Duque-opinión pública: ¿línea caída? | El Nuevo Siglo
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Sábado, 29 de Febrero de 2020
Unidad de análisis
Tras un cuarto trimestre muy crítico, en medio del cual la Casa de Nariño apostó por alivios sociales, recuperar la gobernabilidad y elevar el tono y las muestras de liderazgo, el arranque de 2020, con una economía pujante, no fue el mejor, según la percepción de la opinión pública ¿Qué está pasando? ¿Se requieren más ajustes o esperar a que los aplicados den fruto? Análisis

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“Regular, tirando a mal”. Esa expresión, muy popular entre los colombianos para evidenciar cuando las cosas se están complicando, cae como anillo al dedo frente a lo que le está pasando al presidente Iván Duque, que aún no logra convencer a la ciudadanía sobre los logros de su gestión.

La principal evidencia de ello, según lo confirman las encuestas más recientes, es que siete de cada diez colombianos tienen una imagen negativa del Jefe de Estado. Paradójicamente, si bien en la mayoría de los sondeos los consultados exteriorizan un marcado pesimismo (percepción que ha sido una constante en los últimos tres gobiernos), en el caso del actual Jefe de Estado se está empezando a ver un lento pero progresivo crecimiento de la aún minoritaria tendencia que considera que el país va por buen camino.

Había mucha expectativa en torno a conocer cómo está viendo la ciudadanía el arranque de Duque en este 2020. No hay que olvidar que el Gobierno resintió sustancialmente lo ocurrido a finales de noviembre y comienzos de diciembre, cuando una ola de paros, protestas y ‘cacelorazos’ se extendió por varias ciudades, poniendo en evidencia que había dos lecturas contradictorias: los partes positivos que daba la Casa de Nariño sobre los primeros 15 meses de gestión y el creciente inconformismo en muchos sectores sociales, políticos y económicos.

Incluso, no hay que olvidar que, según algunos analistas, el hecho de que coaliciones de centro-izquierda e independientes hubieran ganado, en los comicios de octubre, varias alcaldías capitales de primer nivel, como Bogotá, Cali, Medellín o Bucaramanga, evidenciaba no solo que el país seguía muy polarizado sino que, además, ese cambio en el mapa político debía ‘leerse’ como un campanazo para el Jefe de Estado que año y medio atrás conquistó el poder con una votación récord de más de 10 millones de votos.

Aunque el Gobierno no consideró el resultado electoral de octubre 27 como un llamado de atención directo para ajustar el rumbo del país, fue obvio que el pico de tensión social de noviembre y comienzos de diciembre lo sorprendió y, peor aún, cogió fuera de base. Por eso mismo, resultó el campanazo más fuerte para Duque desde que tomó las riendas del país.

 

A moverse

 

La reacción del Ejecutivo, entonces, se centró en tres ejes fundamentales. En primer lugar, lanzó la llamada “Conversación Nacional”, un mecanismo de diálogo amplio para escuchar a todos los sectores del país y no solo al “Comité de Paro Nacional”, una instancia marcadamente politizada y que trató infructuosamente de adueñarse de las banderas de todos quienes marcharon y participaron en los  ‘cacelorazos’.

La segunda estrategia se dirigió a tratar de recuperar margen de gobernabilidad para acelerar la implementación del Plan de Desarrollo, lo que obligatoriamente requería la ampliación de la débil coalición partidista oficialista, tanto en el Congreso como en el resto del país político. No hay que olvidar que apenas unos días antes de la racha de paros el entonces ministro de Defensa, Guillermo Botero, se vio forzado a renunciar al ser inminente una moción de censura en su contra, apoyada por la mayoría de las bancadas. Es más, el trámite de la Ley de Crecimiento sólo se salvó por el apoyo de los partidos independientes.

Y, por último, la Casa de Nariño hizo cambios en el equipo y la estrategia de comunicaciones, al ser más que visible que la ciudadanía desconocía o no valoraba en su justa proporción las metas y logros del Gobierno, pese a que tanto Duque como los ministros los repetían en cuanto escenario público, mediático y de redes sociales podían.

 

¿El resultado?

 

Con el arranque de la “Conversación Nacional” el Ejecutivo no solo le restó protagonismo a un “Comité Nacional de Paro” que quería forzarlo a negociar una plataforma de más de 123 puntos (algunos de ellos claramente de una agenda política de izquierda), sino que, de entrada, anunció un plan de alivios sociales de amplio espectro. Así, ordenó agregar al proyecto de Ley de Crecimiento que se debatía en el Congreso un mecanismo de compensación para la devolución del IVA a los estratos más pobres y la disminución del aporte a salud por parte de los pensionados cuyas mesadas oscilan entre uno y dos salarios mínimos. De igual manera, planteó un proceso de alivios para los más de 120.000 usuarios de créditos del Icetex. A ello sumó un nuevo paquete de medidas para incentivar el empleo de los jóvenes. Incluso anunció el apoyo al proyecto de ley que cursa en el Parlamento para crear una tercera prima a trabajadores de bajos salarios. Esta iniciativa, impulsada por el expresidente y senador Uribe, inicialmente no tenía el respaldo del Ejecutivo.

En cuanto a la necesidad de recuperar gobernabilidad, desde finales de diciembre se empezó a trabajar en la recomposición de la coalición. Tras varias semanas de intensas y difíciles gestiones, con todos los partidos (gobiernistas e independientes) en máxima alerta, por fin en la primera quincena de febrero Duque logró redefinir la composición del gabinete. Cambio Radical en Salud, conservadores en Agricultura, La U en Trabajo e Interior para el Centro Democrático. Esas fueron las movidas destinadas a ganar gobernabilidad en el Congreso, con el antecedente de noviembre, cuando se pasó al entonces Canciller, el uribista Carlos Holmes Trujillo, a Defensa y se designó a Claudia Blum, cercana al Centro Democrático, en su reemplazo. Se sumó también el nombramiento de la primera Ministra de Ciencia y Tecnología, proveniente de la academia y sin raíces políticas. Igual en los últimos días se han dado relevos en agencias e institutos.

Resulta igualmente evidente que la estrategia comunicacional de la Casa de Nariño ha cambiado. Ahora se ve a un Duque que prioriza el contacto directo con la ciudadanía en sus giras regionales, al tiempo que tiene una interacción más dinámica con los nuevos gobernadores y alcaldes que se posesionaron en enero pasado, También se nota un cambio de tono en las reacciones tanto del Presidente como de sus voceros y ministros para replicar a sus críticos.

“… Tras lo del ministro Botero y los paros de noviembre, e incluso los escándalos en la Policía y el Ejército, los cambios en la Casa de Nariño y las movidas  evidencian una mayor uribización del sanedrín presidencial… Se ve a un Presidente hablando más duro, buscando demostrar más liderazgo, que tiene y tiempla las riendas del país… En el Gobierno hay la intención de demostrar a propios y extraños que es equivocada la percepción de algunos, empezando por el ala radical uribista, en torno a que hay un mandatario tibio… El problema es que algunas de esas reacciones, como quedó claro en la polémica de Nassar con Vicky Dávila, van más allá de lo buscado… Pero analice bien las réplicas de Duque al Eln, al Comité de Paro, al partido Farc o a la misma ONU esta semana, todas evidencian que el tono presidencial cambió, es más enfático, más allá del moderado de los primeros 18 meses, que parece que no impactó a las mayorías”, precisó un experimentado estratega de marketing político, que pidió la reserva de su nombre al ser consultado por EL NUEVO SIGLO.

 

Empujón económico

 

El arranque de 2020 ha sido positivo para el Gobierno. La intención de los promotores de los paros de volver a crispar el clima social no ha dado resultados, como quedó en evidencia en el muy bajo efecto de la protesta del pasado 21 de enero.

También es evidente que pese a estar en orillas políticas distintas, el inicio de las relaciones entre el Gobierno y los alcaldes de Bogotá, Cali o Medellín ha sido tranquilo. Es más, los peros iniciales de algunos de estos al accionar del Escuadrón Antimotines en las protestas que desbordan en actos vandálicos, han terminado sumándole puntos a la tesis de autoridad firme del Gobierno nacional y en detrimento de los mandatarios que quisieron limitar la intervención del Esmad.

Pero el logro más importante, sin duda, ha sido el del crecimiento de la economía. Que el PIB de 2019 cerrara sobre 3,3%, dejando a Colombia en el top latinoamericano, ha sido clave para empezar a derrotar el escepticismo en la empresa privada, el comercio y los hogares. Hay síntomas tangibles de reactivación productiva que, incluso para los más radicales opositores al Gobierno, resultan innegables.

En la misma línea, haber subido el salario mínimo en 6%, dos puntos por encima de la inflación causada, fue una jugada audaz de la Casa de Nariño.

El clima político, al estar de vacaciones el Congreso y la opinión pública concentrada en el arranque de sus nuevos alcaldes y gobernadores, también se podría decir que ha estado calmado, salvo por el ‘fuego amigo’ desde el uribismo al Gobierno, el desgaste causado por la demora en la reconfección ministerial, la insistencia de Gustavo Petro de prender ya la campaña para el 2022 o los constantes, pero ya nada sorprendentes, roces entre el Ejecutivo y el partido Farc por el cumplimiento del acuerdo y los asesinatos de los desmovilizados.

Duque, al mismo tiempo, ha tratado de acelerar la implementación de los alivios sociales y de ir por todo el país mostrando un alto ritmo de ejecución, con una estrategia de mayor cercanía y empatía popular.

 

¿Entonces?

 

¿Si todo ello es así, entonces por qué la imagen presidencial sigue bajando y ya se acerca al piso crítico del 20%, que solo en sus peores momentos tuvo Santos, incluso en la antesala del anuncio de su candidatura reeleccionista?

Hay varias explicaciones que se pueden traer a colación. En primer lugar, si bien es cierto que ya se activaron alivios sociales como la reducción de los aportes a salud de los pensionados, su efecto apenas se comienza a sentir. Igual ocurre con los planes de empleo joven, que están en su primera fase de implementación. A ello se suma que la devolución del IVA a estratos pobres solo comenzaría dentro de varios meses; una parte los alivios a deudores del Icetex requieren presentar un proyecto de ley; y la tercera prima solo reanudará su trámite a mediados de marzo en el Congreso.

Asimismo resulta evidente que el haber puesto sobre el tapete la inminencia de reformas como la pensional o la laboral le ha pasado ‘factura política’ al Gobierno, porque estos ajustes siempre crean desconfianza y resistencia en la opinión pública, que suele pensar, a priori, que le van a ‘meter la mano al bolsillo’.

El alto desempleo, sin duda alguna, es uno de los elementos que más está afectando la calificación de Duque. Incluso, paradójicamente, el estar creciendo al 3,3% juega en contra, pues en el imaginario popular crece la percepción de que los “ricos” son los que están beneficiándose mientras “los pobres llevan del bulto”. Aquí también resulta sintomático que las encuestas ‘rajen’ el manejo del Gobierno al impacto de la migración venezolana, lo que se puede explicar en que muchas personas relacionan la dificultad para conseguir trabajo con el ingreso al mercado laboral de quienes llegaron del vecino país.

Tampoco se puede negar que han desgastado de forma lenta pero progresiva la imagen presidencial y la calificación del Gobierno algunos escándalos como el nuevo capítulo de ‘chuzadas’ desde el Ejército o las denuncias de anomalías en algunos ministerios y agencias. No menos lesivo ha sido el eco al señalamiento de que la Casa de Nariño, para ampliar su coalición, tuvo que acudir a la ‘mermelada’ ministerial y burocrática. Y no se puede dejar de lado el ruido causado por los graves señalamientos de la -prófuga aquí en Colombia pero capturada en Venezuela- exsenadora Aída Merlano contra Duque y compañía, por más evidente que sea el que está siendo manipulada por la dictadura de Maduro.

Igualmente hay que tener en cuenta que la escalada de asesinatos de líderes sociales no se detiene, al tiempo que el accionar violento del Eln, disidencias de Farc y las bandas criminales sigue a tope. A ello debe sumarse, como bien lo dijeron los nuevos mandatarios seccionales y locales, que la inseguridad urbana está disparada. Esos tres fenómenos, por más que respondan a problemas estructurales o de vieja data, la opinión pública siempre se los ‘cobra’ al mandatario de turno, en este caso Duque.

Visto todo lo anterior, bien se podría concluir que el hecho de que la imagen del Presidente no haya subido en el arranque de 2020 puede considerarse normal. No solo por los problemas endémicos, sino porque todo el ajuste que hizo en materia de alivios sociales, movidas ministeriales para recuperar gobernabilidad, cambio en la estrategia comunicacional y la elevación del tono y el ejercicio de liderazgo más directo, apenas si están empezando a implementarse. Es más, la “Conversación Nacional” no ha terminado ni se conocen sus conclusiones.  

Con el solo crecimiento económico no basta. Hay, entonces, que darle tiempo al ajuste del rumbo gubernamental, que comience el Congreso y esperar que los efectos de las medidas políticas, económicas y sociales empiecen a ser percibidos por la ciudadanía en el día a día. Los cambios de percepción en la opinión pública, y más en un país de pesimismo persistente y marcada polarización, no se dan de un día para otro.

El Presidente, es claro, está buscando recuperar el canal de comunicación con la ciudadanía, pero todavía es muy pronto para saber si al otro lado de la línea le van a contestar.