Afortunada ha sido la noticia llegada desde Francia, tras la elección de Emmanuel Macron (1977 -). Francia, que junto con Alemania forman el corazón político y ante todo económico de la Unión Europea, puede sentir un alivio dado que como estaba la Unión Europea, caminando sobre la cornisa, se cernía el riesgo de que el populismo ultraconservador del Frente Nacional, con su candidata Marine Le Pen (1968 -) lanzara por la borda, el proyecto de integración económica e ingeniería política más importante con el cual se ha abierto el Siglo XXI.
No obstante, este triunfo no deja de ser un atenuante que puede desvanecerse de manera rápida. Esto se relaciona con las condiciones políticas estructurales europeas y a partir de allí, se puede tener un importante impacto en el ámbito mundial. En efecto, uno de los riesgos más conspicuos que se dibujan en el futuro inmediato es el hecho que entre el 11 y el 18 de junio próximos, se tendrán que elegir 577 escaños de la Asamblea Nacional francesa, incluyendo allí, representantes de los territorios y departamentos de ultramar.
El congreso es en todo caso, un elemento clave. No sólo constituye el órgano de mayor y más amplia representación de la sociedad –tal y como ha sido desde que lo concibió el modelo de separación de poderes de Charles Louis de Montesquieu (1689-1755) en su obra “El Espíritu de las Leyes”, publicada en París, en 1747- sino también, y con base en lo anterior, es la institución que resulta crucial para la gobernabilidad de una nación.
Es a partir de ello que emerge un riesgo latente: Macron es un joven político que prácticamente no posee partido. Nótese cómo esa fue una de sus mayores fortalezas, al tener que desempeñarse en un escenario dominado por amplios grupos sociales que parecen ya no creerle a los políticos tradicionales. Tanto los gaullistas –del centro derecha- como los socialistas –del centro izquierda y actualmente en el poder- no fueron efectivos de convocar a las bases partidarias ni de asegurarse la marea humana que es indispensable para ganar una elección.
Muchas personas –es difícil tener números al respecto, pero se percibe de esa manera- votaron por Macron no exactamente por la simpatía directa hacia un político inexperto que era generalizadamente desconocido tan sólo hace cuatro meses. Habrían votado por él con el fin de impedir la llegada del populismo desbordante con el cual Le Pen amenazaba tomarse el poder.
Esto fue lo que ocurrió, a manera de proceso análogo, el 5 de mayo de 2002, fecha en la cual el gaullista Jacques Chirac, en segunda vuelta, se convirtió en presidente de Francia, al derrotar a Jean-Marie Le Pen, el padre de Marine, quien ahora retomaba la herencia de su padre y amenazaba con ser la inquilina del Palacio del Eliseo.
Nótese entretanto, que las fuerzas ultra-conservadoras del Frente Nacional sí lograron avanzar y pueden asegurar con toda razón, que han superado el umbral del 30 por ciento. Lograron prácticamente un 34 por ciento de la votación. Este podría ser un factor que genera momentum para la inercia que puede tenerse en las elecciones parlamentarias.
Con base en lo anterior, la perspectiva es que el futuro parlamento francés podría obligar a Macron a un perenne ejercicio de transacciones con los legisladores. Allí puede surgir un pantano que vaya imposibilitando el cumplimiento de las promesas de campaña y con ello, restándole crédito a la posición de Macron. Resultado: con mayor vigor la emergencia de las fuerzas populistas de ultra-derecha.
De manera que el panorama de las fuerzas políticas no está asegurado, el escenario se muestra muy inestable y a partir de ello impredecible. Nótese cómo se abren, al menos, tres factores que como procesos, actúan de manera complementaria: (i) erosión en la credibilidad de los partidos y los políticos tradicionales; (ii) desencanto con las instituciones del Estado; (iii) ignorancia sobre los modelos que se buscan tanto en los políticos como en las entidades, fundamentándose en un pensamiento rápido, de atajos, de “post-verdad”.
La erosión o pérdida de confianza en los políticos tradicionales es un rasgo que se ha hecho crecientemente evidente. Se presentó con la elección de Trump en Estados Unidos, ha permitido el escalamiento de agrupaciones extremas –casos de Holanda con el líder del partido antieuropeo Geert Wilders (1963 -) o el del Frente Nacional con Marine Le Pen en Francia- y hasta cierto punto, fue un factor que pudo ser decisivo en los resultados del “brexit”, del 23 de junio de 2016.
Es a partir de esa carencia de credibilidad en los partidos y políticos tradicionales que surgen líderes a los que no se les exige credenciales, sino presentar una posibilidad de “refrescamiento” de la política. Un ejemplo de ello, precisamente, es el de la elección de Macron. Las opciones contra lo tradicional pueden constituir el voto anti-sistema, el voto de la ira, tal y como ocurrió con Trump, el 8 de noviembre de 2016.
El desencanto con las instituciones estatales se viene fraguando desde las políticas neoliberales con Ronald Reagan a principios de los ochenta. Se estima que el mercado lo resuelve todo y a partir de ello se debe disminuir el Estado, recortar impuestos y dejar la asignación de recursos al juego de oferta y demanda.
Con ello se olvida de la producción de bienes públicos, del control de externalidades y de que son las instituciones incluyentes las que permiten abrir y consolidar los mercados incluyentes; además, claro está, del papel determinante de los oligopolios y tendencias monopolísticas.
Por último lo de la “post-verdad”. Es una palabra de moda para designar a la mentira, a la tergiversación de los hechos. Lo que es, a todas luces, una forma de corrupción. Lamentablemente estas situaciones tienen eco en las redes sociales. De allí, que, mecanismos tecnológicos que posibilitan la información y el conocimiento de hechos en tiempo real, terminen confundiendo.
Pero nuestras sociedades tienen, con mucho, necesidad de lo efímero. Nos gusta vivir a salto de mata, de situaciones tan provisionales como inexistentes. Nos encanta este movimiento, estas transiciones sin llegar a ninguna parte. Un medio de cultivo que está resultando favorable para los populismos de todo pelambre, puedan concretar sus amenazas, un fértil escenario donde broten como hongos luego de la lluvia, promesas de soluciones tan fáciles como no factibles.
Por ahora Macron representa una esperanza y un alivio. Pero cuidado. La población está decepcionada con mucho del estamento que ahora se tiene los gobiernos y sus instituciones y de allí el peligro. El riesgo es que por tratar de salir del agua sucia, el bebé que estábamos bañando también se nos deslice de las manos.