El próximo jueves 17 de junio será, sin duda, un día muy especial para el presidente Iván Duque ¿Por qué? Se cumplen dos años de la segunda vuelta de los comicios de 2018, cuando fue elegido como nuevo mandatario de los colombianos.
Si bien el entonces candidato de la coalición encabezada por el Centro Democrático había ganado la primera vuelta, en la segunda se enfrentaba a un bloque de centro izquierda en cabeza de Gustavo Petro, quien sumó ocho millones de sufragios.
Es innegable que seis meses antes de su triunfo el nombre de Iván Duque no era muy conocido para las mayorías del país. Si bien era un destacado senador del uribismo no había ocupado cargos de importancia a nivel nacional e incluso buena parte de su trayectoria profesional la había desarrollado en el exterior.
Sin embargo, tras haber ganado el proceso de encuestas internas mediante el cual el uribismo escogió a su candidato presidencial en diciembre de 2017, y luego de imponerse de lejos también en la consulta popular que disputó con Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez, en marzo de 2018, su nombre e imagen se posicionaron rápidamente ante el electorado, obviamente teniendo como principal respaldo al expresidente Álvaro Uribe.
En medio de los múltiples análisis que se hicieron la noche de ese 17 de junio respecto al resultado de las urnas y lo que vendría para el país a partir del nuevo mapa político, uno de los principales debates era el referido a qué tanta independencia tendría el entrante Jefe de Estado frente al exmandatario, que claramente era su páter político y electoral.
Ese interrogante sobre el grado de autonomía era aún mayor si se tiene en cuenta que su triunfo se dio en contraposición directa al gobierno de Juan Manuel Santos, quien llegó al poder en 2010 de la mano del propio Uribe pero que luego, en especial por impulsar el proceso de paz con las Farc, fue catalogado como “traidor” por las toldas del expresidente. Así las cosas, para nadie es un secreto que en el uribismo la principal precaución en la campaña de 2018 era llevar al poder a un dirigente que, como se dice popularmente, no se les ‘torciera’, política e ideológicamente hablando.
Tres claves
Al cumplirse esta semana dos años de la elección de Duque como Presidente, lo que marcó el regreso del uribismo al poder tras ocho años de férrea oposición, acumulando en el entretanto no pocos reveses, la pregunta es una sola ¿Qué tan fuerte se mantiene la alianza e identificación política entre el hoy Jefe de Estado y Uribe?
La respuesta encierra tres aspectos claves. El primero y más importante, sin duda, se refiere a la fidelidad. En este escenario es absolutamente claro que Duque y Uribe mantienen una alianza política al más alto nivel, en la que uno y otro han salido a respaldarse en los momentos políticos más difíciles de los dos años de gestión.
No se trata de un tema menor si se recuerda que en 2010 a los pocos meses de haberse posesionado Santos, exministro de Defensa de Uribe y sucesor político de este, ambos dirigentes empezaron a marcarse distancias tanto por la integración del nuevo gabinete como por los primeros acercamientos secretos del gobierno con las Farc con miras a un eventual proceso de paz.
A diferencia de ello, Duque en modo alguno se ha distanciado o abjurado de su páter político en estos dos años, como tampoco este último le ha retirado el respaldo y menos aún se ha lanzado a la oposición, como en su momento sí ocurrió con Santos a menos de un año de su posesión.
Reforma al acuerdo
Un segundo aspecto determinante para establecer el grado de autonomía de Duque frente Uribe es el nivel de voluntad del Gobierno para cumplir las promesas del uribismo en campaña, especialmente la referida a ajustar el acuerdo de paz con las Farc suscrito en el 2016 y del cual el Centro Democrático fue su principal crítico e hizo de esta plataforma su triunfante bandera de campaña en 2018.
Las opiniones en este escenario están divididas. De un lado están quienes opinan que Duque desde su Gobierno sí ha tratado de modificar ese pacto y prueba de ello fueran las objeciones presidenciales que, a comienzos del año pasado, trató de imponer frente a la Ley Estatutaria de la JEP, buscando reversar aspectos claves del pacto con la guerrilla, como su participación en política sin haber pagado un solo día de cárcel.
De igual manera fue este Gobierno el que hizo aprobar en el Congreso la ley que impide considerar el narcotráfico y el secuestro como conductas penales conexas al delito político, aunque solo aplica para futuros procesos de paz y no para los ya firmados. Y también fue la actual administración la que, de entrada, congeló el proceso de paz con el Eln heredado del gobierno Santos y que en enero del año pasado dio por terminado luego del ataque terrorista a la Escuela Superior de Cadetes de Bogotá.
En la otra orilla están algunos sectores más radicales del Centro Democrático que consideran que si bien Duque ha intentado corregir las falencias del acuerdo de paz de Santos, le ha faltado más voluntad y margen de maniobra política y partidista para cumplir ese cometido. Prueba de esa circunstancia fue el hundimiento en el Congreso de las objeciones a la JEP. Se aduce por parte de los críticos de la Casa de Nariño que Duque pudo haber liderado de forma más decidida un pacto político de gran espectro para reformar de manera objetiva el acuerdo de La Habana, porque así lo dispuso la voluntad de las urnas en 2018.
Es posible que si Duque hubiera configurado entonces la coalición mayoritaria que hoy tiene en el Congreso las objeciones hubieran pasado, pero no se atrevió en ese momento a dar el paso de involucrar a más partidos en el Gobierno.
Sincronía política
El tercer aspecto para medir el nivel de sincronía política entre Duque y el uribismo es el referido a los lineamientos estatales de este mandato. Al decir de muchos analistas, las estrategias políticas, económicas, sociales, jurídicas, de seguridad, institucionales e incluso de negociación con actores ilegales de este Gobierno lo ubican claramente en la centro-derecha. No hay, pues, ningún desdibujamiento ideológico ni político.
Obviamente se han presentado roces entre el Centro Democrático y el Ejecutivo. Hay varias propuestas y proyectos del partido y del propio Uribe de las que el Presidente y sus ministros han tomado amable pero visible distancia. Es más, se recuerda cómo en determinado momento el propio senador insistió en que era necesario ayudar a Duque en la tarea de enderezar el rumbo del país. También es claro que el uribismo se muestra inconforme por sus cuotas de participación en el gabinete y que quisiera una administración más proyectada políticamente a la derecha que hacia el centro del espectro.
Visto todo lo anterior, bien se puede concluir que a dos años de su elección como Presidente los vasos comunicantes entre Duque y Uribe se mantienen fluidamente y ello ha evitado grandes y graves cortocircuitos.
Es claro también que el Jefe de Estado ha mantenido su autonomía y desarrollado un estilo de gobierno más gerencial que el beligerante que distinguió a Uribe. Y lo hace sin necesidad de renegar del líder político que lo llevó al poder. Incluso hoy Duque tiene mejor imagen que su páter político que, por el contrario, ha visto caer su favorabilidad. Y esa ha sido la nota central desde que ganó las elecciones hasta hoy, cuando el país le reconoce al Presidente un manejo acertado de la pandemia.