hoy tiene al país en caos.
Mientras esto se desarrolla, el país y el mundo centran la atención en “Los hombres de Temer”, el vice hoy devenido a presidente interino y su gabinete, conformado por hombres y muy técnico.
A favor de Temer está no sólo que su partido, el PMBD, es mayoritario en ambas Cámaras (Diputados y Senado), y que es amigo de los mercados, sino que los brasileños anhelan una destorcida económica y una ofensiva contra la corrupción.
El viernes, en su primer día como gobernante definió sus prioridades: un Estado más pequeño, control al gasto público para buscar el equilibrio fiscal y el combate a la corrupción. Y a la par dejó entrever que su “encargo” presidencial no será de corto plazo, al manifestar que “no voy a hacer milagros en dos años…Quiero encarrilar este país en dos años y siete meses”.
Y es mucho menor de ese plazo el que tiene el Partido de los Trabajadores para “refundarse” si quiere que volver a ser una real opción de poder y que su estrella roja vuelva a brillar en el palacio de Planalto. /CMB