HASTA LOS radicales más recalcitrantes y contrarios a Rafael Núñez, reconocen su influjo en la juventud y el peligro de desconocerlo y combatirlo, lo mismo que no pueden negar los méritos de su extraordinaria y meritoria carrera política, siempre defendiendo su causa y sufriendo ataques y diversos anatemas en contra. Parra, que tanto lo combatió, no duda en llamarlo a su lado cuando el barco hace agua. Lo que no quiere decir que, por su independencia de criterio y sus continuas polémicas, no sea un compañero de luchas incómodo.
Lo cierto es que Núñez se distingue de la mayoría de políticos colombianos de entonces y hasta hoy, por la densidad de sus ideas y el carácter con las que las defiende, destacándose como el gran reformista del siglo XIX.
En uno de sus escritos más profundos y desafiantes en medio del fragor de las guerras civiles y antagonismos partidistas, en su esclarecedor texto “La Reforma”, sostiene que “muchos hombres alucinados comienzan a despertar de su ofuscación, a entreabrir los ojos y llegan a dudar de los mismos hechos que ellos contribuyeron a producir, tal vez inconscientemente. Por lo que considera que las Euménides no han muerto precisamente, pero sus siluetas odiosas apenas se distinguen en remota lontananza. El proscenio de la política está ocupado por los más simpáticos atributos. El triunfo de los buenos instintos ha sido espléndido. Como un cuadro disolvente de óptica, el pavoroso aparato de la guerra se ha desvanecido y quedan en su lugar luminosas esperanzas de paz y ventura”.
Esta situación política de cambio, tan diversa en medio de las cenizas de un territorio devastado por la guerra, se debe en gran medida a su inmenso esfuerzo de reconciliación entre las facciones que se ha logrado por la persuasión de su política de convivencia y esfuerzo de integrar al orden a los políticos colombianos. Una proeza de la que no se ufana, pero que todos colombianos sensatos reconocen.
Es cuando plantea que para seguir su política se debe organizar un partido de orden, capaz de convocar a los nativos y de orientar a las gentes por el camino de la concordia y el desarrollo. Lo que se pretende es “conservar la paz a cualquier precio”. Por medio de la vía legal de reemplazar la Constitución de 1863 con una nueva, en consonancia con las necesidades sentidas; de suerte que sea, no una obra quimérica y perjudicial, o inútil, sino una obra que respire sabia y verdad en todos sus componentes. “El ciclo mitológico ha pasado y pusimos ya las avenidas de los tiempos fecundos”, precisó.
Propuesta de orden
Sigue Núñez desarrollando su propuesta de orden: “juzgamos practicable la organización de un partido numeroso que tenga por objetivo la reforma de la Constitución. La nueva Constitución ha de ser, a nuestro juicio, un trabajo nacional, y no la imposición hecha al país por un determinado círculo de opiniones e intereses”.
Su propuesta se sustenta en el respeto por la religión, la libertad de conciencia, la conciliación y legislación nacional, lo que se fortalece con la organización de una Corte Suprema, una instancia moderadora de todos los abusos electorales y que se gane el respeto de la nación. Y recuerda para el efecto el prestigio y eficacia de la Constitución de los Estados Unidos, donde la Corte Suprema tiene un poder que se extiende “a todos los casos de ley y equidad del dominio de la Constitución nacional, o del de las leyes de los Estados Unidos, o que versan sobre tratados públicos”.
No hay, pues, allí un punto de derecho o garantía de que no pueda ser juez la Corte, a solicitud de cualquier ciudadano interesado en una decisión final. Y hasta las interpretaciones hechas por el poder Ejecutivo, el procurador general y cualquier otro funcionario pueden ser sometidas a juicio de la Corte. En ese poder ordenador recae en gran parte la garantía de orden y estabilidad que Núñez consigue edificar para los colombianos, con el concurso de los mejores de diversas tendencias políticas.
Con dichas reformas vislumbra “un cambio en la biología de los partidos, cambio encaminado a consultar la realidad intrínseca, cuya realidad ha quedado, en cierto modo, pospuesta a las tradiciones y los resentimientos del amor propio de los grupos militantes, y hasta de las personas que en ellos figuran”.
En ese escrito condensa la esencia de su propuesta a la nación, que se extiende en otros artículos en los cuales invita a los hombres de bien a esforzarse por consagrar la libertad en orden, cuyo fundamento debe fomentar el entendimiento nacional. Como en multitud de reuniones con jefes políticos de todos los niveles, Núñez los convoca a pensar en Colombia y defender el interés nativo. Entiende que esa Corte Suprema debe erigirse en el centro del imperio de la ley para acabar con el desorden y la impunidad.
Educación
En otros escritos mediante ejemplos históricos y mencionando el positivismo, el dirigente cartagenero sostiene que es posible educar al pueblo y convertir a los ciudadanos en defensores de la ley. Al pactar una Constitución Nacional acorde con las necesidades del país, va a cambiar el curso de la historia. No va a asistir a la reunión de delegatarios que redacta el texto de la Carta de 1886, más allí en cada línea fundamental están sus propuestas debatidas y consagradas por los más famosos políticos de su tiempo, que apuestan a la convivencia.
Y el secreto del cambio en Colombia se fundamenta en la mística y en el rigor con el cual los magistrados y funcionarios públicos respeten y defiendan la Constitución de 1886. La finalidad última de Núñez es simple, y lo recuerda Nicolás del Castillo Mathieu: unir a los colombianos de buena fe.
Ese legado de Núñez sigue vivo y es preciso volver los ojos a las fuentes de su pensamiento de concordia y civilidad, más en este tiempo en que Colombia parece imponente para frenar el desorden, el caos y la violencia, con sus instituciones minadas y el anarco-socialismo disolvente en el poder.