Un día, en el verano de 1950, un joven estudiante de Historia de Cambridge, en viaje de vacaciones por España, visitaba el Museo del Prado. Apenas, entonces hablaba español, pero su curiosa sensibilidad quedose atrapada, de repente, por el famoso cuadro que Velázquez pintó, hacia 1638, en el que aparece el famoso Conde-Duque en pleno ejercicio de su poder, cabalgando un brioso corcel desde un altozano donde se divisaban los azules plateados del serrano paisaje madrileño.
“Ignoro las razones –ha repetido en varias ocasiones el propio Elliott–, pero me entró una enorme curiosidad por saber quién era”. Aquella curiosidad inicial hizo que España fuera, desde entonces el foco central de su curiosidad intelectual y el punto de referencia de sus preocupaciones historiográficas. El atractivo del Conde-Duque, del que poco o nada se sabía, a excepción de la biografía que le dedicó Gregorio Marañón, referida principalmente al estudio psicoanalítico de “la pasión de mandar” del valido de Felipe IV, determinó que el joven Elliott, terminada su graduación, decidiera realizar su doctorado sobre aquella personalidad que él había detectado en el cuadro espléndido de Velázquez.
Corría el año de 1953 y John Elliott se trasladó al Archivo General de Simancas en busca de los preciados documentos que le explicasen la entidad política de aquel poderoso señor, don Gaspar de Guzmán y Pimentel, personaje clave para entender el devenir de España en aquellos años.
Para entonces, del personaje ya sabía muchas cosas y, sobre todo, conocía bien el despertar historiográfico europeo, interesado en estos años por estudiar la naturaleza del absolutismo del S. XVII, corriente política que debía ser entendida en un complejo y extenso contexto de crisis extendida por Europa, con sus correlatos de tensiones sociales y conflictos políticos.
Ocurrió que durante varias semanas Elliott, en Simancas, apenas encontró nada referente al Conde-Duque. Un día, un poco decepcionado, hojeando una guía del Archivo de la Casa de Alba, supo que el añorado archivo del Conde-Duque había sido pasto de las llamas a finales del S. XVIII. La primera reacción de aquel doctorando ha sido descrita por él mismo como casi “suicida”.
Pasada la desolación, y para hacer frente a la obligación ineludible de la tesis, entendió que lo sensato sería detener la atención y estudiar alguno de los dos fenómenos más importantes del gobierno del Conde-Duque: las rebeliones de Portugal y Cataluña. Habida cuenta del mayor número de trabajos sobre la primera, nuestro doctorando eligió estudiar la segunda.
En consecuencia, se dirigió a Barcelona para fondear en los documentos del Archivo de la Corona de Aragón. Y fue allí donde Elliott entró, por primera vez, en contacto con la historiografía española, a través de la figura de Jaume Vicens Vives, historiador a la vanguardia en métodos, tendencias e hipótesis de gran calado por las que sobresalía en el mediocre espacio historiográfico español de aquellos años.
Por entonces, bien entrada ya la década de los años 50, los estudios de Historia en las universidades españolas estaban todavía determinados por el impacto del “guerracivilismo”, por el cual se insistía, una y otra vez, en el carácter “excepcional” de la historia de España en relación con la Historia de Europa. Abundaba, por aquel tiempo, la idea de que la Historia de España había sido un rotundo fracaso. Se trataba de actitudes de pesimismo y melancolía que imposibilitaban una reflexión lógica y racional del análisis histórico, porque excluían toda posibilidad de estudios comparados con la realidad histórica europea. Muy pronto Elliott fue consciente de que, en realidad, los conceptos de excepcionalidad y fracaso no eran sino hábiles recursos de propaganda política del Régimen; porque de lo que trataba, en suma, el pensamiento oficial era contraponer la historia de España a la historia de la modernidad liberal y secularizada que se expresaba en Europa, tras la derrota de los totalitarismos.
*La versión original de este artículo se publicó en la "Revista Colombiana de Estudios Hispánicos"
¿Quién era Elliott?
En 1996, John H. Elliott recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. El siguiente es el perfil que la Fundación respectiva hizo respecto al galardonado:
“Sir John Elliott (Reading, Berks, Gran Bretaña, 1930 - Oxford, Gran Bretaña, 2022) fue catedrático emérito de Historia Moderna en la Universidad de Oxford. Educado en el Eton College, fue doctor en Historia por la Universidad de Cambridge (Trinity College, 1952) y fue durante 17 años profesor en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton (Estados Unidos).
Honorary Fellow del Oriel College, Oxford y del Trinity College, Cambridge está considerado como uno de los más importantes hispanistas del mundo, especialista fundamentalmente en los siglos XVI y XVII de la Historia de España, especialmente en la figura de los validos y, más concretamente, del Conde Duque de Olivares, y en la historia comparada de la colonización española y británica en América.
Además de su amplia labor docente, tanto en Inglaterra como de profesor invitado en las más destacadas universidades del mundo, es autor, entre otros muchos libros, de “La España Imperial”, 1469-1716 (1963), “La rebelión de los catalanes” (1963), “El viejo mundo y el nuevo, 1492-1650” (1970), “Un palacio para el rey” con Jonathan Brown (1980) “Richelieu y Olivares” (1984), “El Conde Duque de Olivares” (1986), “España y su mundo” (1989), “Europa en la época de Felipe II, 1559-1598” (2001, 2.ª ed.), “En busca de la historia atlántica” (2001), “España en Europa: estudios de historia comparada” (2002), “España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800)” (2009), “Imperios del mundo atlántico: España y Gran Bretaña en América, 1492-1830” (2011), “El viejo mundo y el nuevo” (2011) y “Haciendo historia” (2012).
Miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia de Madrid y miembro de la Academia Británica, pertenece también a la Academia Americana de las Artes y las Ciencias y a la Sociedad Filosófica Americana. Fue doctor honoris causa por las universidades de Barcelona, Autónoma de Madrid, Valencia, Lleida, Génova, Portsmouth, Warwick y Brown.
Entre otras distinciones, fue nombrado Caballero por S.M. la Reina de Inglaterra, y recibió la gran cruz de Alfonso X el Sabio, la gran cruz de Isabel la Católica, la medalla de honor de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, la medalla de Oro a las Bellas Artes y premios como el Wolfson de Historia (1986), el Eloy Antonio de Nebrija (1993), y el Balzan para la historia 1500-1800 (1999)”.
(Tomado de Fundación Príncipe de Asturias)
* Revista Colombiana de Estudios Hispánicos